Dom Demétrio Valentini: “El gran avance de Aparecida fue impedir retrocesos”

Obispo de Jales (Brasil)

(Emilia Robles Bohórquez) Ha pasado ya más de año y medio, pero “se siguen extendiendo por toda América Latina y el Caribe y también en otros lugares del mundo las iniciativas destinadas a desarrollar las líneas principales de la Conferencia de Aparecida” (mayo 2007). Y es que “con ella sucedió algo sorprendente”, confiesa Dom Demétrio Valentini, obispo de Jales. El prelado brasileño reconoce que “conferencias anteriores, la última en Santo Domingo, a pesar de sus elementos positivos, fueron dejando un regusto amargo y un clima de decepción en muchos sectores de Iglesia; por eso, al principio, no se esperaba mucho de esta Conferencia.

Incluso, dentro del mismo  Episcopado latinoamericano nos quedaba el interrogante de si volvería a haber otras conferencias de este tipo, o si serían sustituidas por los ‘sínodos continentales’ según la propuesta de Juan Pablo II. Pero, entonces, Aparecida emergió con fuerza creciente; y ya nos damos cuenta de que va siendo, cada vez más, un referente positivo y esperanzado” 

¿Por qué cree que suscitó tal esperanza?

En el momento actual que vivimos en la Iglesia, resultó sugerente y llamó la atención el ambiente de comunión eclesial, cómo fueron cayendo prejuicios y desconfianzas, y cómo actitudes de confrontación y recelo se transformaron en colaboración y escucha mutuas; y se deshicieron ciertas aprensiones por la ortodoxia o la ortopraxis eclesial. El pueblo acogió a sus pastores, y ellos sintieron esta acogida. Primero en São Paulo y luego en la Hacienda de Aparecida, no sólo el Papa, sino toda la delegación de la Curia Romana, tuvieron la certeza de que eran acogidos por los fieles, que, sin dejar de expresarse con naturalidad y en sus lenguajes y expresiones propios, les daban un testimonio vivo de su respeto y comunión; y esto marcó ya el clima de toda la V Conferencia. Todo esto presidido por una gran apertura al Espíritu.

¿Fue tan positiva y alentadora la imagen que dejó?

Aparecida acabó transmitiendo un clima de confianza y alegría a cuantos participamos, y de voluntad y ánimo crecientes de seguir trabajando y desarrollando sus líneas. Aunque formalmente fuera una Conferencia de obispos, ahí estaba la presencia del pueblo y de las comunidades junto a ellos. Por eso, su contexto y sus relaciones fueron profundamente eclesiales, integradoras, gracias a la influencia positiva de esta manifestación popular, que acabó contagiando a todos los actores de la Conferencia, tanto al mismo Papa, cuanto a los obispos delegados de las 22 conferencias episcopales, a los numerosos representantes de la Curia Romana, y también a los expertos invitados y a otros teólogos y teólogas presentes en Aparecida.

En Aparecida, entonces, Benedicto XVI se sintió acogido y reconocido en su Ministerio… 

Claro, porque esto que he resaltado no significa olvidar el “ministerio de Pedro” ni dejar de reconocer el lugar del Papa. Pero hay que seguir afinando en cuanto a explicar bien este papel, sin dejar de reconocer el ministerio de todos los otros obispos, lo que llamamos la colegialidad. Si acertamos en esto, sin dejar de afirmar nuestra identidad, nos podremos acercar más a las otras confesiones cristianas, en busca de la Unidad a la que Cristo nos orienta.

No debe ser fácil encontrar la comunión cuando las experiencias y los lenguajes de los obispos pueden ser muy diversos…

Aparecida dio testimonio de que la comunión no es sólo una palabra, que, para vivirse, necesita un clima y una actitud de humildad, escucha,  acogida, sentido de peregrinación, en todas las direcciones; no sólo de abajo arriba, todos juntos animados por el Espíritu. En un momento, además, en el que la Iglesia, encuentra grandes dificultades internas y externas para el desarrollo de su Misión, conviene a toda la Iglesia estar atentos a prácticas y experiencias que puedan abrir nuevos caminos a los procesos de evangelización y a la vivencia real de la Eucaristía en la vida cotidiana.

Documento orgánico

Ha escrito que, en Aparecida, fue tan importante lo que se dijo como algunas cosas que no se dijeron. ¿Qué quiere decir?

