José María de Vera: “Siento a la Compañía más viva que nunca”

Ex portavoz de los jesuitas

(Darío Menor) Tras 15 años al frente de la portavocía de la Compañía de Jesús en Roma, José María De Vera se retira. Testigo de tres Congregaciones y estrecho colaborador de dos Prepósitos Generales, Peter-Hans Kolvenbach primero y Adolfo Nicolás después, De Vera es testigo de la historia reciente de los jesuitas, un período que va desde los “años dramáticos” que llevaron al Vaticano a intervenir en la Orden hasta el esperanzador porvenir que se abre con el P. Nicolás. 

De Vera explica que el período convulso que vivió la Compañía se produjo por la falta de sintonía entre el P. Arrupe y Pablo VI. “El Pontífice decía que le sorprendía que una persona tan espiritual y fiel como Arrupe no lograra entenderle”, cuenta. Tampoco contribuyó la excesiva presencia mediática de los jesuitas en aquel tiempo. “Se hacían encuentros con los periodistas tres veces por semana y los informadores venían aquí hasta para enterarse de los asuntos del Vaticano. Esta situación fue creando recelos, se pensaba que había demasiado protagonismo de la Compañía y del propio General”. Tal vez la mejor imagen que resuma aquel tiempo sea la portada que la revista Time le dedicó a Arrupe en abril del año 1973. 

Del ruido mediático de Arrupe se pasó al silencio de Kolvenbach, hasta que una década después de que el General holandés se hiciera con las riendas de la Compañía se decidió recuperar una voz pública. El elegido fue De Vera, entonces profesor en la Universidad Sofía de Japón. “Fue un momento difícil; yo estaba acostumbrado a vivir en un país no cristiano y alejado de lo que sucedía en Roma. Kolvenbach y su equipo tampoco tenían muy claro lo que querían hacer con la comunicación. Sin embargo, nos pusimos a trabajar y, poco a poco, todo se fue aclarando”. De Vera sólo tiene palabras de afecto para Kolvenbach: “Fue el pacificador de la Compañía; su elección marcó el final de una etapa muy revuelta. Es una persona espléndida, justa, honesta y respetuosa con todos. Ha dejado un excelente sabor de boca, tanto entre los jesuitas como en el Vaticano”.

Durante los casi tres lustros en los que colaboró con Kolvenbach admiró su “increíble capacidad para el trabajo. No sabíamos cuándo dormía y comía. Me dijo un día que había firmado 17.000 cartas en un año. Y no sólo las leía. En la revista anual sobre la Compañía que realizamos, por ejemplo, insistía en revisar todos los artículos, que también comentaba. Era el mejor corrector de pruebas que yo he visto”, bromea el ya ex portavoz de los jesuitas. Como responsable de Prensa, De Vera estaba presente durante las entrevistas que le realizaban al General, quien pese a ser “tímido y muy reacio a los medios de comunicación”, siempre dejaba a los periodistas “abrumados” por sus conocimientos. “Es un hombre muy inteligente. Defendió sin miedo a los jesuitas cuando pudo hacerlo”.

Uno de los momentos más felices al frente de la portavocía le llegó con la reciente Congregación General, en la que Kolvenbach dio muestras de su “garbo y generosidad” cuando se despidió “intentando pasar desapercibido”. Dice que fue uno de los momentos más dulces de su carrera por la fraternidad que vivió. “He sentido una Compañía más viva que nunca. He asistido a todas las sesiones; era agotador, pero estupendo. Cuando fuimos al encuentro con el Papa, a la vuelta había una gran euforia entre todos los presentes. Venían como niños pequeños del encuentro con Benedicto XVI, pensando cómo responder a la carta del Pontífice. Hubo momentos muy bellos”.

La elección del P. Nicolás fue una sorpresa para todos. “No estaba en las quinielas que hacen los vaticanistas, como tampoco lo estuvo Kolvenbach. El hecho de que hayan salido elegidas personas con la talla de ambos es una muestra de que el sistema creado por san Ignacio funciona. En cuatro días de retiro se reúnen jesuitas que proceden de todas las partes del mundo y hacen una elección por encima de intereses nacionales o de grupos, y aciertan. Es algo verdaderamente notable”.  

Una vez nombrado su sucesor, el italiano Giuseppe Bellucci, De Vera viajará a Japón con Nicolás, al que le une la amistad por la estancia común en el país asiático, antes de retirarse a Salamanca, donde se dedicará a traducir y a la pastoral.

En esencia

Una película: Rashomon.

Un libro: La Ilíada.

Una canción: People who like people are the happiest people in the world

Un deporte: natación.

Un rincón del mundo: un jardín en Kyoto.

Un recuerdo de infancia: mi madre inclinada sobre mi cama de enfermo.

Una aspiración: ser útil. 

Una persona: Jesús de Nazaret.

La última alegría: el amanecer de esta mañana.

La mayor tristeza: leer relatos de crueldad humana.

Un sueño: la fraternidad universal.

Un regalo: un libro.

Un valor: ser consecuente.

Que me recuerden por: no haber aspirado a que me recuerden.

En el nº 2.637 de Vida Nueva.

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