“El Concilio Vaticano II fue un don especial dado con Juan XXIII”

Benedicto XVI agradece la figura del ‘Papa bueno’ al cumplirse 50 años de su elección como pontífice

(Antonio Pelayo– Roma) El recuerdo de ciertas personas o personalidades de la historia no necesita ser reavivado, porque ha estado siempre presente en la memoria colectiva de las gentes. Es el caso notorio de Angelo Giuseppe Roncalli, que en apenas cinco años de pontificado logró abrirse un hueco no sólo en el corazón de millones de fieles de la Iglesia católica, sino en el de los “hombres de buena voluntad” a los que dirigió, en 1963, su encíclica Pacem in terris.

El martes 28 de octubre se cumplían cincuenta años de la elección del entonces patriarca de Venecia como sucesor del apóstol Pedro y de Pío XII. Roncalli escogió ser llamado Juan XXIII por su devoción al Bautista y al apóstol evangelista, y desde el primer momento sorprendió al mundo por la sencillez nunca traicionada de sus orígenes campesinos -nació en el pueblecito bergamasco de Sotto il Monte el 25 de noviembre de 1881- y por una bondad que se traslucía en su mirada y en sus gestos paternales.

Fue, sin embargo, el profeta capaz de convocar el Concilio Vaticano II y de abrir un nuevo capítulo en la historia milenaria de la Iglesia.

Para celebrar el medio siglo de su elección papal, ese mismo martes tuvo lugar en la Basílica vaticana una eucaristía presidida por el secretario de Estado, con la asistencia de numerosos cardenales y obispos de la Curia romana y de una conspicua representación de la diócesis de Bérgamo, presidida por su obispo, monseñor Roberto Amadei. En su homilía, el cardenal Tarcisio Bertone dijo: “Ha servido a la Iglesia con el espíritu sencillo de un campesino sin aspirar a privilegios o promociones, sin amar el clamor de la publicidad. Y cuando fue llamado a cubrir encargos de alta responsabilidad y de primer plano, conservó inalterable un estilo de afable sencillez, de humilde y dócil obediencia, situándose siempre, incluso cuando era Papa, en el ultimo puesto, es decir, al servicio de todos”. 

Al final de la Eucaristía, descendió a la Basílica Benedicto XVI, quien dirigió a todos los presentes un discurso glosando la personalidad del beato Juan XXIII (fue beatificado por Juan Pablo II el 3 de noviembre de 2000). Su elección -dijo- “fue el preludio y una profecía de la ‘experiencia de paternidad’ que Dios ofreció con abundancia a través de las palabras, los gestos y el servicio eclesial del ‘Papa bueno’. La gracia de Dios estaba preparando un tiempo comprometido y prometedor para la Iglesia y la sociedad, y encontró en la docilidad al Espíritu Santo que caracterizó toda la vida de Juan XXIII el terreno bueno para hacer germinar la concordia, la esperanza, la unidad y la paz para bien de la humanidad”. 

Comprometidos con él

“Un don verdaderamente especial -añadió el Santo Padre- ofrecido a la Iglesia con Juan XXIII fue el Concilio Vaticano II, decidido, preparado e iniciado por él. Todos estamos comprometidos en acoger de modo adecuado ese don, continuando con la meditación de sus enseñanzas y la traducción a la vida de sus indicaciones operativas”.

En un artículo publicado en la primera página de L’Osservatore Romano, su director, Gian Maria Vian, escribía ese mismo día, a propósito de la expresión “un Papa de transición”, acuñada poco después de su elección en ambientes poco favorables a su persona: “La transición preconizada de acuerdo con esquemas usuales y miopes fue, sin embargo, real, porque Juan XXIII pensó enseguida en convocar un Concilio, el Vaticano II, que se convertiría en el principal acontecimiento religioso del siglo XX”.

Sobre la herencia y tarea del Vaticano II, volvió a pronunciarse Joseph Ratzinger en un mensaje dirigido ese mismo día a los participantes en el congreso internacional sobre El Vaticano II en el pontificado de Juan Pablo II, organizado por la Facultad Teológica de San Buenaventura (el Seraphicum). “Hacer accesible al hombre de hoy la salvación divina -escribe el Papa al ministro general de los Frailes Menores Conventuales, Marco Tasca– fue para Juan XXIII el motivo fundamental para convocar el Concilio, y en esta perspectiva trabajaron los padres conciliares. Por eso ‘los documentos conciliares -como he recordado el 20 de abril de 2005, al día siguiente de mi elección pontificia- con el paso de los años no han perdido actualidad’, sino que se revelan ‘especialmente pertinentes en relación con las nuevas instancias de la Iglesia y de la actual sociedad globalizada'”.

