La deriva bélica en Gaza centra la atención de la Santa Sede

Benedicto XVI advierte, además, contra los riesgos de la crisis financiera: “La pobreza amenaza la convivencia”

(Antonio Pelayo– Roma) A pocos días del trascendental discurso que pronunciará el 8 de enero en la Sala Reggia del Palacio Apostólico ante el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, Benedicto XVI ha vuelto a proclamar su tristeza por la deriva bélica en la Franja de Gaza y su preocupación ante las catastróficas consecuencias de un cierre en falso de la crisis que ha sacudido las finanzas del mundo y las economías de países y personas en los cinco continentes.

El 1 de enero, el Pontífice presidió la Eucaristía en la Basílica de San Pedro para conmemorar la solemnidad de María Santísima Madre de Dios y, al mismo tiempo, la XLII Jornada Mundial de la Paz. Concelebraron con Joseph Ratzinger el secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone; el cardenal Renato R. Martino, presidente del Pontificio Consejo ‘Justicia y Paz’; el sustituto de la Secretaría de Estado, Fernando Filoni; el secretario para las Relaciones con los Estados, Dominique Mamberti, y el secretario de ‘Justicia y Paz’, Giampaolo Crepaldi. Como diáconos asistían los cardenales Jean-Louis Tauran y Javier Lozano Barragán.

El espacio habitualmente reservado al Cuerpo Diplomático se encontraba casi al completo, y con los embajadores y jefes de misión presididos por su decano, el embajador de Honduras, Alejandro Valladares, tomaron asiento el asesor de la Secretaría de Estado, Gabriele Caccia, y el subsecretario para las Relaciones con los Estados, Pietro Parolin. Entre los cardenales presentes, el decano del Colegio, Angelo Sodano, y quien fue durante muchos años activo responsable de ‘Justicia y Paz’, Roger Etchegaray.

La homilía del Papa fue una glosa conjunta de los textos bíblicos leídos durante la liturgia de la Palabra y del lema de la Jornada, Combatir la pobreza, construir la paz, a la luz del misterio redentor, ya que “la historia terrena de Jesús, culminada en el misterio pascual -afirmó- es el inicio de un nuevo mundo porque ha inaugurado realmente una nueva humanidad, capaz, siempre y sólo con la gracia de Cristo, de realizar una ‘revolución’ pacífica. Una revolución no ideológica, sino espiritual, no utópica, sino real, y por eso necesitada de infinita paciencia, de tiempos algunas veces larguísimos, evitando cualquier atajo y recorriendo el camino más difícil: el camino de la maduración de la responsabilidad en las conciencias”.

Contra la injusticia

El Papa marcó la diferencia entre “la pobreza escogida y propuesta por Jesús, y la otra pobreza que hay que combatir para hacer el mundo más justo y estable”; una pobreza, esta última, que “ofende la justicia y la igualdad y que como tal amenaza la convivencia pacífica. En esta acepción negativa entran también las formas de pobreza no material que se encuentran incluso en las sociedades ricas y prósperas: marginación, miseria de las relaciones, moral y espiritual”.

Citando su Mensaje hecho público con ocasión de la Jornada, el Papa denunció “la inaceptable carrera para acrecentar los armamentos”, que es una flagrante violación de la Carta de la ONU que se compromete a reducirlos a lo mínimo. Al referirse a la actual crisis económica global, dijo que hay que considerarla como un banco de pruebas: “Estamos dispuestos a leerla en su complejidad como un reto para el futuro y no sólo como una emergencia a la que se dan respuestas a corto plazo. Estamos dispuestos a hacer juntos una revisión profunda del modelo de desarrollo dominante para corregirlo de modo concertado y previsor. Lo exige, en realidad más que las dificultades financieras inmediatas, el estado de salud ecológica del planeta y, sobre todo, la crisis cultural y moral, cuyos síntomas son ya evidentes desde hace tiempo en todas las partes del mundo”.

