OBITUARIO: Carmelo Echenagusia, modelo de “lealtad sin fisuras”

(Miguel Ángel Malavia) Clara muestra de que siempre trató de hacer el bien para con los demás, fue la multitud que quiso acompañarlo en un último y cariñoso adiós. El funeral de Carmelo Echenagusia (1932, Irurreta-2008, Bilbao), que se celebró en la tarde del 7 de noviembre en la basílica de Begoña, congregó en torno a él a los que fueron sus fieles como obispo auxiliar de Bilbao (cargo que desempeñó entre septiembre de 1995 y febrero del presente año), ostentando en los últimos meses la condición de emérito. 

Presidió el sepelio Ricardo Blázquez, concelebrando con él más de un centenar de sacerdotes diocesanos. El obispo de Bilbao, en una cálida y emotiva homilía, repasó los momentos más destacados en la vida de quien durante años fue su auxiliar. En primer lugar, resaltó su devoción por la Virgen -que calificó de “entrañable, sencilla y profunda”- y su estrecha vinculación con la basílica de Begoña, “en la que recibió la ordenación como presbítero en 1955, en la que fue párroco durante cinco años y en la que quiso despedirse como obispo auxiliar”. Así, también fue el templo en el que el pueblo de Dios le homenajeó en su marcha definitiva, siendo por todo ello “el centro de acción y de irradiación de su vida ministerial”.

Blázquez rememoró con ternura el momento en el que le conoció, en los años 70, en un curso de formación en Salamanca. Carmelo, por aquel entonces, era profesor en el Seminario de Derio, teniendo un reconocido bagaje intelectual: era licenciado en Derecho Canónico por la Pontificia de Comillas, ampliando posteriormente sus estudios en Roma. Además, desarrolló la docencia del euskera, siendo fundador y profesor durante 20 años del Instituto diocesano de ‘Labayru’. Su amor por su lengua materna (escribió cinco antologías de literatura vasca) le valió el ingreso, en 1964, en la ‘Euskaltzaindia’, la Academia de la Lengua Vasca. 

Blázquez no dudó en calificar de “gracia” y “regalo” el tiempo en que fue su auxiliar, resaltando su “lealtad auténtica y sin fisuras”, incluso en los momentos de “dificultades especiales”. Finalmente, ensalzó “el ejemplo” que dio al morir (presente en esos instantes, él mismo le impartió la unción de enfermos), “afirmando que no tenía quejas contra nadie”. “Yo deseo morir de esta manera”, concluyó un emocionado titular de Bilbao. 

En el nº 2.636 de Vida Nueva.

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