La teología del celuloide

‘El Evangelio según Hollywood’, una mirada cristiana sobre el cine

(José Luis Celada) Son muchos más los estadounidenses que cada fin de semana visitan los multicines, “modernas catedrales” del siglo XXI, que los que van a la iglesia, la sinagoga o la mezquita. Un dato revelador, pero también la oportunidad para caer en la cuenta -como Greg Garrett– de que “a veces Dios puede dirigirse a mí tan elocuentemente a través de elementos de la cultura como de una ceremonia religiosa formal o en un ambiente religioso”. Es una de las constataciones con las que arranca El Evangelio según Hollywood, de inminente aparición en la editorial Sal Terrae, obra de este escritor, profesor universitario y predicador de Oklahoma, que ha descubierto en la factoría de los sueños y en muchas de sus producciones “un enlace decisivo en el camino hacia una vida espiritual”.

Consciente de que nuestro mundo tiene hoy “hambre de fe y contacto con lo divino”, G. Garrett defiende que “si es posible mostrar a los espiritualmente hambrientos una relación entre las formas narrativas populares que consumen con actitud religiosa y las narraciones centrales de nuestra fe, sin duda debemos intentar hacerlo”.

Y a ese empeño dedica las 232 páginas de su libro. También a desactivar “la tensión entre el contenido superficial de un filme y sus posibles sentidos espirituales más profundos”, la que hace que tantas cintas  de marcado contenido moral o religioso sigan siendo tabú para muchos cristianos. Una situación harto frecuente, fruto quizá de la “cultura de arca” cristiana, que se aísla del mundo o se niega a confrontarse con él. Flaco favor, “en especial cuando se trata de manifestaciones culturales que podrían ayudar a encaminar este mundo roto en la dirección de la fe”.

Pero el autor reconoce que las condenas episcopales de años atrás van dando paso a cursos sobre cine y teología en seminarios y universidades. Y es que “Dios se mueve en el mundo como un proyector que irradia luz a través de la cinta de celuloide; y de pronto, asombrosamente, vemos”.

Una revelación sorprendente y una oportuna aclaración sirven como antesala a los seis capítulos en que Garrett tratará de demostrar que “la encarnación dramática de los valores espirituales en un buen relato los hace accesibles a un público más amplio e incrementa las probabilidades de que ese público más amplio esté dispuesto a escuchar”.

Que un padre de familia creyente califique Pulp Fiction, la violenta cinta de Quentin Tarantino, de “profundamente espiritual”, resulta llamativo, incluso provocador, pero a lo largo de su libro entenderemos mejor por qué llegó a verla hasta siete veces. 

Y, junto a ella, el pertinente aviso para navegantes (lectores de su obra o inquietos cinéfilos): “Aunque Hollywood estrena cada año películas que pueden iluminar fecundamente la vida de fe y acercarnos a lo divino, muy pocas películas comerciales pretenden ofrecer una suerte de experiencia religiosa”. De cada cual depende, por tanto, el interpretar con un propósito concreto muchos de estos títulos (algunos “moralmente problemáticos”, admite Garrett) y comprometerse con los problemas que presentan. La palabra clave no puede tener más resonancias religioso-teológicas: discernimiento.

De él echa mano también el autor para emprender su particular recorrido por un abundante catálogo cinematográfico, deseoso de que muchas de las escenas que selecciona y comenta “os asombren y os impulsen hacia Dios”.

Precisamente, Dios y su existencia protagonizan el primer capítulo de El Evangelio según Hollywood. Películas como El show de Truman nos remiten a Dios como artífice del mundo, historias que nos sugieren que, “con independencia de que lo percibamos o no, existe un orden en el centro de la creación, una presencia que transciende nuestra percepción”. Pero Garrett recuerda que es sólo el principio. “Películas en las que intervienen personajes sobrenaturales como ángeles [City of Angels o Constantine] y demonios [La semilla del diablo o La profecía] sacados de nuestras historias sagradas; películas que narran milagros [¡Qué bello es vivir! o Campo de sueños]; películas que rinden tributo a la belleza y el orden de la creación…: todas crean realidades cinematográficas capaces de expresar la realidad de Dios”.

