Ricardo Menéndez: “Los atentados me golpearon como nada lo había hecho”

A cinco años del 11-M, la literatura reconstruye el ataque terrorista y sus consecuencias políticas

ricardo-menendez(Juan Carlos Rodríguez) El corrector (Seix Barral) no es la primera novela del 11-M -ya ha habido otras: Blanca Riestra, Luis Mateo Díez, Sonsoles Ónega-, pero quizás sea la que más a fondo explora, más que el atentado propiamente, las sensaciones colectivas y la confrontación política que provocó. Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) es consciente que, después de cinco años, la ficción apenas se ha acercado al 11-M:  “También se echa de menos un mayor interés por el conflicto vasco. El escritor español sigue teniendo como tema principal el ‘guerracivilismo’. Nos sentimos más cómodos hablando de cosas que sucedieron hace setenta años. Falta un debate, un compromiso con los temas más candentes”. No es su caso. Desde el éxito descomunal de La ofensa, cabalga sobre nuestra literatura como aire fresco, una voz que ya ha trascendido hasta situarse como uno de los grandes nombres de la novela española. En su última obra, comprometida y sin complejos, da cuerpo a Vlad, trasunto del propio autor, que escribe sus sensaciones durante el 11 y 12 de marzo de 2004, compungido por las muertes en los trenes y alterado por las “mentiras” del Gobierno Aznar.

¿Por qué ha querido escribir esta “tentativa de crónica” sobre el 11-M?

Podría dar muchos motivos, pero me limitaré a dos: primero, porque los atentados me golpearon como nunca nada lo había hecho en la historia de este país, fueron una llamada a mi emoción; segundo, porque la lectura que desde el poder se trató de hacer de ellos me indignó como nunca nada lo había hecho, fue una llamada a mi conciencia. Como escritor, esos son mis territorios: la emoción y laconciencia.

“La crónica de lo que sucedió entre el 11 y el 14 de marzo es un magnífico ejemplo de la versatilidad del arte de la mentira alcanzada por nuestros políticos” (pág. 53) escribe usted…

En La ofensa y en Derrumbe, el mal se había encarnado en figuras reconocibles: la guerra como muerte de la inocencia y el miedo como ideología dominante de nuestra época. En esta, la encarnación de la maldad es doble: por un lado, el terror indiscriminado y, por otro, la manipulación del discurso, el intento por conculcar la realidad mediante una mentira. Los políticos llegaron muy lejos en este oscuro camino durante aquellos días.

Pervertir la realidad a través del lenguaje es la mayor conquista del poder, opina Vlad, su protagonista, ¿no?

En 1984, que es un monumento imperecedero acerca de la naturaleza humana, Orwell previno contra la tentación del poder de reescribir la realidad. Quien detenta el poder, detenta el discurso, y quien detenta el discurso, tiene la posibilidad de que las cosas no sean conocidas como realmente sucedieron, sino interpretadas como interesa que hubieran sucedido. El poder no sólo es capaz de pervertir la realidad, sino de negarla, derogarla, borrarla.

¿Opina como Vlad que el 11-M es “una errata que, para nuestra desgracia y futura vergüenza, nada puede ya borrar” (pág. 19)?

La errata de los muertos jamás podrá ser eliminada. Ese capital de dolor es soberano y, por desgracia, nada ni nadie podrán borrar esa mancha en el corazón de quienes sufrieron. La otra errata, la política, fue corregida por la sociedad española el 14 de marzo de 2004.

