Andrea Cordero Lanza di Montezemolo: “En Oriente Medio hay un problema político, no una guerra de religiones”

Cardenal arcipreste de la Basílica de San Pablo Extramuros

(Texto y fotos: Darío Menor) El cardenal Andrea Cordero Lanza di Montezemolo tiene un currículum apabullante. Es arquitecto, fue partisano durante los años de la lucha antifascista y, durante más de dos décadas, desempeñó labores del más alto nivel en el servicio diplomático vaticano. Después de servir como nuncio apostólico en Papua-Nueva Guinea y las Islas Salomón, fue destinado a Centroamérica, donde vivió los años de la revolución sandinista. Más tarde sería destinado a Uruguay, país que todavía le recuerda con la gran cruz que luce en una céntrica plaza de Montevideo.

En 1990 comenzó el que tal vez sería su más delicado trabajo: la representación apostólica en Tierra Santa. Durante ocho años se volcó en la unión de los católicos de la región y en el establecimiento de relaciones entre la Santa Sede e Israel, algo que consiguió, como reflejan los Acuerdos Fundamentales firmados en 1993.

Volvió a Europa para encargarse de la Nunciatura en Italia primero y, más tarde, fue elegido para revitalizar la Basílica de San Pablo, de la que es su primer arcipreste desde 2005. Suyo es el proyecto para rehabilitar el complejo y suya es la idea de celebrar el bimilenario del nacimiento de Pablo con el Año Paulino, que tanto éxito está teniendo.

Culto y accesible, el cardenal repasa con Vida Nueva, en un perfecto español, sus años de servicio en los cinco continentes y analiza la actualidad de la Iglesia. 

Nuncio en una ‘guerra’

¿Qué recuerdos guarda de su etapa en América Latina?

Primero estuve en México, en los años 60. Posteriormente fui destinado a Centroamérica como nuncio entre los años 1980 y 1986, durante la época del régimen sandinista en Nicaragua. Al mismo tiempo también era nuncio en Honduras, país que albergaba a la contrarrevolución. No fue fácil ser nuncio en dos países que estaban prácticamente en guerra. A principios de los años 80, un día logré que los presidentes de ambos países se encontraran. Fue una negociación difícil. Cada uno me dijo que recibiría a su homólogo si acudía a su propio país, pero ninguno estaba dispuesto a desplazarse. Finalmente conseguí que se encontraran en un puente que estaba situado en la frontera. Aquella época resultó bastante complicada, aunque logramos incluso una visita del Papa a la Nicaragua sandinista. Hubo muchas dificultades entonces, pero guardo un recuerdo muy hermoso de aquellos años, en los que disfruté mucho. Después de Centroamérica me enviaron a descansar a Uruguay, donde mi labor como nuncio fue mucho más tranquila. He dedicado a América Latina buena parte de mi vida, pero hace ya casi veinte años que no la visito. Como nuncios, cada poco tiempo cambiamos de continente, por lo que no he tenido la oportunidad de retornar. A mí me ha tocado cambiar siete veces de destino. Cada vez significaba empezar de cero en un mundo diferente, con problemas que a veces se repetían y que en otras ocasiones eran totalmente distintos. 

Uno de sus destinos ha sido Israel. ¿Cómo recuerda su experiencia como nuncio en aquel país?

Israel fue una historia completamente distinta a la de América Latina. Me enviaron allí en 1990 y cuando llegué no había ninguna relación entre la Iglesia católica y el Estado israelí. Arribé con el nombramiento de Delegado Apostólico para Jerusalén y Palestina, que es un enviado ante la Iglesia local, no ante el Gobierno, ya que entonces no había relaciones. La situación en Oriente Medio es muy distinta a la de otros países del mundo porque los cristianos están muy fraccionados. Los mismos católicos tienen siete comunidades distintas en esta región. Luego están los cristianos no católicos, como los ortodoxos o los protestantes. Había mucha confusión y, en mi opinión, es un escándalo que haya tantas divisiones entre personas de la misma fe. Algunas diferencias son inevitables y nacen de la cultura y la liturgia. Otras, sin embargo, son evitables. Uno de mis esfuerzos, pues, fue intentar la unión entre las comunidades católicas.

Statu quo complejo

Las diferencias, sin embargo, siguen estallando hasta en la actualidad, como prueban las recientes peleas entre distintas comunidades en el Santo Sepulcro. 

Han existido desde siempre. Además, hay que subrayar que la trifulca no fue entre católicos, sino entre armenios y ortodoxos griegos. Desde hace dos siglos existe un régimen de statu quo acordado por tres garantes. Para los católicos, el garante es el custodio de Tierra Santa. Los otros dos son el patriarca ortodoxo griego y el patriarca armenio. Se trata de un régimen de derecho no escrito, pero muy claro, con muchos detalles y respaldado por la tradición. Parte de los problemas nacen de la implantación de alfombras por parte de los armenios en su territorio. Ellos prohíben que los demás las pisen, por lo que, cuando esto ocurre, comienzan las trifulcas. En los últimos tiempos hubo bastante respeto, pero cuando se producen peleas se trata de algo muy feo. Cuando coinciden los calendarios de las distintas comunidades también es más fácil que haya problemas. Todos celebran al mismo tiempo, por lo que cada uno comienza a hacer más ruido y estrépito y termina convirtiéndose en un espectáculo lamentable. 

¿Cómo trabajó para favorecer la unidad de los católicos en Tierra Santa?

