Adela Cortina reivindica una ética al servicio de los últimos

La catedrática de Ética se convierte en la primera mujer en ingresaR en la Real Academia de Ciencias Morales

(José Ramón Amor Pan) El pasado 2 de diciembre tuvo lugar en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas el ingreso como Académica de Número de Adela Cortina, en una solemne sesión pública presidida por Sabino Fernández Campo, presidente de la Academia, y en la que estuvieron presentes destacadas personalidades. Puede afirmarse que en esa ceremonia se asistió a todo un acontecimiento histórico: creada por la Reina Isabel II el 30 de septiembre de 1857, la profesora Cortina es la primera mujer en ocupar una plaza en tan distinguida institución a lo largo de sus más de 150 años de existencia.

En una entidad que trabaja sobre lo verdadero, lo justo y lo bello -lema que figura en la medalla de la Real Academia-, era una obligación de absoluta justicia empezar a acoger en su seno a alguna de tantas mujeres como se dedican en España a reflexionar atinadamente sobre esos asuntos para, así, contribuir a diseñar los caminos de una sociedad mejor. Era necesario dar pasos para poner término a una situación carente de equidad y de equilibrio: es de esperar que pronto haya más mujeres ocupando con justicia y dignidad un puesto en esa corporación, y no por ninguna clase de cuota absurda.

En su discurso de ingreso, tejido en torno a la necesidad de elaborar una ética de la razón cordial, la nueva académica afirmó que es necesario subrayar con renovado vigor en los tiempos actuales que “sin una ética de la justicia compasiva, es difícil que la moral, la economía, la política y el derecho alcancen su quicio y vital eficacia”. Una ética de la razón cordial, consciente de que conocemos la justicia no sólo por la razón, sino también por el corazón. Los ciudadanos -siguió insistiendo- hemos de sentir la injusticia y  rechazarla con repugnancia, hemos de recuperar el sentimiento moral de vergüenza ante el mal: de ahí sale la fuerza de los inconformistas con un mundo domesticado, servil con los poderosos y despiadado con los pobres. “Una ética tejida sobre el reconocimiento recíproco de quienes se saben y sienten dignos y, a la vez, vulnerables, conjuntamente hacederos de un mundo que debería estar a su servicio”, afirmó.

Como es preceptivo en este tipo de actos, le contestó en nombre de la corporación uno de los académicos de número, en concreto Helio Carpintero, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense, quien hizo un breve repaso por la biografía de la insigne catedrática de Ética de la Universidad de Valencia, a quien calificó como “una figura señera dentro de la filosofía moral de nuestro tiempo, no sólo española, sino ya plenamente internacional”, poseedora de una “personalidad dinámica, cordial, exquisita, infatigable”. Destacó, sobre todo, su aportación al diálogo democrático con su reflexión acerca de la ética de mínimos y las éticas de máximos.

Dos crucifijos sin polémica

Por cierto, que la polémica en torno a los crucifijos no ha llegado a tan notable entidad. A falta de uno, había dos presidiendo la sala en la que se desarrolló el acto: uno sobre la mesa de la presidencia y otro detrás, colgado en la pared por encima del retrato de Isabel II. A nadie parecieron molestar ni inquietar. Un elemento más de nuestro patrimonio cultural y moral que, como tal, debiera ser asumido con naturalidad. Toda una lección de sano civismo.

En el nº 2.640 de Vida Nueva.

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