La forja de un conquistador

Mongol

(J. L. Celada) Ya sea por los dos siglos de dominio mongol que soportó su país o por la fascinación que en él despierta el legendario artífice de tan vasto imperio, el caso es que el ruso Sergei Bodrov ha sucumbido al hechizo de uno de los hombres más célebres y poderosos de la antigüedad, Genghis Khan (1162-1227). Y la mejor prueba de ello es Mongol, una superproducción cuya hipnótica factura parece propia del mismísimo Hollywood, salvo por un pequeño detalle: aquí sí hay algo más que bellas imágenes y batallas espectaculares.

Fiel al proverbio que abre su nuevo trabajo, el director no desprecia al “débil cachorro”, a quien sigue desde sus primeros años para mostrarnos que realmente puede ser el “hijo de un tigre”. Pero tampoco concibe la hagiografía de un héroe, ni siquiera un relato histórico en su sentido más riguroso. Esta agitada travesía por las hazañas y escenarios (¡qué escenarios!) del protagonista va mucho más allá de fechas y datos, para instalarse en el terreno del frágil equilibrio entre la aventura y el romanticismo, el golpe de espada y el latido del corazón.

Como si de un western estepario se tratara, Mongol avanza al compás que marca el ciclo de las estaciones en paisajes infinitos y a menudo hostiles, sólo atemperados por el amor fiel de una esposa que potencia las virtudes más íntimas y nobles del gobernante. Su relación a prueba de secuestros, esclavitudes e hijos bastardos es, a la postre, el motor narrativo de la cinta. Porque nuestro conquistador se forja en el cuerpo a cuerpo con el enemigo, en el galope acelerado a caballo por la llanura sin fin, pero, sobre todo, al abrigo de esa choza de nómadas junto a los suyos.

La deslumbrante fotografía del filme da fe del rico costumbrismo mongol, de sus tradiciones y sus fantasmas. Pero eso, como cualquier multitudinario combate –hasta el más fratricida–, contribuye a configurar una imagen más verosímil del líder guerrero, aunque nunca la definitiva o la más ajustada, la que se alimenta de los vínculos familiares y las confesiones personales (miedos, anhelos, derrotas…). Ya lo dice otro proverbio del lugar: “El victorioso tiene muchos amigos; el vencido, buenos amigos”.

No conviene, por tanto, quedarse demasiado absorto ante la arrolladora fuerza visual de esta película, sino dar un paso más, para descubrir detrás de cada plano un matiz, una carga de profundidad, que nos ayudarán a reconstruir la leyenda de un mito y –lo que es más importante– la humanidad del intrépido e influyente Genghis Khan.

Urga, el territorio del amor (1991), de Nikita Mikhalkov, y La boda de Tuya (2006), de Quanan Wang, nos abrieron, no sin cierta aridez, a la realidad mongola. El impresionante documento que ahora nos ofrece Bodrov puede y debe ser una inmejorable oportunidad para seguir ampliando horizontes cinematográficos.

FICHA TÉCNICA

TÍTULO ORIGINAL: Mongol

DIRECCIÓN: Sergei Bodrov

GUIÓN: Arif Aliyev y Sergei Bodrov

FOTOGRAFÍA: Sergei Trofimov y Rogier Stoffers

MÚSICA: Tuomas Kantelinen

PRODUCCIÓN: Sergei Selyanov, Sergei Bodrov y Anton Melnik

INTÉRPRETES: Tadanobu Asano, Honglei Sun, Khulan Chuluun, Odnyam Odsurem, Aliya, Ba Sen, Amadu Mamadakov

En el nº 2.641 de Vida Nueva.

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