La Iglesia mexicana invita a no dejar solos a los presos

Los reiterados y trágicos motines de los últimos meses interpelan a los agentes de la pastoral penitenciaria

(Pablo Romo Cedano– México DF) La prisión de Reynosa (Tamaulipa) ardía, y el humo recorría los pasillos de un apretado centro penitenciario que albergaba a más de 2.000 reclusos, cuando originalmente fue concebido para admitir sólo a 500 internos. Consuelo Martínez gritaba desesperada por su hijo, que corría grave riesgo de asfixiarse al otro lado de las rejas, mientras los amotinados incendiaban una a una las celdas del pabellón norte, el del ‘bando enemigo’. “La guerra de los cárteles ha llegado a las cárceles”, afirmaba días antes de este último motín el ombudsman (Defensor del Pueblo) nacional.

El fiscal Gerardo Treviño dio fe horas más tarde de los 21 cuerpos sin vida que sacaron del penal la tarde del lunes 20 de octubre, entre ellos, el del hijo de Consuelo. El día anterior, el domingo, su hijo le había dicho que la situación dentro del penal era difícil. Consuelo lo había visitado, como todos los domingos, para llevarle algo de comer, animarlo y orar con él. Esta vez intentó tranquilizarlo y consolarlo, invitándole a que fuera a la misa que los jueves celebraba el padre Fidel

En efecto, cada jueves, un equipo de 16 personas de la Pastoral Penitenciaria de Reynosa, acompañadas por el padre Fidel González Camacho, anima las celebraciones en la prisión, hace oración y prepara a un grupo de internos para hacer la Primera Comunión. El crucifijo central y la imagen de la Virgen de Guadalupe, que presiden las oraciones de los jueves y domingos en la cárcel, quedaron un poco ahumados, pero no fueron afectados directamente por el incendio. “La Guadalupana es la patrona de la sección del hombre de la cárcel”, desvela a Vida Nueva el P. González Camacho, y agrega: “Es curioso, pero son los hombres quienes más se arriman a la iglesia y a la misa allá en la cárcel, mucho más que las mujeres. Es al revés que aquí afuera”. Pero su reflexión no se detiene, y el P. Fidel medita en voz alta: “Quizá porque están más deprimidas las mujeres dentro, se sienten más solas y traicionadas; están muy resentidas”. 

Éste es el tercer motín en las cárceles del país a lo largo de los últimos meses. En Tijuana, el pasado 18 de septiembre, otra revuelta de los reclusos se cobró la vida de 19 internos y dejó 40 heridos, tan sólo cuatro días después de que, en La Mesa BC, otro motín provocara la muerte de cuatro reclusos. Y es que los centros de Readaptación Social del país están saturados, hasta el punto de que muchos de ellos triplican la población para la que fueron diseñados.

Discreción y constancia

Mientras tanto, la Pastoral Penitenciaria sigue con su presencia discreta y constante en casi todas las cárceles del país, salvo en las de alta seguridad, donde se encuentran los reos muy peligrosos o los presos políticos. La Pastoral Penitenciaria tiene una organización muy desarrollada, de cientos de voluntarios probados en la fe y en el servicio generoso que cada semana, al menos, visitan a las decenas de miles de presos del país para orar con y por ellos. 

La Pastoral Penitenciaria -explica su vicepresidente nacional, Orlando Acosta Hernández– es la acción evangelizadora de la Iglesia que se dirige a toda persona que se encuentra privada de su libertad en cualquiera de las etapas del proceso, desde la detención hasta su reintegración a la sociedad, culpables o inocentes”. En ocasiones, los miembros de la Pastoral ayudan a los detenidos, buscándoles contactos con abogados, cuando realmente no tienen muchos recursos, o -como dice el propio padre Fidel- “les buscamos algún bienhechor cuando las fianzas son pequeñas, y no pueden pagarla los mismos detenidos, para que puedan salir y no se pierdan más en la cárcel”.

El recién nombrado arzobispo de Tulancingo, Domingo Díaz Martínez, preside desde hace dos años, dentro de la Comisión de Pastoral Social, la dimensión de Pastoral Penitenciaria. Él, por un lado, anima y convoca a los equipos nacionales en este delicado e importante ministerio y, por otro, invita a que se unan a esta tarea evangelizadora: “Las cárceles son una realidad en casi todas las diócesis de nuestro México católico; y también es una realidad el constante aumento de hermanos encarcelados, sobre todo jóvenes. Hermanos y hermanas, la Iglesia no puede permanecer indiferente ante estos hechos. Los internos consideran nuestra presencia como algo bueno para lograr una rehabilitación auténtica e integral. Ellos requieren de conversión, de rehabilitación, de readaptación. No los dejemos solos”, insiste el prelado.

En el nº 2.634 de Vida Nueva.

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