Cuaresma en primera persona: silencio y solidaridad

indigente-en-la-calle(Luis Alberto Gonzalo-Díez, cmf) Hemos entendido que la misión no es sólo lo que hacemos o cómo nos presentamos, sino qué nos mueve a ello. ¿Cuál es la razón profunda que inspira nuestro caminar? Como consagrados, no sólo proponemos ideas, estamos compartiendo lo que somos y esta responsabilidad nos obliga a cuidar “la vida interior”. Forjarnos y preguntarnos con honestidad: ¿quién es Dios para mí?

No se trata de saber más sobre Dios para poder contarlo, sino conocerlo mejor para poder vivir de Él y con Él. Un “contra-signo” del momento puede ser tener palabras para ofrecer, aunque no nos den razones para vivir.

Estamos en un contexto eclesial especial: el tiempo de cuaresma. Una oportunidad de encuentro con la Palabra, que puede ser nueva si de verdad así lo creemos. La ascesis para la vida consagrada en esta época viene marcada por el silencio y la solidaridad.  

Parece evidente que tenemos que lograr el silencio en nuestra vida como mediación para que Dios hable. Demasiados mensajes y, a veces, confusos, nos llevan a vivir pendientes de los “ruidos” del momento y no tanto del itinerario que Dios quiere hacer con nosotros.

Vida interior

El silencio alude, evidentemente, a la oración, y, ésta es imprescindible en cualquier camino creyente y una urgencia para quien quiere vivir la consagración. Hace mucho que no se nos ponen tiempos ni plazos. Quizá hace mucho que no nos los ponemos tampoco nosotros. No pocos religiosos van viviendo con la convicción teórica de su necesidad, pero sin la dedicación constante a su práctica. Nadie nos lo va a decir y nadie nos lo va a exigir. Lo que puede llegar a ocurrir es que no nos demos cuenta, siquiera, de que hay esta carencia. Y, ahí, la dificultad termina siendo un signo de “des-ubicación“. Llegados a ese lugar, la situación es más deli- cada y la solución bien difícil. Se puede “funcionar” sin vida interior. Pero no se puede evangelizar nada si no hay referencia explícita a Jesús Salvador en la propia vida. Cuando nos preguntamos por qué tanto esfuerzo pastoral no conlleva una respuesta creyente por parte de quien lo recibe, quizá deberíamos asumir que nos faltan convicciones de fe.

No es que no hagamos cosas. Sí que las hacemos. La pregunta sería más bien ¿por qué?, o mejor, ¿por Quién? Convertirnos en funcionarios de causas divinas o nobles no garantiza la fe.  

El otro pilar cuaresmal es la solidaridad. Si el silencio aludía a nuestro interior, la solidaridad sería algo así como la manifestación del silencio. Es indudable que nuestras instituciones viven con conciencia social. Todavía más, pocos como nosotros están afectados por lo que los demás viven o esperan. El contexto espiritual y de misión es la situación de muchos hermanos. Sin duda, nos preocupa que una buena parte de nuestros contemporáneos caminen sin esperanza. Esto hay que reconocerlo. Pero la solidaridad interroga también tu interior: una institución con sus inmuebles y estructuras no tiene latidos de vida si sus miembros langui- decen. ¿Cómo es tu tiempo y tu vida como persona “desvivida” por los demás?

A lo largo de una jornada piensa cuánto dedicas a pensar en ti y cuánto a pensar en un “nosotros”. Si lo que te ocupa y afecta, si lo que programas y sueñas te tiene a ti como punto de partida y de llega- da, o tiene lo que otros hermanos están necesitando. Si todas las necesidades están en torno a ti o a los demás… Si sufres por ti o “sufres por Cristo” en el débil y enfermo. 

No tenemos dificultad en que una parte de nuestros presupuestos expresen solidaridad dando fuertes sumas para causas nobles. Puede no ocurrir lo mismo en las “pequeñas” sumas que cada uno  manejamos.

MIRADA CON LUPA

Caminar hacia una espiritualidad para nuestro tiempo es justamente eso: caminar, no pararse. Aparentemente, mañana encontraremos todo igual. 

Las cosas no cambian de repente, pero cambian. Caminar es tener claro el itinerario y querer seguirlo. Los buenos montañeros son aquellos que parten de un conocimiento real del trayecto y, cuando lo tienen, no se detienen. Calculan el paso y el alimento; las inclemencias y los descansos, pero sueñan con coronar la cumbre. Y ese deseo les basta para mantenerse fieles. Caminar hacia una nueva espiritualidad es para adultos. El adolescente quiere tener resultados ya, y además quiere disfrutarlos. A nosotros se nos pide tener capacidad para la espera, paciencia con nosotros mismos y coherencia para entender que es un camino en compañía de hermanos distintos, que no distantes.

lagonzalez@vidanueva.es

En el nº 2.651 de Vida Nueva.

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