La convivencia entre españoles está en peligro, advierte Rouco

El presidente de la CEE dice que “es preciso saber olvidar” y pide librar a los jóvenes “de lastres del pasado”

(José Lorenzo) A diferencia de lo que suele suceder en el ámbito político, no deja de sorprender la aparente normalidad con la que se inician en el seno de la Conferencia Episcopal Española (CEE) los cambios de ciclo institucional. El pasado 24 de noviembre, el cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, volvió a dirigirse a la Plenaria de los obispos, reunida en la madrileña calle Añastro, en calidad de su presidente, cargo para el que fue elegido en marzo pasado. Y lo hizo con el mismo aplomo de los dos trienios anteriores en que desempeñó la misma función. Por eso, ese lunes, una vez sentados obispos, invitados y periodistas, cuando Rouco inició su parlamento daba la sensación de que se cerraba con calma un ciclo y rememorábamos el famoso “decíamos ayer”.

Incluso, a medida que el purpurado iba desgranando, en una lectura rápida, el discurso inaugural de la XCII Asamblea Plenaria de la CEE, se retomaban temas que ya hace unos años causaban honda preocupación a la Iglesia y a la sociedad: el deterioro de la convivencia, el olvido de los valores que hicieron posible la Transición política, la falta de apoyo a las familias, la denuncia del aborto…

Así, Rouco, flanqueado en la mesa presidencial por todos los cardenales españoles, también los eméritos, y por el nuncio apostólico, Manuel Monteiro de Castro, al abordar, casi al final de su alocución, los dos temas principales que hoy preocupan a la sociedad española -la reconciliación para evitar que se reproduzcan enfrentamientos fratricidas que han jalonado los dos últimos siglos de la historia de España y la crisis económica-, apostó por “cultivar el espíritu de reconciliación sacrificado y generoso, que presidió la vida social y política” de los años de la Transición. “A veces es necesario saber olvidar”, dijo, en clara referencia a la Ley de Memoria Histórica. “No por ignorancia o cobardía, sino en virtud de una voluntad de reconciliación y de perdón verdaderamente responsable y fuerte; una voluntad basada en los altos ideales de la paz que se alimenta de la justicia y de la libertad y ¿por qué no decirlo? del perdón del amor fraterno”.

Perdón repetido

Un perdón cuya necesidad, recordó, habían abordado los obispos en otra Plenaria de otoño, en 1999 (y, más tarde, otros presidentes, como Ricardo Blázquez), al afirmar que “deseamos pedir el perdón de Dios para todos los que se vieron implicados en acciones que el Evangelio reprueba, estuvieran en uno u otro lado de los frentes trazados por la guerra”.

Por todo ello, también hoy día, cuando se percibe “una justificada inquietud ante el peligro de un deterioro de la convivencia serena y reconciliada”, Rouco animó a estar vigilantes “para evitar de raíz actitudes, palabras, estrategias y todo lo que pudiera dar pábulo a las confrontaciones que pueden acabar siendo violentas”. Y urge, además, liberar a los jóvenes “de los lastres del pasado, no cargándolos con viejas rencillas y rencores, sino ayudándoles a fortalecer la voluntad de plena concordia y de amistad, capaz de unir pacíficamente a las personas, las familias y las comunidades que integran y conforman la España actual”. A los dos días, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, le respondería a Rouco pidiendo el mismo respeto para quienes quieren desenterrar a sus muertos que el que la Iglesia tuvo para los beatificados a causa de la Guerra Civil. No había entendido nada. Hablan lenguajes distintos, lo que explica tantas cosas en las relaciones entre ambos.

Otro tema objeto de preocupación en la sociedad, y que Rouco quiso subrayar, es el de la crisis económica, ante la que consideró necesario “reactivar la solidaridad que procede del amor”. Pero el presidente quiso ir un poco más allá, y abogó por aprovechar esta difícil coyuntura para reflexionar sobre “los orígenes morales” de la crisis, preguntándose “si el relativismo moral no ha fomentado conductas no orientadas por criterios objetivos de servicio al bien común”.

Dada la susceptibilidad política reinante, al terminar estas reflexiones sobre aspectos que preocupan a la sociedad -entre los que citó también la “injusticia clamorosa” del aborto o la falta de apoyos para la familia-, Rouco quiso aclarar que la Iglesia no propugna con todo ello “una política teocrática”, sino sólo “contribuir a la purificación de la razón”.

Con mayor alivio pasó el cardenal sobre otros temas, como el reciente Sínodo de Obispos en el que trataron en Roma sobre la Palabra, en el que él mismo participó, o los preparativos de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que se desarrollará en Madrid en 2001. Sobre el primero, recalcó que este Sínodo dedica sobre todo su atención a “la clarificación acerca de la Palabra de Dios” según las enseñanzas del Vaticano II, incidiendo en su doble carácter “indisolublemente humano y divino”.

De providencial calificó el hecho de que justo en este momento, cuando se acaba de celebrar este Sínodo y en pleno Año Paulino, esté a punto de aprobarse la versión oficial de la Biblia de la Conferencia Episcopal, “cuyo texto ha sido traducido con las mismas palabras que el proclamado en la liturgia”.

En cuanto a la JMJ, el arzobispo de Madrid la calificó de “una verdadera gracia” para la Iglesia en España, una ocasión para que, siguiendo un calendario previamente establecido, “pueda revitalizarse la atención de la Iglesia hacia los jóvenes”.

El próximo Domingo de Ramos, Rouco recibirá de manos del Papa la Cruz que preside estas Jornadas Mundiales, que será trasladada a España para, portada por jóvenes, iniciar una peregrinación con ella por todas las diócesis.

En el nº 2.638 de Vida Nueva.

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