Pienso que el Documento quedó más extenso de lo que en un principio se pretendía y que ello tuvo varias causas. Una era que el tema (Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que en Él nuestros pueblos tengan vida) era muy abierto y se prestaba a acoger nuevos enfoques, algunos de los cuales, ya fueron propuestos por los participantes y acogidos por la presidencia del CELAM y por el Equipo de Redacción. Entiendo que resultó, por un lado, un documento más orgánico que los de las conferencias anteriores; y que tal vez se dijeron cosas que no habrían sido tan necesarias en este momento, sobre todo en capítulos de orden más doctrinal. Ahora bien, entiendo que Aparecida no podía decir otras cosas, por falta de tiempo, por falta de clima adecuado y para no comprometer a la propia Conferencia. Pero, en este sentido, el gran avance y aporte de Aparecida fue el impedir retrocesos.

¿En qué podía retrocederse?

Eso podría haber pasado si nos empeñamos en decir la última palabra sobre los temas, allí mismo, en vez de apuntar pistas. Me explico: Aparecida enfatizó la importancia de retomar la caminhada de la Iglesia en América Latina. Pero no puede definir allí esta caminhada para apuntar lo que debe ser retomado. Apuntó con claridad la importancia de la renovación conciliar, pero no dice dónde pueden encontrarse hoy los impasses de esta renovación. Así, cada una de sus grandes intuiciones se postula ahora para desarrollar un abordaje concreto, para consignar cómo dar un nuevo impulso a la opción por los pobres, a las comunidades eclesiales de base, o qué estructuras deberían cambiarse para que la Iglesia entre toda ella en un estado de misión; y, así, otras muchas cosas. 

Quiero decir, resumiendo, que Aparecida habló de algunas cosas y estimuló para que, ahora, en continuidad con su espíritu y sus propósitos, se abra la cancha de juego y se hable de otras cosas que allí no habría sido el lugar adecuado para hacerlo. Y es importante que los textos que se producen en estos eventos sirvan como apoyo, como orientación parcial, pero no que quedemos atrapados en ellos, como ha ocurrido en ocasiones, porque esto nos restaría dinamismo y nos impediría caminar.

¿Cuáles son las grandes intuiciones de Aparecida? 

Voy a hablar primero de dos, de orden principal, que aparecen conectadas entre sí. Una de ellas es la de retomar la identidad propia de la Iglesia de América Latina y del Caribe, que se reencontró en la Conferencia con su tradición eclesial.

La segunda gran intuición sería la de retomar el proceso de renovación eclesial iniciado por el Vaticano II. Es importante percibir cómo estas dos intuiciones se articulan y se complementan Porque el contactar de nuevo con la caminhada de la Iglesia en América se enmarca y se ancla en un hecho mayor, más amplio y consistente, que respalda el gran empeño de renovación eclesial emprendido por la Iglesia de América Latina a partir del Concilio y que tuvo su expresión más clara en la Conferencia de Medellín en 1968. Esto es, que esta caminhada específica latinoamericana no se desvía de los rumbos de la Iglesia católica, como tampoco es ajena a las grandes orientaciones del Magisterioeclesial que tuvo su expresión más solemne y aperturista en nuestro tiempo en el Concilio Vaticano II. De esta manera, la Conferencia de Aparecida supone una llamada universal a toda la Iglesia, para que todos, pastores y fieles, retomen el camino de renovación eclesial propuesto por el Vaticano II y no sucumban a las tentaciones de anclarse en posturas fundamentalistas, atenazados por temores, que les harían situarse en una situación anacrónica y descontextualizada; y que, lejos de proteger el cumplimiento de la Misión de la Iglesia, lo harían retroceder.

Pobres y CEBs

¿Qué otras intuiciones señalaría? 

Benedicto XVI, en la apertura de la Conferencia, dijo que hacer la opción por los pobres era hacer lo que Cristo hizo, “que de rico se hizo pobre, para enriquecer a todos”. Retomar la opción por los pobres como su referencia eclesial fundamental, significa que la Iglesia de América Latina quiere colocarse en sintonía con la misericordia divina y con su designios salvíficos hacia los que menos asideros tienen en este mundo.

