Germano Grachane: “Mis curas pasan hambre”

Obispo de Nacala (Mozambique)

(José Carlos Rodríguez Soto) “Don Germano, ¿qué piensa del segundo Sínodo Africano que se celebrará en el año 2009?”. Cuando formulo esta pregunta al obispo de Nacala (Mozambique), este hombre afable y amante de la charla sin prisas se levanta, abre una carpeta y me enseña orgulloso unas fotos recientes en las que se le ve con el Papa. “Fíjese bien. Benedicto XVI es un hombre de gran espíritu misionero, y su próxima visita a Camerún y Angola [en el próximo mes de marzo] es un gesto de cariño para con nuestra Iglesia africana. ¿Se acuerda de lo que dijo Pablo VI cuando visitó Kampala en 1969, que los africanos también teníamos que ser misioneros? Pues bien, en Europa ya hay sacerdotes negros que evangelizan, y con este intercambio estamos empezando a dar desde nuestra pobreza”.

Su respuesta me deja desconcertado, porque esperaba algo más directo sobre el Sínodo Africano. Pero, en seguida, me doy cuenta de que su respuesta muestra unos parámetros culturales muy propios de su continente. En África, la autoridad es un valor de primer orden, de ahí la referencia al Papa. Y, en todo caso, las respuestas raramente siguen una línea directa, como solemos hacer los europeos. Así me lo demuestran los derroteros por los que sigue su conversación.

¿Ha leído usted el libro Jesús de Nazaret? Allí el Papa dice que el mundo rico debe tener un corazón de buen samaritano para con África. El mundo desarrollado ha herido a nuestros pueblos, les ha asaltado, despojado de todo y dejado al borde del camino; por eso no puede desentenderse de nosotros, porque lo que ocurre en Congo, Darfur o Chad no son problemas puramente africanos. Muchos de los responsables de estas calamidades viven fuera de África”.

Y, finalmente, va al grano. “Pues bien. El tema del Sínodo Africano de octubre del año próximo es sobre la justicia, la paz y la reconciliación. Nosotros, en Mozambique, sabemos mucho de esto. En 1975 subió al poder un régimen marxista-leninista que declaró la guerra a la Iglesia, y también sufrimos una guerra que duró 17 años. Nos confiscaron nuestras propiedades, convirtieron las iglesias en cuarteles y nos despojaron de todo, pero los cristianos respondimos dando a nuestro país la mayor riqueza que teníamos: la paz y la reconciliación”.

Trabajo por la paz

Don Germano Grachane, religioso paúl, fue nombrado obispo de Nacala, en el norte, hace 18 años, cuando la mayor parte de la población vivía refugiada en el vecino Malawi o bien desplazada interna en su propio país a causa de la guerra civil. La Iglesia desempeñó un papel de primer orden como mediadora entre el Gobierno marxista y los rebeldes de la RENAMO, sobre todo por medio del obispo de Beira, don Jaime Gonçalves, quien contó con el apoyo de la comunidad de San Egidio. La paz llegó en 1992 y la fecha de la firma es, desde entonces, fiesta nacional en Mozambique. “Juramos no volver a la guerra nunca más”, asegura este obispo. Desde entonces, el país ha sido un ejemplo para el mundo por haber respetado escrupulosamente los acuerdos de pacificación y haber conocido desde entonces un crecimiento económico constante. “Nuestra Iglesia es muy bonita y tiene una gran autoridad moral. Sufrimos mucho, pero estamos orgullosos de haber trabajado por la paz y la reconciliación, y eso hace que ahora el Gobierno nos consulte y nos escuche”, concluye.

El nombre de su diócesis, Nacala e Isla de Mozambique, recuerda este lugar emblemático que fue la primera capital del país y el lugar donde llegaron los primeros misioneros (jesuitas) en 1489, con las expediciones portuguesas de camino hacia la India. “Ese año se celebró en mi diócesis la primera misa, cuando Vasco da Gama se detuvo algunas semanas para negociar con el sultán Mus Bin Mike. Por cierto, que fue la corrupción fonética de este nombre lo que dio origen al nombre de Mozambique”. 

