Melchor Sánchez de Toca: “El divorcio actual entre fe y cultura es dramático”

Subsecretario del Pontificio Consejo para la Cultura

(Texto y fotos: Darío Menor) Melchor Sánchez de Toca, subsecretario del Pontificio Consejo para la Cultura, coordina uno de los dicasterios más interesantes del Vaticano por su inmersión en el mundo de las ideas y la observación atenta de las distintas tendencias culturales que surgen en el mundo. Este sacerdote nacido en Jaca en 1966, que se mueve con la misma soltura en el terreno teológico que en el científico, recuerda que, pese a la extensión de la indiferencia ante el hecho religioso, el ser humano sigue necesitando creer. También tiene palabras para la Iglesia en España, a la que pide un mayor esfuerzo para ofrecer nuevas propuestas culturales. 

Una de sus responsabilidades en el Pontificio Consejo para la Cultura es estudiar el diálogo entre ciencia y fe. ¿Cree que existe una confrontación entre ambos elementos, patente en la disyuntiva entre teorías evolucionistas y creacionistas?

La cosmología -especialmente el origen en el tiempo del universo- y la evolución de la vida son campos muy fecundos para un diálogo constructivo. El conflicto para nosotros es un falso conflicto. Recuperemos la metáfora de los dos libros de la naturaleza que el propio Galileo y los autores medievales usaban: entre los dos libros, el de la Revelación y el de Naturaleza, no puede haber contradicción porque ambos tienen el mismo autor. Por lo tanto, si hay una contradicción o un conflicto es porque no sabemos leer uno u otro, porque hacemos una interpretación literal o no comprendemos bien los datos que se nos ofrecen. La clave es, pues, que la verdad no puede contradecir a la verdad. Cuando se habla de diálogo entre ciencia y fe, normalmente se piensa en los problemas de la bioética o de la biomedicina, pero éstas no son una ciencia teórica, sino ciencia aplicada. Son sólo una parte concreta de este diálogo, pero como afectan directamente al hombre, tienen una urgencia mayor. Discutir sobre el origen del universo, sin embargo, es una cuestión que queda más lejos para el hombre de la calle.

¿Dónde nace entonces tanta confusión entre los términos creación, creacionismo, evolución y evolucionismo?

La discusión en torno al creacionismo es típica de los ambientes evangélicos estadounidenses del sur, lo que se denomina el Bible belt, el “cinturón de la Biblia”. En Europa es menos importante. Lo que ocurre es que se confunden los términos. Una cosa es creación y otra creacionismo, y una cosa es evolución y otra evolucionismo. Hablar de creación es hablar de una doctrina teológica y metafísica, que se refiere a la sostenibilidad en el ser de la realidad. El creacionismo es una deformación de esto que pretende que los relatos bíblicos de los orígenes sean una descripción real y científica de los orígenes del mundo. La evolución es una teoría científica, ni más ni menos. El evolucionismo, en cambio, es una teoría que pretende dar cuenta de la realidad a partir de una teoría científica. Pero el evolucionismo no es una teoría científica, sino una ideología, una concepción global que se opone a la perspectiva religiosa del mundo. 

¿Cree que el error nace de hacer una lectura literal de los llamados “dos libros”, el de la ciencia y el de la vida?

Cuando hay un conflicto es porque uno lee mal uno de los dos. El fundamentalismo que se da en los Estados Unidos y otros lugares nace de una mala lectura de las Sagradas Escrituras. La Biblia no es un libro de ciencia. El Concilio Vaticano II lo explica muy bien cuando dice que contiene toda la verdad necesaria para la salvación del hombre. Pero no es un libro de ciencia ni pretende explicar cómo es el mundo. Éste es un problema antiquísimo, que el mismo san Agustín ya se planteó. Dice que en algunos casos, el Espíritu Santo se adapta al lenguaje común de las personas. Su pensamiento lo recoge en una frase muy significativa, que dice que la Biblia enseña cómo ir al cielo pero no cómo van los cielos. En este sentido, no hay ninguna contradicción entre defender la existencia de un Dios creador del mundo y aceptar la descripción que nos ofrece del mundo la biología evolucionista.