Importante fue la afirmación del valor y el sentido eclesial de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs). Aparecida reasumió las Comunidades de Base, afirmando que “ellas recogen la experiencia de las primeras comunidades, como están descritas en los Hechos de los Apóstoles, (Cfr Hch. 2, 42,47). Medellín reconoció en ellas una célula inicial de estructuración eclesial y un foco de evangelización (DA 178). Esto deja clara la intención de la Conferencia de retomar el camino de las CEBs como una ruta eclesial auténtica y fecunda, aunque sea un empeño exigente y que requiera un esfuerzo cotidiano de fidelidad evangélica y de autenticidad eclesial. 

Otra gran apuesta fue la afirmación de Aparecida de esta necesidad simultánea de cambios en ambos niveles: el personal y el estructural. No se trata sólo de promover una conversión personal, pensando que los cambios estructurales no interesan para la construcción del Reino. Esto convoca a la Iglesia para que se coloque en el contexto concreto de nuestros pueblos, superando la tentación de alienación y de falta de compromiso con las causas del pueblo. 

Y, por último, creo que la llamada más audaz y más amplia de Aparecida fue la de colocar a la Iglesia, toda ella, en estado de Misión, lo que supone un largo y persistente proceso de motivación, de preparación y de colocación de sus propias estructuras al servicio de la Misión. Para implementar esta convocatoria, la Iglesia de América Latina es llamada a una renovación profunda, que necesita ser realizada con una enorme fuerza espiritual, docilidad a la acción del Espíritu y coherencia vital con el Evangelio de Cristo. 

¿Podría aportar algo Aparecida a la idea de un “proceso conciliar”? 

Creo que sí, que nos puede aportar bastante. Pienso que, después del Concilio Vaticano II, aunque el papa Pablo VI sigue insistiendo en que florezcan los sínodos y los concilios, posiblemente por distintas causas, se va desarrollando -y más aún en los años siguientes a su pontificado- un clima de temor y de confrontación. No entro a juzgar el hecho. Puede ser debido, tal vez, en parte, a la necesidad de buscar nuevos equilibrios en un contexto de grandes cambios. Pero si hay algo que no conviene a la Iglesia, y que se da como resultado, es que se estanca y se debilita progresivamente el sentido permanente de conciliaridad eclesial; algo, a mi entender, fundamental para la marcha de toda la Iglesia. Y, de hecho, la etapa posterior al Concilio es percibida por muchos como una etapa de restauración, con disminución de un dinamismo y una frescura; y que parece cerrar a la Iglesia sobre sí misma y separarla del mundo. En cambio, Aparecida nos muestra un camino a seguir. Y es que no separa el camino de la Iglesia del camino del mundo, aunque la Conferencia no sea el espacio que lo agota todo.

¿Se refiere a que hay otros temas por tratar, además de los internos? 

Pienso que en un proceso conciliar no se pueden tratar sólo temas internos de nuestra Iglesia, sino que tenemos que proponernos una gran Misión, que en parte es secular, compartida con otras instancias, para ver también cómo y en qué espacios diversos colaborar con otras confesiones, con los movimientos sociales y otras instancias de la ciudadanía y de gobierno, en el camino hacia la Paz, la Justicia y hacia la búsqueda de un Desarrollo sostenible. Con esto no le quito importancia, ni espacios propios, a la búsqueda de transformación y adecuación de las relaciones y estructuras eclesiales; y el que esto se haga ,y se haga de manera adecuada, conviene a la Iglesia y conviene al mundo, porque una Iglesia atrincherada no es una Iglesia que favorezca el avance democrático de las sociedades en el camino hacia el bien común. Una Iglesia replegada sobre sí misma, temerosa de la secularidad y del pluralismo, es una Iglesia que puede tender a querer controlar los Gobiernos y erigirse en única portadora y única expresión del bien común. Y tampoco cumpliría, entonces, su Misión evangelizadora. Por tanto, no sería fiel a Cristo. 

¿Qué otros elementos se dieron en Aparecida que podrían servir como pistas de apoyo para facilitar el camino conciliar? 

Un ejemplo, para mí, son las modificaciones que se introdujeron al propio método de trabajo; se recupera así y se practica el método del ver, juzgar, actuar. Sin idealizar ningún método, no cabe duda de que su práctica ayudó a poder compartir una visión que se iba construyendo con las sucesivas aportaciones y matices de los diferentes participantes, para después poder trazar al menos grandes líneas de actuación conjunta. 