Nacala tiene 1.700.000 habitantes, de los que el 16% son católicos. Para atender a sus 25 parroquias cuenta con 31 sacerdotes, 11 de ellos diocesanos. “Desde que soy obispo he ordenado casi a uno por año, pero me apena mucho haber perdido a varios por accidentes o enfermedades”. También reconoce que, aunque hay un buen número de jóvenes que piden entrar en el seminario, “falta el personal para formarlos adecuadamente”.

A esto se suma la falta de medios. “Creo no exagerar si le digo que mis curas diocesanos pasan hambre, porque la gente es pobre y no puede mantenerlos. Imagínese usted un sacerdote que tiene que atender en su parroquia a 115 comunidades dispersas por una enorme zona rural, no tiene coche y si tiene una moto durante los meses de las lluvias no puede pasar por la mayor parte de los caminos”. Para suplir esta carencia y hacer frente a otras necesidades cuenta con 65 religiosas y unos 3.000 catequistas que animan pastoralmente a las numerosas aldeas de su diócesis, y su formación requiere grandes esfuerzos para hacer frente a los nuevos retos: “Los musulmanes se expanden con fuerza, y también las nuevas sectas evangélicas, que son muchas y están muy bien financiadas desde los Estados Unidos. Muchos mozambiqueños van a trabajar a las minas de Suráfrica (donde son el 80% de la mano de obra) y cuando vuelven se han convertido a estos nuevos grupos”. 

Iglesia joven

Me llama la atención el hecho de que, después de una historia de más 500 años de evangelización, Mozambique haya empezado a tener sus primeros sacerdotes locales hace muy pocos años, un detalle que don Germano me confirma: “Cuando otros países africanos celebraron el primer centenario de su Iglesia –como Kenia, Congo, Nigeria o Uganda– tenían ya centenares de curas, pero en Mozambique, nuestro primer sacerdote (Alexandre Do Nascimento, posteriormente cardenal arzobispo de Maputo) fue ordenado en los años 60 del pasado siglo”.

Don Germano, que cursó estudios de Historia de la Iglesia, maneja con soltura datos y circunstancias que desgrana sin prisa: “Nuestros primeros misioneros, jesuitas, bautizaron al rey Monomotapa junto con 400 miembros de su casa en 1560, pero algunos miembros de su corte no veían con buenos ojos el cristianismo, y provocaron una revuelta con ayuda de los musulmanes. Esto paralizó la expansión de la Iglesia durante muchos años. Después, tras el reparto colonial en el siglo XIX, Portugal tuvo una sucesión de gobiernos anticlericales que frenaron la entrada de los misioneros en sus colonias. Sólo a partir de 1926 se permitió que llegaran sacerdotes, pero sólo seculares portugueses, los cuales podían ser manejados a su antojo por la metrópolis. Cuando Oliveira Salazar firmó el Concordato con la Santa Sede en 1940, las cosas cambiaron, pero apenas 20 años después empezó la guerra, primero contra los portugueses y después entre el FRELIMO y la RENAMO… Estas circunstancias explican que el desarrollo de nuestra Iglesia local viniera con muchos años de retraso”. 

Para el obispo de Nacala, el futuro se presenta prometedor, aunque su visión de pastor ve más allá de las apariencias de los indicadores económicos: “Seguimos siendo un país pobre, pero potencialmente muy rico. Basta pensar que el 85% de nuestro suelo es arable y muy fértil, que somos el sexto productor mundial de titanio y tenemos grandes reservas de gas. Todos vienen a invertir en Mozambique, y el PIB aumenta cada año de forma espectacular, pero, paradójicamente, la gente continúa viviendo en la pobreza y en las ciudades hay muchísimo desempleo”.

Certeramente, concluye que este contraste se explica por “el desequilibrio que hay entre desarrollo económico y el desarrollo de tipo social”. Y es que don Germano tiene muy claro que “África no necesita sólo dinero, sino, sobre todo, valores morales y espirituales, algo que la Iglesia tiene que aportar a nuestras sociedades como fermento en la masa”.

En el nº 2.641 de Vida Nueva.

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