Actividades ‘extraescolares’ que cambian el mundo

Alumnos de los Clérigos de San Viator aprenden y practican la solidaridad

(Fran Otero) Dice Fiódor Dostoievski en su novela El Idiota que la belleza salvará el mundo. Hoy, en pleno siglo XXI, más de un centenar de años después, hay belleza -buena y verdadera- que puede hacerlo. En Madrid, como en muchos otros lugares, ésta se halla en un lugar humilde: el encanto lo tiene un colegio, de fachada triste y desvirtuada, con pocos alardes arquitectónicos pero muchas soluciones de urgencia.

Detrás de su rostro gris, el colegio concertado Nuestra Señora de Fátima, en el distrito de Usera, dirigido por los Clérigos de San Viator, esconde una riqueza que, lamentablemente, no suele aparecer en los titulares de los periódicos o en los reportajes de las televisiones. Sí se publican estudios que dicen, por ejemplo, que más del 50% de los escolares cree que los inmigrantes quitan puestos de trabajo y aumentan la delincuencia.

El trabajo silencioso que desde hace cuatro años se viene realizando en el Colegio Nuestra Señora de Fátima a través del Departamento de Pastoral y Educación en Valores está dando frutos, en  palabras de Dostoievski, salvando al mundo. Se trata de “acercar las cosas” de Dios a los alumnos, y, como dice el “motor” de Departamento, la profesora de ESO, Paloma Montero: “Llegar a Dios desde lo social”.

Con esta percepción y con el ejemplo del ideario viatoriano, un grupo de profesores -un 50% del claustro se implica en las actividades solidarias- inicia cada año una experiencia gratificante, pero no por ello no difícil o agotadora. Requiere tiempo y muchas renuncias, entre otras, a la comodidad, ocio o tiempo libre.

Una doble misión

Las actividades que lleva a cabo este Departamento cumplen una doble misión. La primera afecta a los propios alumnos del centro -muchos tienen problemas de convivencia y viven en ambientes conflictivos-, a los que trata de ofrecer alternativas de ocio, un mayor conocimiento de otras realidades y una cultura de la solidaridad. Como explica Montero, se trata de que “sean más felices”, porque, lo dice por experiencia, estas actividades “llenan de verdad”.

También se pretende fomentar el trabajo en equipo para mejorar la autoestima y experimentar la satisfacción de hacer algo por los demás y educar en los valores del respeto, tolerancia, esfuerzo, responsabilidad y solidaridad a través de la convivencia, la música, el canto, la danza y el teatro, sin olvidar la transmisión del hecho religioso y el conocimiento de Jesucristo y su mensaje. 

Cuenta también Paloma Montero, entre las numerosas anécdotas que guarda en su bolsa de labor social, la actitud de los alumnos y la respuesta que ofrecen tras participar en las actividades del colegio. La respuesta es parecida en muchos casos y se resume en la confidencia de un alumno: “Gracias, porque ha sido la mejor experiencia de mi vida”.

Entre las actividades “estrella” destaca el Festival Solidario. Se prepara durante varios meses y requiere muchas horas extra por parte de profesores y alumnos; además, cumple la segunda misión: ayudar a países en vías de desarrollo. En este caso, el centro está hermanado con un colegio, también de los viatores, en Ouagadougou (Burkina Faso) y por ello ofrecen becas a sus alumnos, para que puedan acceder a la escuela y a una alimentación equilibrada.

En total, los estudiantes que participan aportan dos euros cada trimestre, cantidad a la que habría que añadir las colaboraciones de amigos y las recogidas en el citado festival, en los talleres y mercadillo de artesanía, en la cena solidaria y también en la venta de libros regalados para la ocasión. En total, se suelen reunir cerca de 6.000 euros anuales.

Con esta recaudación se conceden alrededor de 44 becas de estudio y comedor para alumnos del centro de la capital de Burkina Faso. La mayor parte de los beneficiarios son chicas, en un 60%, y sus edades comprenden de los 9 a los 27 años, ya que algunas, por diversas razones, no han podido empezar a estudiar antes.