Uno de mis esfuerzos estuvo encaminado a establecer una suerte de conferencia episcopal entre los católicos, algo que hasta entonces no existía. 

Trabajamos mucho con los obispos y presentamos un proyecto en Roma. Sorprendentemente, la Santa Sede rechazó la iniciativa. Esta negativa se debió a que la Conferencia Episcopal, según el derecho canónico, es un elemento de las comunidades latinas. En el derecho oriental, las reglas son distintas. No se podía llamar Conferencia Episcopal, por lo que cambiamos el nombre y la llamamos Asamblea de los Ordinarios Católicos de Tierra Santa. Fue aprobada de inmediato. Se trataba sólo de una cuestión jurídica. Así se respetaban las distintas tradiciones. El Papa reconoce que cada una de las comunidades y grupos católicos tienen su cultura y liturgia diferente. Nadie quiere cancelar estas diferencias, solamente se pretende que exista un mayor entendimiento entre todos los católicos. Al fin y al cabo, nuestra fe es común. Desde que establecimos esa Asamblea, se pudo trabajar muy bien, con unas líneas de actuación comunes para todos. 

¿De dónde cree que nacen los problemas de los católicos en Oriente Medio?

Desafortunadamente, los católicos están en una situación política, económica y social muy difícil. Se debe tener claro que todas las dificultades que hay en Oriente Medio no tienen una base religiosa, sino que tienen una matriz política, económica y social. Siempre he creído que no se trata de una guerra de religiones. Las distintas fes, sin embargo, deberían ayudar a facilitar el entendimiento en el campo de la política. Así, en la vida de todos los días la situación sería mejor. Durante mi estancia en Oriente Medio considero que se realizó un gran trabajo entre los católicos. Fue algo muy bueno. Uno de los mayores problemas es que los católicos y los cristianos, en general, tratan de abandonar la región. Este fenómeno se ve apoyado en que tienen una mayor educación. Las escuelas de la Iglesia son muy buenas, capacitan a los jóvenes. Luego existe el problema de que están en una sociedad en la que no encuentran trabajo, ya que en Israel es difícil hallar un empleo siendo cristiano. Debido a esta situación, muchos optan por emigrar. Cuando llegué a la zona, a principios de los años 90, decían que el porcentaje de cristianos era del 3%, mitad católicos y mitad de otras Iglesias. Hoy creo que no llega al 2%.

¿Piensa que hay riesgo de que desaparezcan los cristianos de Oriente Medio?

Sería demasiado hablar de desaparición, pero es evidente que existe una disminución. Mientras continúe esta situación, el número de cristianos será cada vez menor. Hay que resolver la cuestión política y social, la imposición de guerras por parte de poderes occidentales. Hasta que todo esto no se supere, no se podrá encontrar una verdadera paz, que sea justa y que respete los derechos de todos. Aunque se habla de proceso de paz, éste no camina. Mientras no cambie la situación y se cumplan las resoluciones de Naciones Unidas, que son muy claras, no podrá tener éxito. Pienso que existe un gran cansancio general en el proceso de paz de Oriente Medio. 

¿Qué significado puede tener el próximo viaje del Papa a Tierra Santa?

Creo que todavía se trata de un escenario difícil, porque aún hay dificultades. Cuando yo era nuncio, Juan Pablo II me decía cada año: “¿Cuándo puedo ir?”. Él deseaba mucho visitar Tierra Santa, pero yo le decía siempre que la situación no era favorable. Así fue hasta 1997. Aquel año, el ambiente era algo mejor y a su habitual pregunta, le respondí: “Cuando quiera, Santo Padre, hay riesgos y dificultades, pero se pueden resolver”. Él se quedó sorprendido y me pidió que de inmediato preparásemos el viaje. 

Ansiado viaje

¿Cree que el contexto de entonces se da ahora con respecto al próximo viaje de Benedicto XVI?

En este momento no estoy allí y no puedo juzgar la situación como entonces. Deseo que sí se pueda llegar a un entendimiento. Sabemos que la visita del Papa siempre es un acontecimiento de un importancia histórica. Así ocurrió en las cuatro visitas papales que se produjeron en los países en los que fui nuncio. Espero que Benedicto XVI pueda ir. 

Vayamos ahora a las cuestiones que en este momento le ocupan, como es, sobre todo, el desarrollo del Año Paulino, que durará hasta el próximo mes de junio. ¿De momento se están logrando sus expectativas?

La idea del Año Paulino se me ocurrió hace tres años para celebrar el bimilenario del nacimiento de san Pablo. Yo se lo comenté al Papa, quien se entusiasmó y me dijo de inmediato que sería una buena forma para que los católicos conocieran mejor a Pablo. Me pidió también que todas las actividades que hiciéramos tuvieran un sentido ecuménico. La idea es que los cristianos hagamos siempre juntos lo que es mejor no hacer separados. Al principio costó que arrancara, pero ahora el Año Paulino está teniendo un éxito que no podía ni imaginar. Llegan continuos grupos de peregrinos de todo el mundo. En una estadística que realizamos a final de verano vimos que son unas 5.500 las personas que cada día visitan la Basílica. Este número ha ido creciendo y esperemos que sea así hasta el final del Año Paulino, que será el 29 de junio de este 2009. Durante esta celebración están teniendo lugar importantes eventos de gran significado ecuménico, conciertos de música sacra y sesiones de lectura y reflexión de los textos de san Pablo. 

En el nº 2.643 de Vida Nueva.

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