La evolución

Pero la Iglesia no ha mantenido siempre este discurso.

Contrariamente a lo que se piensa, sí. Darwin, por ejemplo, nunca fue condenado. Primero, porque no era católico. Sus libros nunca estuvieron en el Índice de obras prohibidas. Paradójicamente, sus teorías tuvieron menos rechazo en el mundo católico que en el protestante. Se explicó entonces que, a priori, no había ninguna contradicción con la creencia en un Dios creador. Siempre se hace una excepción con el hombre, ya que con él hay un salto ontológico, por la existencia del alma. Lo que ocurre es que la presencia del alma no es un fenómeno observable empíricamente; sólo se puede deducir a partir de sus efectos. Es verdad que, por otra parte, estaba el problema bíblico, pero desde el Concilio se aceptó la validez del método histórico-crítico de lectura de la Biblia. En este sentido, ya Pío XII en 1950 admite tímidamente la evolución. Cincuenta años después, en 1996, Juan Pablo II, en un discurso pronunciado ante la Academia de las Ciencias, dice que la evolución es más que una mera hipótesis. El problema, pues, no es la teoría de la evolución, sino el uso instrumental que se hace de la misma para decir que Dios no existe o que no es necesaria su presencia para explicar la existencia del mundo. Ocurre muchas veces que un científico dice que Dios no existe y pretende que le creamos por su condición de hombre de ciencia. En esos casos nos pide un acto de fe como el que el creyente reserva a Dios y, en grado subordinado, al magisterio de la Iglesia. Aunque nos vendan estas intervenciones como ciencia, no lo son; de lo que se trata es de reflexiones personales. 

La Iglesia ha sido siempre un motor fundamental para el desarrollo de la cultura en el mundo. ¿Lo sigue siendo en la actualidad?

Ha habido un divorcio en la época moderna, como decía Pablo VI. En el siglo XVI, el arte y la Iglesia eran casi sinónimos. En la mayoría de las regiones españolas, gran parte de nuestro patrimonio cultural está formado por obras de arte sacro. El arte ha sido durante siglos una forma de expresión de la fe. Además, la Iglesia era también el principal mecenas. Este divorcio ha sido gradual con el paso del tiempo y, en la actualidad, es dramático y tiene dos facetas: en la Iglesia se repiten modelos artísticos ya gastados y el arte ha perdido a la religión como fuente de inspiración. Este asunto tiene una gran importancia, ya que la vía de la belleza se ha asimilado siempre como una de las vías de acceso a Dios, como propone santo Tomás. A través de la belleza que se manifiesta en la naturaleza, en el arte o en la vida de los santos, se abre un camino para llegar a Dios, y desde el que Dios llega a nosotros. Desde el Concilio Vaticano II se está tratando de colmar este vacío que se ha creado. 

Decía Antonio Gramsci que odiaba la indiferencia. Como marxista, él se refería especialmente a la lucha de clases. ¿A usted le duele la indiferencia que existe ante el hecho religioso?

Sobre este asunto debo decir que el actual Consejo para la Cultura recoge el legado del antiguo Secretariado para los No Creyentes, que fue creado durante el Concilio. En aquel tiempo, Pablo VI quiso crear tres instituciones que, como círculos concéntricos, abrazaran a las gentes que se encontraran fuera de la Iglesia. Primero estaba el Secretariado para la Unidad de los Cristianos, luego el Secretariado para los No Cristianos (el actual Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso) y, finalmente, una tercera institución, que trataba de englobar a todos los hombres de buena voluntad que no se reconocían creyentes de una confesión particular. Este organismo se dedicó, sobre todo, a estudiar el ateísmo como fenómeno cultural; por eso se acabó fundiendo con el Consejo de la Cultura. Hace unos años dedicamos una Plenaria precisamente al ateísmo. El resultado de un sondeo que hicimos muestra que éste no aumenta en el mundo, más bien al contrario. Sólo crece en el mundo occidental. El segundo dato que nos muestra ese sondeo es que el ateísmo militante está en retirada. Lo que se difunde, en cambio, es una indiferencia práctica hacia la existencia de Dios. 