Claro que Dios puede manifestarse en lo cotidiano. Y ahí está Magnolia y su bíblica lluvia de ranas para descubrirlo. O American Beauty, según muchos “tan inmunda como una bolsa de plástico arrastrada por el viento”. El autor, por el contrario, considera a “ambas una prueba de que, tras la existencia, hay una Vida increíblemente benévola que podemos percibir si estamos dispuestos a mirar a través de las lentes de la cámara”.

En los grandes milagros o en la existencia de un orden cósmico, el caso es que son numerosos los signos de Dios, las Señales que remiten a Él y que despiertan la fe en “un mundo que busca indicios” de su misteriosa presencia.

Una vez visto “cómo el cine es capaz de ofrecernos elocuentes ejemplos de la fe en la existencia de un Dios creador”, Garrett aborda en el capítulo segundo cómo experimentamos a ese Dios, siempre muy consciente de que “la Trinidad es un concepto notoriamente complicado y desconcertante que…, en último término, ha de ser aceptado por fe”. Y, para que nadie se llame a engaño, aclara, además, que todo lo que desarrolla su libro es “simbólico, no alegórico”. Esto es, “las películas y lo que en ellas aparece pueden simbolizar elementos de la fe, pero no se identifican con éstos”. Así, nos resultará más fácil entender la oportunidad de incluir aquí títulos como Million Dollar Baby o la trilogía de Matrix.

La Trinidad

Concretando ya en las ‘personas’ trinitarias, la obra invita al lector-espectador a definir a Dios como Padre tomando como referente al personaje interpretado por Gregory Peck en Matar a un ruiseñor, pues “reúne varios de los elementos que podrían ayudarnos a imaginar una sana identidad para Dios Padre: poder, justicia, misericordia y amor”. Por no hablar del Gandalf de La comunidad del anillo, esa especie de padre sabio y omnisciente con poderes de dios guerrero.

¿Y el Hijo? Garrett se fija en “personajes cinematográficos que ejemplifiquen la enseñanza de la sabiduría o la ejecución de obras poderosas”. Buena muestra son -en su opinión- Superman, el Aslan de Las crónicas de Narnia, La leyenda del indomable, E.T. o Spiderman. Superhéroes, rebeldes, virtuosos, seres sobrenaturales…, todos remiten a Cristo.

En cuanto al Espíritu Santo, las musas y, sobre todo, las madres son los dos arquetipos femeninos a los que recurre esta obra para hablar del aliento, la inspiración o el consuelo divinos. Y lo hace con ejemplos tan dispares como las mujeres de buen número de filmes del maestro Hitchcock (Psicosis, El hombre que sabía demasiado, La ventana indiscreta…), el Rafiki de El Rey León o la conciencia que insta a la compasión en La lista de Schindler. Aunque, como Ciudadano Kane, “Dios es, en último término, incognoscible, aun cuando tuviéramos una filmoteca para elegir personajes”.

El Evangelio según Hollywood dedica su tercer capítulo al mal, cuya representación en el cine “es algo más que una efectista utilización del conflicto, algo más que un elemento narrativo que mantiene a los espectadores absortos en la acción que se desarrolla en la pantalla”. “También -sostiene Garrett- puede proponernos una reflexión teológica sobre el pecado y la muerte”.

Y, para ello, se vale de filmes que tratan de encontrar una explicación a los golpes de la vida (Gente corriente), de otros que apelan a poderes oscuros (La semilla del diablo), sobrenaturales (El Señor de los Anillos, Harry Potter y el cáliz de fuego…) y/o tentadores (La guerra de las galaxias) para resolver los interrogantes que plantea la cuestión.

En este apartado, cabe hacer un hueco también al cine negro, uno de los géneros que -según el autor- “tiene mucho que decirnos sobre el pecado”. Historias de codicia, adulterio, violencia y asesinato (El halcón maltés, Sed de mal, L.A. Confidencial…), a las que se suman otras que buscan cierta complicidad del espectador (aquí Hitchcock se lleva la palma) y que muestran cómo el mal se hace presente a menudo de modo “banal y cotidiano”. Sin olvidar, claro, los títulos que reflejan la atracción que el mal ejerce en algunos sujetos (El silencio de los corderos) o grupos (El padrino). Se cierra el capítulo con un epígrafe dedicado al mal en la obra de Spielberg, al individual (La lista de Schindler) y al que practican los sistemas (Munich).