Vayamos ahora a la presentación del documento Orientaciones para la utilización de las competencias psicológicas en la admisión y formación de los candidatos al sacerdocio, del que es autora la Congregación para la Educación Católica, hecho público el jueves 30 de octubre en una conferencia de prensa en la que participaron el cardenal Zenon Grocholewski y monseñor Jean-Louis Bruguès, prefecto y secretario del dicasterio respectivamente, así como el profesor Carlo Bresciani, psicólogo y consultor de la Congregación.

Al día siguiente, los titulares de los periódicos eran bastante expresivos: “El Vaticano niega a los gays el sacerdocio aunque sean castos” (El País), “El Vaticano prohibe que los gays se ordenen curas” (El Mundo), “El Vaticano pide un test psicológico para seminaristas con dudas sobre su sexualidad” (ABC),”En el seminario con el psicólogo. El Vaticano: No a los sacerdotes gays” (Corriere della Sera).

Podríamos multiplicar los titulares: todos han focalizado sobre el mismo asunto, inspirándose en lo que dijo el cardenal polaco ante los informadores: “Un candidato al sacerdocio con una enraizada tendencia homosexual no puede entrar en el seminario aunque no practique la homosexualidad: no porque cometa pecado, sino porque la homosexualidad es una desviación, una irregularidad, una herida para ejercer el sacerdocio, que consiste en ser padre espiritual y en saber relacionarse con los otros”.

Si mi lectura del documento ha sido exacta (son 18 páginas en total), sólo en una ocasión se cita la homosexualidad. Es en el número 10 dentro del capítulo sobre la ‘Formación sucesiva’. “El camino formativo -se dice- deberá ser interrumpido en el caso de que el candidato, no obstante su esfuerzo, el apoyo del psicólogo o de la psicoterapia, continuase manifestando incapacidad de afrontar de manera realista, aun teniendo en cuenta la gradualidad del crecimiento humano, sus graves problemas de inmadurez (fuertes dependencias afectivas, notable carencia de libertad en las relaciones, excesiva rigidez de carácter, falta de lealtad, identidad sexual incierta, tendencias homosexuales fuertemente radicadas, etc.)”.

Un tema que se repite

Si tenemos en cuenta que ya el 4 de noviembre de 2005 la misma Congregación había hecho pública su Instrucción Sobre los criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al seminario y a las Órdenes Sagradas, no es evidente que fuese necesario, o tal vez conveniente, volver a insistir sobre un tema del que ya se han hecho análisis y valoración suficientes.

A este propósito, es aleccionador el iter que ha recorrido este documento, tal como lo explicó en la conferencia de prensa el dominico francés Bruguès, actual secretario de la Congregación. La cuestión se remonta, nada menos, que a una “Nota indicativa” de la Secretaría de Estado con fecha del 19 de noviembre de 1975, en la que el entonces secretario de Estado, cardenal Jean Villot, ordena a la Congregación para la Educación Católica el estudio sobre el uso de las competencias psicológicas en la admisión y formación de los candidatos al sacerdocio. Brevemente se anotan los numerosos avatares de estas orientaciones, que la Congregación acomete en 1995. Desde el primer paso a hoy han pasado… más de treinta años, y ha salido a flote la plaga de la pedofilia en ciertos sectores del clero.

Alguien puede pensar que, como otras instituciones humanas, también la Iglesia está sometida a la ley del péndulo, y que la permisividad de otros tiempos es ahora sustituida por un gran rigor. Por otra parte, el documento oscila entre considerar necesaria la intervención del psicólogo (“si casus ferat”, es decir, en los casos excepcionales que presentan dificultades particulares) e insistir en que “al padre espiritual pertenece la tarea nada fácil del discernimiento de la vocación, incluso en el ámbito de la conciencia”.

En el nº 2.635 de Vida Nueva.

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