Otro ejemplo son los cambios que se introdujeron en las formulaciones de inicio, sin dar nada por supuesto; y también es importante la forma en la que se desarrollaron los trabajos; el uso de las nuevas tecnologías; y su adaptación y mejora al servicio de una mayor y mejor participación; así como la posterior recepción que se hace de la Conferencia, que se siente como un proceso que debe continuar en el tiempo sin quedarse atados a la letra de los textos que allí se produjeron. 

¿Consideraría esto como parte del camino hacia un nuevo Concilio? 

La historia de los Concilios en la Iglesia nos habla de varios tipos de Concilios. Pero hay un elemento común en todos ellos; y no sólo en ellos, sino que es una dimensión constitutiva de la vida de la Iglesia, con una de sus grandes manifestaciones expresadas en el Concilio de Jerusalén; y es la dimensión conciliar. Pienso que es una gran intuición que inspira la iniciativa de Proconcil, no pensar ya tanto, o sólo, en un Concilio como un evento que se produce de forma puntual, convocado por el Papa y en el que se reúnen los obispos, con grandes costes y que está muy limitado en el tiempo, en la participación y en los instrumentos. Aparecida nos ha enseñado de una forma práctica cómo se puede ir mejorando, entre todos, los procesos de trabajo conjunto y colaborativo, desde el mismo método de trabajo, hasta una participación más inclusiva, los mismos recursos para comunicarse a través de Internet y de las nuevas tecnologías a nuestro alcance.

¿Podría decirse que lo que necesitamos de cara a la renovación de la Iglesia y a su adecuación a los tiempos no es exactamente un Vaticano III? 

Hoy ya no deberíamos pensar más, creo, en un hipotético Concilio sólo como un único acontecimiento, localizado en un espacio y un tiempo; y en el que participen sólo los obispos, aunque no niego que ésta pueda ser una expresión cumbre y solemne del proceso, que corresponde al Papa convocar. Al mismo tiempo, creo que un proceso conciliar forma parte del Concilio; y que ambos pueden estar interrelacionados y enriquecerse mutuamente, porque en el proceso conciliar hay que trabajar unas convergencias entre Iglesias, confesiones diversas, movimientos sociales, organizaciones de la sociedad civil… un poco al estilo de lo que se intenta en los foros sociales, para poder compartir visión, sin perder el pluralismo; y debemos comprometernos distintas instancias religiosas y sociales, y entre ellas la Iglesia católica, que para ello precisa renovarse y actualizarse, en un camino por la Paz, la Justicia, el Cuidado y conservación ecológicos…Éste es un proceso largo y complejo. Ya fue una gran intuición del último Concilio, la de una Iglesia abierta al mundo, pero hoy, a pesar de las graves dificultades que aquejan a la Humanidad, tenemos mejores condiciones para desarrollarla. 

Ya para acabar, ¿podría establecerse algún paralelismo, a pesar de su diferencia de rango eclesial, entre el Concilio Vaticano II y la Conferencia de Aparecida?

Al igual que el Concilio Vaticano II fue una gran oportunidad y una gran sorpresa, Aparecida, en continuidad con el Vaticano II, de una manera menos central, pero no por ello menos universal; y con un grado de corresponsabilidad y participación muy extensos, adaptados a los nuevos tiempos, de nuevo ha expresado y ha sido señal para muchos de una gran acción del Espíritu en la Iglesia; y esta experiencia no debería quedar restringida a esta Conferencia, ni al contexto latinoamericano y caribeño, sino que, una vez que se ha experimentado, podría servir para apuntar caminos y para acrecentar en toda la comunidad eclesial una conciencia de conciliaridad permanente, que alimente y oriente otros procesos, sinodales, asamblearios… y que pueda tomar formas diferentes, plurales, incluso nuevas, de una manera creativa, pero orientadas todas ellas a aumentar y profundizar una visión compartida, en un clima de Comunión y respeto mutuos, que nos anime a todos a trabajar por una Misión, la Misión de comprender, vivir y anunciar la Buena Noticia del Evangelio. En Aparecida, el concepto “todos discípulos y misioneros” insiste también en la colegialidad y en esa corresponsabilidad que nos une a todos, desde los diferentes ministerios y carismas, en un gran ministerio mayor, el Ministerio del Servicio a la causa del Evangelio, a la Comunidad Eclesial y al Mundo. 

En el nº 2.640 de Vida Nueva.

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