En el capítulo cuarto, es el turno de películas que sacan a la luz la necesidad de la redención y la posibilidad de la conversión religiosa, narraciones que parecen “funcionar mejor cuando los personajes se ven obligados a cambiar”: Pena de muerte, Cadena perpetua, etc. Junto a ellas, “ejemplos de gracia, de momentos inesperados en los que se producen cosas inesperadas” (Pulp Fiction), u oportunidades para desarrollar un tema tan bíblico como el del perdón (El rey pescador…). Por no hablar del poder redentor del amor, latente en cintas como El río de la vida, La bella y la bestia o Magnolia, escaparate de seres rotos en busca de un cambio en sus vidas. 

Amor y esperanza

Mención especial merecen los relatos encuadrados en el género ‘comedia’ (Sucedió una noche o Cuando Harry encontró a Sally), y que “transmiten una comprensión más sólida de la gracia y de cuáles son los cambios que nos ayudarían a vivir con esperanza y amor”.

Tras detenerse en cómo el cine nos enseña maneras de llevar una vida honrada (ver recuadro), Garrett culmina su obra fijándose en “algunas formas en que la Iglesia, los cristianos individuales, la fe y la creencia son representados en las películas de Hollywood… y lo que podemos aprender de ellas”. Infinidad de títulos ilustran esta parcela: algunos explícitamente religiosos (La Pasión) o que abundan en los conceptos de fe y comunidad tan típicos de los filmes navideños (Milagro en la calle 34 o The Polar Express), otros que recogen el testimonio de servicio de miembros de la propia Iglesia (La Misión o Romero), y hasta cintas, como El Código da Vinci, que, a pesar de toda la polémica, ofrecen “una extraordinaria oportunidad de plantear buenas preguntas”.

Ahora sólo queda que el lector descubra por sí mismo y disfrute el extenso repertorio de películas que Garrett disecciona. La herramienta que nos brinda puede resultar muy útil para entender los nuevos lenguajes actuales. “Ante nuestros ojos -escribe citando al pastor Brian McLaren– se extiende un nuevo mundo: un mundo casi vacío espiritualmente que genera hambre y sed de buen pan y buen vino espirituales. Es un mundo hostil al dogmatismo, pero dispuesto a recibir las buenas semillas de la fe viva y vibrante. Si no respondemos como cristianos a esa necesidad, otros lo harán”. ¡Hagamos del mundo un lugar de película!

PAZ Y JUSTICIA EN IMÁGENES

“La Carta de Santiago corrige una impresión que demasiada gente tiene acerca de la religión cristiana: que la fe en Jesús es lo único relevante en la vida de los cristianos”, confiesa Garrett. Por eso, en el capítulo quinto de su libro, trata de demostrar que llevar una “vida significativa” (algo a lo que parece incapaz de aspirar el protagonista de Atrapado en el tiempo) exige trabajar por la justicia: individual (Cadena perpetua), económica (las disparatadas comedias de la Gran Depresión como Historias de Philadelfia dejan interesantes pruebas al respecto) y social (Las aventuras de Robin Hood o Las uvas de la ira). 

No menos importante resulta el desprenderse de prejuicios: sexuales (Philadelfia, Boys don’t cry o Brokeback Mountain) y raciales (Haz lo que debas o Crash, una cinta “profundamente ética y espiritual” con un mensaje final: “La gente muestra lo peor y lo mejor de sí misma”).

Pero hay más. “A través tanto de lo que dicen como de lo que no dicen sobre la violencia, [las películas] pueden ofrecernos valiosas lecciones sobre la importancia de la paz, una de las principales vocaciones de todo cristiano”. La lista, en este sentido, es larga: desde las películas bélicas, “que simplifican la guerra hasta convertirla en un conflicto dramático entre el bien y el mal” (El cazador, Salvar al soldado Ryan, Los tres reyes…) hasta las que ponen al descubierto la futilidad de la violencia (Grupo salvaje o Asesinos natos), pasando por las decididamente antibélicas (Senderos de gloria) o las que condenan la violencia como solución o recurso (Sin perdón).

En el nº 2.635 de Vida Nueva.

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