¿La medicina de la misericordia?

(Juan María Laboa) El decreto de excomunión se refería directamente a los cuatro obispos ordenados al margen del Derecho, pero no olvidemos que advertía que los fieles y sacerdotes que dieran su asentimiento al acto cismático incurrían en la misma pena. El nuevo decreto no habla del tema. El anuncio del levantamiento de la excomunión de los cuatro obispos lefebvristas ha desconcertado a los católicos, escandalizado a buena parte de los franceses, embarazado a muchos obispos que han realizado verdaderas piruetas verbales para explicarlo a sus fieles, pero no por el acto de misericordia, sino por las concesiones ofrecidas. Toda esta historia resulta sorprendente, desde la Comisión ‘Ecclesia Dei’, tal vez puesta bajo la dirección de Castrillón, cardenal colombiano crítico con el Concilio, para acercarse a los cismáticos, aunque la firme postura de la Fraternidad de San Pío X, que exigía la rendición no lo ha permitido.

Con Benedicto XVI se produjo un cambio de clima, no tanto entre los cismáticos cuanto en el Pontífice, con la razón repetida de que “es explícito objetivo del Pastor la llamada a la unidad”, objetivo, obviamente, participado por Juan Pablo II, que los excomulgó. Castrillón reveló que los lefebvristas impusieron como condición previa a un diálogo la liberalización del Misal de 1962 y el levantamiento de la excomunión. El Papa ha respondido con una generosidad desbordante: ha liberalizado el uso del Misal de Pío V para todos, la inmensa mayoría de los cuales nunca había planteado el tema, con la sorprendente posibilidad de que cualquier grupo de cristianos, con tan escasa capacidad de intervenir en la Iglesia, puede exigir la celebración de uno de los ritos. De tapadillo, unos y otros, repiten como explicación el indigno argumento de las exageraciones litúrgicas posconciliares.

Ahora ha llegado el levantamiento de la excomunión, sin necesidad de arrepentimiento ni rechazo del cisma ni aceptación del Concilio. El cardenal Re explica que “se trata de estabilizar las condiciones del diálogo”, pero queda la duda sobre su consistencia, dado que Roma ha aceptado las exigencias de los rebeldes sin pedir nada en contrapartida. Algunos afirman que el levantamiento de la excomunión no es una rehabilitación, pero no entendemos muy bien qué quiere decir esto: se ha levantado la pena impuesta y, de algún modo, se acepta el cuerpo cismático en cuanto se afirma que el siguiente paso consistirá en delimitar su configuración, sin cuestionar que sus jefes son los cuatro obispos rehabilitados… y que los cientos de sacerdotes y fieles se mantienen en sus trece. Se insinúa, incluso, en la posibilidad de una prelatura personal… ¿de anticonciliares?

En sus trece

Los lefebvristas no se han movido un centímetro de su posición. Al día siguiente de la publicación del documento romano se dijo en el púlpito de San Nicolás de Chardonet, la sede emblemática de la Fraternidad en París, que con su regreso es la Tradición la que regresa a la Iglesia y que ellos aceptan los concilios hasta el Vaticano II. Los obispos franceses insisten en que “en ningún caso el Concilio Vaticano II será negociable”, pero ¿puede serlo su interpretación? ¿Existe la tentación de aguar el Concilio con el fin de hacerlo más digerible y la reconciliación posible? De hecho, estos cismáticos han conseguido introducir en la Iglesia un argumento engañoso, el de que fue un concilio pastoral, es decir, falible, y no dogmático e infalible. ¿Es por eso que Castrillón y otros hablan de que los cismáticos tienen que “reconocer teológicamente el Concilio”? ¿El ecumenismo, la libertad de conciencia, la supresión de la teología del pueblo de Dios “deicida” serían sólo dificultades pastorales? ¿Llegaremos a poder elegir la misa y el concilio que nos gusten?

No creo desviarme si me llama la atención la desproporción entre el rigorismo existente en temas bioéticos, la intransigencia hacia cualquier opinión teológica que no coincida con la teología “oficial”, el ataque sin fisuras a quienes buscaban un diálogo sobre Educación para la Ciudadanía, y esta actitud de paterna misericordia con personas que mantienen una actitud cismática recalcitrante. En la Iglesia española hemos levantado un muro entre los míos y los otros, los muy fieles y la amplia diáspora discrepante, pero alzamos himnos de alegría en latín ante esta renovación del “hijo pródigo”. Podemos maltratar a los hijos que conviven junto a nosotros, pero somos generosos con los hijos pródigos del exterior, aunque no muestren rasgos de arrepentimiento. El pastor de la parábola se afana por la oveja perdida, pero mima igualmente a las que han quedado en el redil.

Es bueno y necesario que la Iglesia sea un espacio de comunión y acogida, pero, no parece de recibo el uso de diversas medidas, y, en cualquier caso, no a costa del Concilio.

En el nº 2.647 de Vida Nueva.

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