¿Qué teología se hace en España?

(Eloy Bueno de la Fuente– Facultad de Teología del Norte de España, Burgos) El último medio siglo se inició con un sorprendente protagonismo de la teología en la Iglesia, y, por tanto, en la sociedad, como pocas veces había sucedido en nuestra historia. La relevancia pública de la teología -y del quehacer de los teólogos- se debió a la circunstancia histórica de España, pero, asimismo, a la ilusión y generosidad de quienes se sintieron protagonistas de una encrucijada histórica y de un servicio a Iglesia y a su país: la teología no se desarrolló como tarea meramente académica o ministerio intraeclesial, sino como diálogo con el rumor de las calles y plazas, con las angustias y esperanzas de los contemporáneos.

No podía ser de otro modo, debido a la posición de la Iglesia en el entramado de la vida española y a la transición que la sociedad estaba iniciando. Los teólogos aparecen, sobre el trasfondo de la época, como el grupo de intelectuales que con mayor seriedad y compromiso estuvieron a la altura de la sensibilidad y de las necesidades históricas. No sólo sirvieron de canal de comunicación con las ideas que emergían en otros países de Europa, sino que asumieron conscientemente la tarea de ser abogados del mundo ante la Iglesia y de la Iglesia ante el mundo. Ahí se halla su grandeza y, asimismo, la fuente de las tensiones que debieron afrontar, padecer y superar.

En 1958, se encontraba España en el umbral de un salto histórico. Dominaba en el espacio público el nacionalcatolicismo, expresión que ha pasado a designar la fusión de la identidad nacional con un modo peculiar de entender y vivir la fe católica. Aún no se había convocado el Concilio Vaticano II ni se había tomado plena conciencia de las exigencias de un incipiente desarrollo económico y de un pluralismo ideológico y político que apuntaban a la implantación de un sistema democrático. Se iba a producir un cambio sustancial en la autocomprensión de la fe eclesial y de la convivencia social. El teólogo -en cuanto intelectual de la comunidad cristiana- se iba a  situar en ese doble dinamismo y en esa doble fidelidad. 

No faltarán tensiones, ofuscaciones, excesos y unilateralidades. Y tampoco apasionamiento, compromiso, entusiasmo. Ni reflexión serena, pausada, de largo alcance. Con estas actitudes, en difícil equilibrio, el teólogo irá situándose en un devenir histórico en el que la sociedad y la cultura van a ir cambiando, en un proceso que nadie podrá controlar (y ni siquiera prever): el mundo moderno hará ver sus lados oscuros y se encaminará a la post-modernidad; la secularización (des-cristianización o des-eclesialización) se iría transformando en increencia, paganismo, post-cristianismo. El teólogo deberá ir reajustando su protagonismo, su autoconciencia, sus categorías, sus interrogantes, porque la circunstancia histórica y eclesial le exige actitudes nuevas.

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