Consagrados en la “edad media”

vela-encendida(Luis Alberto Gonzalo-Díez, cmf) Ya sabéis que no me gusta referirme a los consagrados como un bloque uniforme. Hay un grupo dentro de los consagrados que están, años arriba o abajo, en torno a los cuarenta. Es una etapa especial, y creo que merece una reflexión. Dicen todos los tratados que es la edad de producir. Recomiendo, vivamente, a Javier Garrido sobre este particular. La sociedad te dice que eres joven, tu congregación que debes tomar decisiones y tu interior te asegura que una etapa se ha cerrado y te respiras ya adulto.

Somos generaciones que procedemos del “bienestar”. Aquellos grupos juveniles de los 80 a ritmo de Kairoi templaron inquietudes que las congregaciones supieron acoger. Años de formación en Cartuja, Deusto, Comillas o Pontificia nos configuraron. Y así surgió una franja de religiosos que, sin ser numerosa, es el “grupo” puente entre las promociones grandes de ayer y el aparente invierno vocacional de hoy.

Los que hoy estamos en torno a los cuarenta, somos generaciones “metidas en harina…”. Conocemos las “mie- les” del gobierno y el sabor de la responsabilidad. Con humildad, me atrevo a afirmar que los que acompañaron nuestra formación supieron forjarnos para un cambio de época, aunque no nos liberaron -no podían hacerlo- del choque que supone integrar la misión desde la debilidad.

Nuestros contemporáneos son matrimonios luchando en el día a día. Hijos, trabajos e hipotecas, vienen a sumarse al arte de cumplir cuarenta años. Para aquellos que creen que muchos de esta generación están (o estamos) bajo el síndrome de Peter Pan, conviene recordarles que hace tiempo, nuestra edad llegó al convencimiento de que “había que hacer y proponer…” apagando algo la espontaneidad, pero sin el lastre de nostalgias de tiempos pasados, porque no son nuestros. 

Este fin de mes he tenido oportunidad de contactar con consagrados de estas edades.  Una “maratón” de acompañamiento en la formación con Hermanitas, Salesianas y Maristas me ha evocado pensar en la edad media. Y, además, hacerlo con alegría, porque he percibido serenidad. Entre viaje y viaje, ha caído en mis manos la última obra de Baumann, El arte de la vida. Creo que me ha impulsado todavía más. Contactar con los consagrados que están trabajando, y lo están haciendo bien, me lleva a afirmar que la generación de la “edad media” está en su sitio: conoce el presente y está confiada en el futuro. Porque ya trabaja para él.

Los consagrados de estas edades están al pie del cañón. Conscientes de necesitar tiempo para pensar, porque el ritmo del día puede ser frenético. Insertos en medio de obras y comunidades, sin conciencia de problema generacional, pero sin pensar como ancianos. El realismo, de momento, no apaga la inquietud. Se siguen haciendo propuestas, aunque el silencio social exige aguzar todavía más el ingenio.

Un antiguo compañero de la Pontificia me decía lo siguiente: “En mi congregación soy un joven, en la calle soy un señor, para mis alumnos soy un ‘carroza’, ante Dios sigo con mi batalla de los primeros años… y en todos los sitios tengo 45 años“. Quizá esta caricatura ayude a fijar en qué parada estamos los consagrados.

Hay palabras que nos duelen y no queremos traicionar. Si la solidaridad no nos afecta, sabemos que no es. Hemos experimentado el “sufrir por Cristo”, por eso sabemos que creemos. Horas de estudio y trabajo, capítulos, reuniones, acompañamiento, comunidad, oración y celebración… nos recuerdan que somos “nosotros” frente a un “yo” que se quiere afirmar. Somos hombres y mujeres de Iglesia. Porque ha estado muy presente en nuestra formación y orígenes el trabajo en comunión. La misión compartida nos ha abierto expectativas y no pocos dolores porque siempre es más frágil el logro que el proyecto. Pero, en conjunto, se trata de una generación de consagrados que está ahí y todavía se hace preguntas, no para quedarse en ellas, sino para irlas respondiendo a diario desde el compromiso.

MIRADA CON LUPA

Cuidado con el realismo y la soledad del “maduro”. “Conocerlo todo y quedarse con lo bueno” invita más bien a la utopía; a volver a empezar.

La disposición de entregarse por entero al Reino no se puede acomodar o condicionar. Urge la claridad. Trabajar sí, y hacerlo con intensidad, pero cuidando el “desde dónde”: la comunidad. 

Esta edad trae consigo el realismo y la madurez. Parece que también el escepticismo y el cálculo. A los cuarenta no se puede perder la espontaneidad y la gratuidad en el amor… Si se pierden, no hay quien las pueda “salar”… A los cuarenta no basta quedarse; hay que “iluminar”.

lagonzalez@vidanueva.es

En el nº2.650 de Vida Nueva.

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