La soluciones o fórmulas sugeridas por Benedicto XVI no son, lógicamente, técnicas, sino éticas: “Para combatir la inicua pobreza que oprime a tantos hombres y mujeres y amenaza la paz de todos, es necesario redescubrir la sobriedad y la solidaridad como valores evangélicos y al mismo tiempo universales. Esto lleva consigo opciones de justicia y de sobriedad, opciones además obligadas por la exigencia de administrar seriamente los limitados recursos de la tierra”. Citó el ejemplo de san Francisco de Asís y recalcó que “para combatir la miseria, tanto material como espiritual, el camino que debe recorrerse es el de la solidaridad que ha impulsado a Jesús a compartir nuestra condición humana”.

No podía el Papa no referirse, en una celebración sobre la paz, a la última y sangrienta fase del conflicto israelo-palestino. “A María – señaló- confiamos el profundo deseo de vivir en paz de la gran mayoría de las poblaciones israelí y palestina, una vez más puesto en peligro por la masiva violencia explotada en la Franja de Gaza como respuesta a otra violencia. También la violencia, también el odio y la desconfianza son formas de pobreza -tal vez las más tremendas- que debemos combatir”.

Ya a la hora del Angelus, y hablando a la numerosa multitud de la Plaza de San Pedro, el Papa invitó a los gobernantes y a todos los ciudadanos del mundo a “no desanimarse frente a las dificultades y fracasos” y saludó a los participantes en la marcha pacífica organizada por la Comunidad de San Egidio en Roma y en otros 70 países. “El año nuevo -dijo, invitando a la esperanza- comienza con los pasos de los buscadores de la paz”. También saludó en francés a un grupo de jóvenes libaneses que habían peregrinado a Roma como mensajeros de un país donde la violencia de las armas reaparece con trágica continuidad.

El 4 de enero, Benedicto XVI volvió a alzar su voz para pedir el alto el fuego en Gaza: “Los patriarcas y jefes de las Iglesias cristianas de Jerusalén, hoy en todas las iglesias de Tierra Santa invitan a los fieles a rezar por el fin del conflicto en la Franja de Gaza y a implorar justicia y paz para su tierra. Me uno a ellos y os pido también a vosotros que hagáis lo mismo, recordando, corno dicen ellos, a las víctimas, los heridos, a cuantos tienen el corazón destrozado, viven en la angustia o en el miedo para que Dios les bendiga con el consuelo, la paciencia y la paz que vienen de Él”.

Llamada a las autoridades

“Las dramáticas noticias que nos llegan de Gaza -añadió una vez que confirmada la invasión terrestre de las tropas de Israel en el territorio controlado por Hamas- muestran cómo el rechazo del diálogo lleva a situaciones que pesan de modo indecible sobre las poblaciones una vez más víctimas del odio y de la guerra. La guerra y el odio -y aquí su voz se hizo aún más grave- no son la solución de los problemas. Lo confirma también la historia más reciente. Pidamos, pues, al Niño del pesebre para que inspire a las autoridades y a los responsables de las dos partes, israelí y palestina, una acción inmediata que ponga fin a la actual trágica situación”.

Sigo con viva aprensión -volvió por fin a decir el día de la Epifanía, cuando empezaban a dibujarse las posibilidades de una tregua humanitaria- los violentos encuentros armados que se suceden en la Franja de Gaza. Mientras vuelvo a afirmar que el odio y el rechazo del diálogo sólo conducen a la guerra, quiero animar las iniciativas y los esfuerzos de todos aquéllos que están intentado ayudar a israelíes y palestinos a sentarse alrededor de una mesa y a hablar”.