Causas del ateísmo

¿Cuáles cree que son las causas del ateísmo?

Los motivos son complejos. Por un lado, existe la creencia de que la modernidad es como un proceso de maduración del hombre en el que se va despojando del pensamiento mítico religioso. Esta profecía de la modernidad que hacía Comte no se ha cumplido porque, globalmente, la creencia religiosa aumenta. Dos ejemplos de ello son el crecimiento del Islam y la aparición de nuevas iglesias pentecostales en América. Pese a ello, está muy asentado el prejuicio de que a mayor progreso económico y social debe seguir un descenso en la práctica religiosa. Pero no ocurre de esa manera, ya que cuando se cierra la puerta a la religión, ésta entra por la ventana. Me refiero a la aparición de pseudo religiones new age, la moda por las creencias orientales o la adoración de los ángeles… Chesterton decía que cuando el hombre deja de creer en Dios, no es que no crea en nada, sino que cree en todo. El ser humano tiene una enorme sed de creer, un deseo de vivir que no se puede extinguir de ninguna forma. 

¿Piensa que este descenso de la creencia religiosa ha afectado a todos los católicos por igual?

No, lo que ha descendido es el número de personas de creencia rutinaria y sociológica, que iban a misa porque todo el mundo lo hacía. Y ahora que no va casi nadie, tampoco van ellos. Pero detrás de estas formas de presunto ateísmo no hay una verdadera convicción intelectual. Mientras, el porcentaje de personas que iba a misa por convencimiento y que tenía una fe firme apenas ha descendido. 

En otros países europeos, la Iglesia cuenta con una presencia cultural mucho más grande que en España. ¿A qué cree que se debe la situación de nuestro país?

Al hablar de este tema, hay que tener en cuenta las raíces y la situación presente. Hablando del pasado, se debe recordar que en España vivimos un postconcilio muy convulso, ya que se unió a la transición democrática. Por otra parte, la Iglesia española parece haber abandonado el terreno intelectual y de la cultura a favor de una labor pastoral comprometida con los marginados. Se ha privilegiado la acción pastoral frente al trabajo intelectual. En la situación actual, se ve falta de dinamismo para tener una propuesta cultural propia en la sociedad. Mientras las minorías han ido aumentando su presencia intelectual en la sociedad, a la Iglesia le ha sucedido lo contrario. Creo que en España falta que la Iglesia haga nuevas propuestas culturales, que tenga una mayor visibilidad en el espacio de las ideas. Ahora sólo se actúa a la defensiva ante una oferta cultural invasiva, que prescinde de la presencia de Dios. Pese a ello, soy optimista y creo que están surgiendo propuestas interesantes. En España hay todavía un importante rescoldo católico, lo que ocurre es que no tiene voz. Parece que no existe y, por eso, cuando aparece, nos sorprende. Hay un potencial enorme. Es cierto que es una masa un poco informe, pero conserva todavía valores profundamente cristianos. En este sentido, algunas propuestas del Gobierno no son una respuesta a una exigencia social. Sucede lo mismo que con el despotismo ilustrado: todo para pueblo pero sin el pueblo. 

¿Está contento con su trabajo en Roma o le gustaría más desempeñar una labor pastoral?

La pastoral directa siempre se echa en falta. La imagen que uno se hace de su vida como sacerdote es la del cura de la parroquia, que constituye como la síntesis de toda la actividad pastoral en la diócesis. Luego, sin embargo, Dios te lleva por caminos que no podías imaginar. No obstante, estar en la Curia romana, y en este Consejo, es una oportunidad única, porque es un observatorio de las grandes tendencias culturales de todo el mundo. Aquí nos llegan propues- tas, cartas y proyectos de todo el mundo. Recibimos, además, a los obispos de todas las diócesis. Es un observatorio privilegiado que abre la mente a la universalidad de la Iglesia católica. Al mismo tiempo, es apasionante mi trabajo en el diálogo entre ciencia y fe. 

En el nº 2.640 de Vida Nueva.

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