Otro de los puntos cumbre del año es la celebración de la llamada Convivencia Artística, a la que acudieron este último año 90 jóvenes y más de 20 profesores. Con el pretexto de preparar el Festival Solidario, los estudiantes y maestros se acercan a las diversas culturas del mundo para conocerlas y valorarlas. Durante un fin de semana, se agrupan varias actividades, entre las que destacan los talleres artísticos, la formación en solidaridad, los juegos y, por último, la evaluación. Entre los talleres, destacan los de danza, con clase de capoeira, danza del vientre, batucada; y los de música, con percusión -se construyen cajones-, grupos de rock, de cámara y folk. Además, ofrecen clases de artes marciales, cocina, elaboración de jabones, fotografía, tatuajes…

En un principio, los talleres eran impartidos por profesores, pero a medida que pasan los años son los alumnos más implicados los que toman el relevo. Además, se mantienen durante todo el curso y, de este modo, los jóvenes están comprometidos. Por ello, representantes de todos los niveles del centro se reúnen cada dos semanas para trabajar y programar todas las actividades que se desarrollan durante el año.

Paralelamente, se puso en marcha un coro con el objetivo de animar las celebraciones colegiales de san Viator y Fátima, y que ofrecía en principio un pequeño concierto en el Festival Solidario. Debido al éxito de participación, los profesores encargados apostaron más tarde por participar en el Certamen de Coros Escolares de la Comunidad de Madrid.

Gracias a toda esta labor, el pasado año el centro ganó el Concurso de Iniciativa Solidaria que organiza Jóvenes del Tercer Mundo, y como premio llevaron a ocho alumnos a visitar el Proyecto Sur que tiene la ONG de los salesianos en República Dominicana. Allí entraron en contacto con otros jóvenes como ellos que, gracias a este bello propósito, consiguieron salir de la calle y convertirse hoy en educadores, líderes de esos mismos proyectos. Cuenta Montero que el viaje cambió totalmente la perspectiva de los jóvenes, y fe de ello da la carta que entregaron a los responsables del viaje antes de regresar a sus casas. Definieron lo vivido como “inolvidable y único”, y agradecieron la alegría y el cariño con los que los trataron. “A lo largo de esa semana nos dimos cuenta de lo afortunados que somos por haber podido compartir la realidad de otro país. Hasta que no lleguemos a Madrid y pase un tiempo, no asimilaremos del todo esta experiencia; sólo entonces seremos capaces de evaluar hasta qué punto somos capaces de cambiar nuestras vidas y hacerlas un poco más comprometidas con los problemas de mundo”, escribieron.

Casi 60 años en el barrio

Las actividades e iniciativas que llenan hoy los horarios del Colegio Nuestra Señora de Fátima no son fruto de la casualidad, sino del trabajo que llevan realizando casi 60 años los padres viatores en el barrio. Los primeros alumnos que pasaron por sus aulas procedían de las chabolas y casas de los alrededores; pertenecían a familias muy humildes que habían llegado a la capital en busca de un futuro mejor. 

Los que han vivido y crecido en torno a este centro, entre religiosos y asociados, han visto cómo su entorno ha ido cambiando poco a poco. El barrio se ha hecho más habitable y también más intercultural: hoy es puro reflejo de la sociedad. Hace años, Usera era un lugar de trabajadores sencillos. Ahora sigue siendo igual, pero con latitudes diferentes. Hay trabajadores con y sin ‘papeles’, gente que lleva ahí toda la vida, y el colegio, que ha visto pasar por sus clases a generaciones de alumnos, siempre con el objetivo de ofrecerles unos valores muy concretos.

En Nuestra Señora de Fátima, lejos de avergonzarse, se enorgullecen de ser reflejo de una sociedad, de educar en la pluralidad de culturas y religiones. Más que un problema, y así lo demuestran y lo dicen a viva voz, es una oportunidad para construir un mundo más justo y bello. En cierto modo, los padres viatores escuchan las palabras de Dostoievski, consiguiendo, a su manera y gracias a su belleza, franquear las barreras del mundo.

En el nº 2.642 de Vida Nueva.

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