Con fecha de 31 de diciembre de 2008, L‘Osservatore Romano publicaba un artículo titulado “En vigor la nueva ley sobre las fuentes del derecho” del que es autor el eminente jurista español monseñor José María Serrano, auditor durante muchos años de la Rota Romana y actual presidente del Tribunal de Apelación del Estado de la Ciudad del Vaticano. Serrano fue nombrado en 2007 presidente de una comisión para la revisión de la ley sobre las fuentes del Derecho vaticano, y el artículo en cuestión es un poco la síntesis de los trabajos de dicha comisión.

La “noticia” más importante dada por Serrano es que el 1 de enero de 2009 ha entrado en vigor una nueva ley sobre las fuentes del Derecho que sustituye la hasta ahora vigente en el Estado vaticano y que se remonta al 7 de junio de 1929, año en que se firmaron los famosos Pactos de Letrán entre el Estado italiano y la Santa Sede que dieron lugar al nacimiento del ente jurídico internacional llamado Estado de la Ciudad del Vaticano, reconocido como tal universalmente.

En sustancia, esta nueva ley forma parte de un proceso abierto el 26 de noviembre de 2000 con la proclamación de la nueva ley fundamental y que culminará con la creación de un corpus jurídico vaticano de nuevo cuño. Según explica el autor del artículo, la ley del Estado vaticano -que no debe confundirse con las leyes eclesiásticas recopiladas en el Código de Derecho Canónico- tiene como fuente principal las normas de la comunidad eclesial y como “fuente supletoria” la legislación italiana. Y aquí se ha introducido un cambio significativo. “Mientras en la ley precedente -escribe Serrano- actuaba una especie de recepción automática que se presumía como regla sólo excepcionalmente rechazada por motivos de radical incompatibilidad con las Leyes Fundamentales del ordenamiento canónico o de los tratados bilaterales, en la nueva disciplina se introduce la necesidad de una previa recepción por parte de la competente autoridad vaticana”. El autor indica tres razones para este cambio de actitud: “El número verdaderamente exorbitante de las normas del ordenamiento italiano”, “la inestabilidad de la legislación civil muy mutable” y -esta parece ser la razón básica- “un contraste, con demasiada frecuencia evidente, de esas leyes con principios no renunciables por parte de la Iglesia”. Cualquier observador de la realidad de este país, aunque no sea experto en Derecho, coincidirá con esta visión objetiva de los hechos.

POR LA SEPARACIÓN IGLESIA-ESTADO

Han sido, como era lógico esperar, muy numerosos y diversos los comentarios que ha suscitado la decisión vaticana de sustituir la ley sobre las fuentes del Derecho. Algunos tan fuera del tiesto que han provocado este comentario del director de L’Osservatore Romano, Gian Maria Vian: “Es sólo una cuestión de sentido común o, por decirlo en términos tomistas, de ordenamiento racional de las leyes de la Ciudad del Vaticano”. Según el líder radical Marco Pannella, sin embargo, el Vaticano habría violado el Concordato vigente entre Italia y la Santa Sede. A lo cual ha respondido Giuseppe della Torre, presidente del Tribunal del Estado de la Ciudad del Vaticano: “Siendo la Ciudad del Vaticano un estado independiente y soberano, puede modificar todas su leyes como le parezca. Todo estado quiere proteger su proprio ordenamiento jurídico de la intromisión de valores que sean incompatibles con los principios del propio ordenamiento jurídico”. Otros juristas han puesto de relieve que, de este modo, el Vaticano quiere protegerse contra la posible promulgación de algunas leyes italianas sobre la eutanasia, por ejemplo, que considera inaceptables bajo todo punto de vista. El ex embajador Sergio Romano, habitual comentarista del Corriere della Sera, escribía el 6 de enero esta sensata reflexión: “Es perfectamente comprensible que el Vaticano haya alzado a lo largo de la frontera de la Plaza de San Pedro una invisible área jurídica. No comprendo por qué los laicos deban entristecerse y fastidiarse. A mí me parece que con esta ley la Santa Sede ha hecho una buena contribución a la separación entre la Iglesia y el Estado”.

En el nº 2.643 de Vida Nueva.

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