Parroquias para el siglo XXI

Algora invita a las comunidades a “repensar los proyectos pastorales” y a ser lugares de acogida 

(José Lorenzo– Foto: Luis Medina) “Los emigrantes no son sólo un problema, sino también un don para nuestras sociedades. Nos ayudan en nuestro trabajo, nos obligan a abrir nuestra mente, nuestras economías y políticas y nos estimulan a buscar nuevos modelos. Sólo juntos podremos vencer este desafío y abrir nuestros mundo al futuro, del que todos deseamos gozar”. Estas palabras, formuladas por el secretario del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, el arzobispo Agostino Marchetto, durante el Foro Mundial sobre Emigración y Desarrollo, celebrado la pasada semana en Manila, resumen muy bien la actitud de la Iglesia en España ante los retos que le plantea la importante llegada de inmigrantes (buena parte de ellos, católicos) en los últimos años a nuestro país.

Fruto de esa preocupación, la Conferencia Episcopal Española (CEE) aprobó en su Plenaria de noviembre de 2007 el importante documento La Iglesia en España y los inmigrantes, que está sirviendo de base para el trabajo en las diócesis. En una de ellas, Madrid, donde el flujo inmigrante es de los más altos, acaba de celebrarse un simposio en el que, bajo el lema Las migraciones, compromiso cristiano, se invita a “cambiar la mirada” que aún persiste sobre el inmigrante y a apostar por reconocer “su dignidad e igualdad entre todos los hijos de Dios”.

En ese simposio, convocado por la Delegación Diocesana de Migraciones, se abordó el papel que, en estos momentos, debe jugar la comunidad parroquial para hacer viable, y visible, su compromiso evangélico con la persona inmigrante. El encargado de poner por escrito esos nuevos retos fue el obispo de Ciudad Real y responsable del Departamento de Pastoral Obrera de la CEE, Antonio Algora, quien, a las claras, señaló que, en la actual coyuntura social, la parroquia “está urgida a repensar proyectos pastorales, a no encerrarse en seguridades pretéritas, a no inflexionar su diálogo con el mundo, a mantenerse en su vocación misionera y en su mediación de vehicular el diálogo de la salvación entre el Evangelio del Reino, los hombres y los pueblos”.

Para él, esa vocación misionera, que pasa por una presencia significativa y relevante, “debe ser comprendida y redefinida en el momento actual: sin intentar recuperar la hegemonía en la sociedad ni tratar de situarse como instancia legitimadora”. De esta manera, según señaló Algora, se superaría un doble escollo: “El de la privatización de la fe en el seno de una sociedad pluralista, secular y democrática, y el de la inercia de la confusión, es decir, la resistencia a expresar lo específico y universal del mensaje evangélico”. De esta manera, esa comunidad parroquial, entendida ésta como la formada por “los cristianos del lugar y los de reciente inmigración”, debería constituirse “en buena noticia para la cultura y las culturas, para los hombres y los pueblos que constituyen hoy nuestras ciudades y nuestros barrios, nuestros municipios y nuestras comunidades por la diversidad sobrevenida con las migraciones”. En definitiva, según el obispo, la comunidad parroquial “no puede eludir este desafío”.

En esta nueva etapa, las parroquias deben, evidentemente, crear equipos de agentes de pastoral inmigrante; han de convertirse en lugares de encuentro e integración, también con los no cristianos; han de saber educar en el pluralismo y en el diálogo, “superando de esta manera todo monoculturalismo etnocéntrico y nacionalista”; y, desde luego, han de ser “promotoras de justicia por la defensa y el reconocimiento de los derechos del trabajador inmigrante y del refugiado y sus familias, enfrentándose al reto decisivo de cómo desmarcarse de un sistema, generador de injusticia y de violencia, para encaminar el mundo migrante hacia una nueva humanidad, expresión de la justicia del reino de Dios, en el que los últimos serán los primeros”.

LABORATORIOS DE CONVIVENCIA CIVIL

En su catálogo de demandas para esta nueva comunidad parroquial del siglo XXI, hace hincapié en la “solicitud pastoral” que se ha de prestar al inmigrante, de tal manera que se evite el convertirla “en una pastoral marginada para marginados”. Además, en ese camino con el inmigrante y su familia de cara a su integración social, no ha de olvidarse tampoco de integrar “en la vida y celebraciones de fe de nuestras comunidades el patrimonio espiritual y cultural de los inmigrantes católicos, y promover encuentros ecuménicos con los cristianos de otras Iglesias y comunidades eclesiales”.

Estas actuaciones -entre las muchas que enumeró en su ponencia- habrían, en palabras del obispo, de configurar a las parroquias como espacios para el encuentro y la integración, “auténticos laboratorios de convivencia civil”.

En el nº 2.635 de Vida Nueva.

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