Apenas alude a Irak, a Guantánamo (pág. 50), sólo para equiparlo al terrorismo islámico…

El 11-M es de los españoles. Es nuestra condena, vergüenza y también, por descontado, un motivo de orgullo, porque la respuesta que la sociedad dio fue memorable. La tragedia de Irak explica muchas de las atrocidades que el terrorismo islámico ha causado en Occidente; respecto a Guantánamo, para mí es una Zona Cero de la ignominia, pero imagino que serán los escritores norteamericanos quienes pidan cuentas a sus gobernantes por ese lugar espantoso.

libro-el-correctorEn Derrumbe ya citaba Los demonios de Dostoievski: “El terror es la maldición del hombre”. Ahora es el libro que Vlad está corrigiendo justo en el momento de las explosiones…

Sí. Esta cita abría Derrumbe, y sirve de hilo que vincula entre sí a las tres novelas, que pueden ser entendidas como un intento de comprensión de ese terror que, tozudamente, organiza y domina nuestras vidas. Toda la obra de Dostoievski, pero muy en particular Los demonios, es una investigación asombrosa y profundamente actual acerca de esos abismos humanos que tanto me interesan.

¿Ve este El corrector como un libro comprometido o como pura literatura? 

Mis libros son siempre comprometidos, porque se fundan sobre y hablan de la realidad. Y la literatura que no está comprometida con la realidad no es literatura, es otra cosa: evasión, ocio, ganas de matar el tiempo. Obviamente, el libro tiene una dimensión política, es decir, ciudadana.

En Vlad hay cierto malestar con la carrera literaria, pero a la vez es capaz de escribir: “El escritor es la persona que analiza ‘esa mierda’ que el político arroja sobre el mapa”. 

En el contexto de esta novela, que es sobre la historia reciente de nuestro país, mi compromiso era ése, el de escrutador. A los políticos les gusta generalizar; pero creo que la literatura es la fraternidad del detalle. Dijo Flaubert: “Basta con mirar una cosa durante bastante tiempo para que resulte interesante”. Ése es nuestro oficio: mirar donde los demás no se arriesgan a hacerlo. En el corazón humano, por ejemplo. O en las 191 tumbas de Madrid.

¿Por qué no aparece en la novela el desenlace de las elecciones del 14-M?

No me interesaba el día de las urnas. Quería contar el día del dolor, el espacio de la confusión. Además, me atraía trabajar con un período de tiempo muy breve e intenso, cerrado, tal y como Ian McEwan hizo en Sábado.

Aznar ni el PP salieron favorecidos entonces, tampoco en su novela…

Un antiguo revolucionario, convertido hace años en caricatura de sí mismo, dijo un día aquello de “la Historia me absolverá”. Aznar tiene también sus tribunales, empezando por el de su conciencia, si es que le queda. Respecto al PP, todos sabemos la capacidad de reinventarse que tienen los partidos políticos, así que, a lo mejor, el día que vuelvan al poder nos contarán una versión distinta de aquellos días.

Regresando a la literatura, que no se nos olvide que esta novela es también todo una apología de la propia literatura…

Hace poco escribí en la Nave de los Locos, la magnífica bitácora de Fernando Valls, que para mí la literatura es una forma privilegiada de inquisición, una forma privilegiada de consuelo y otro de los nombres de la belleza. El corrector es un homenaje a algo que amo mucho y que me regala no sé si felicidad ni sabiduría, pero sí desde luego mucho placer.

Pero su novela es, al final, un “canto” al amor… es curioso, sin duda.

Padecer el horror, ser no espectadores, sino protagonistas del mismo, nos obliga a mirar hacia dentro, a buscar un refugio, un recinto contra las inclemencias del mundo. En las jornadas de marzo, yo, como muchos otros españoles, comprobé qué frágil es el equilibrio sobre el que se organizan nuestras vidas. Lo terrible de los atentados fue sentir que todos pudimos estar allí, que a todos nos pudo tocar. Lo indiscriminado del ataque nos hizo sentir algo que, en este país, nunca antes se había experimentado: la identidad con la víctima. El terrorismo vasco ha sido siempre, o casi siempre, selectivo; pero los atentados de Madrid fueron espantosamente democráticos. Frente a esta agresión total, surge la respuesta de buscar consuelo y afecto en quienes amamos. De ahí ese horizonte de esperanza que se perfila en el libro.

En el nº 2.651 de Vida Nueva.

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