Juan José Tuñón: “Tengo el privilegio de cuidar a la Santina”

Abad de Covadonga

(Miguel Ángel Malavia) Juan José Tuñón es el nuevo abad del santuario de Covadonga. Lo que para él, como asturiano que ha dedicado su vida al servicio del Evangelio, es un “auténtico privilegio”, pues sabe muy bien “a quién cuida”. Guarda con cariño las palabras que le dedicó su arzobispo, Carlos Osoro, en su toma de posesión (el 28 de septiembre): “Os entrego lo que más quiero y lo que más quieren los asturianos, la casa de nuestra madre, la Santina”. Así lo siente también él, para quien ese rinconcito de su tierra enmarcado entre las verdes montañas que es Covadonga, siempre ha formado parte de su vida. 

Nacido en 1956 en Pola de Lena, entonces un pueblecito de unos 2.000 habitantes, recuerda con ternura sus periódicas visitas a la gruta, de la mano de su madre. “Entonces era un niño: salir del pueblo, viajar, ir a rezar a la Virgen… cómo no iba a ser especial”. De aquellos años, también evoca con una sonrisa inocente el hecho de que sus padres regentaran un centro que sirvió de teatro y luego de cine. “Ahora ya casi no tengo tiempo de ver películas o de escuchar tanta música como yo quiero, pero entonces eso formaba parte de mi vida cotidiana, como un signo de apertura, teniendo en cuenta la época”. En el campo de la fe, desde que tenía uso de razón, sus padres les inculcaron a sus dos hermanos y a él los valores cristianos que siempre les han acompañado. Por ello, cuando dijo que quería ser sacerdote, todos le apoyaron. “Desde niño ya decía que quería ser cura”, dice mientras ríe. Además de su familia, otro referente marcó su vocación: Don José, el párroco del pueblo. “Era ya un hombre muy mayor, lo que si cabe le daba aún una mayor venerabilidad. De él me atraía el respeto que infundía en todos. Era muy querido, ya que todo lo que hacía era desde la sencillez y la discreción. Ayudaba a mucha gente, pero sin decirlo”, recuerda con cariño. 

También hay que destacar su amplia formación. Pasando por universidades civiles y religiosas, ha realizado estudios de Historia, Biblioteconomía, Patrimonio… Varios de ellos los desarrolló en Roma, donde permaneció entre 1993 y 1999, en instituciones de primer orden como la Universidad Gregoriana o la Biblioteca Vaticana. De vuelta a su tierra, aplicó esos conocimientos: es el delegado de Patrimonio Histórico y Artístico de su diócesis, ha dado numerosas conferencias y ha escrito diversos artículos (muchos de ellos sobre la historia de Covadonga), ha sido profesor en varios institutos de Secundaria e imparte Historia Eclesiástica en el Seminario. Por su experiencia como docente en el Seminario, ha conocido la evolución del clero asturiano en los últimos 20 años, lo que le capacita para sacar una conclusión ante el progresivo descenso en el número de vocaciones: “Hemos de asumir la escasez. Pero, a su vez, hemos de tener la conciencia de que debemos afrontar ya el gran reto de trabajar junto a los laicos”. 

Afortunado

Ha sido sacerdote en muchas parroquias, siempre en Asturias, por lo que ha conocido todo tipo de contextos y de personas: “Desde pueblos de pescadores a barrios de inmigrantes extremeños o andaluces. Todos ellos gente buena, sencilla y luchadora”. Se le ve feliz, considerándose un hombre “tremendamente afortunado”, destacando dos hechos que han marcado su vida: “El primero en 1989, cuando Juan Pablo II vino por primera vez a Asturias. Yo era párroco del aeropuerto y tuve el orgullo de recibirle al bajar del avión. Y el segundo, este pasado sábado. Desde el año 908, la Cruz de la Victoria (que portó Don Pelayo en su victoria frente a los musulmanes), ha permanecido siempre en la catedral. Pues ahora, 1.100 años después, con motivo del Año Santo de la Cruz que celebramos en Oviedo, regresó por primera vez a Covadonga, teniendo yo el inmenso honor de recibirla en la basílica y acompañarla hasta la gruta… ante la madre de todos los asturianos, nuestra Santina”. 

En esencia

Una película: El abuelo, de José Luis Garci.

Un libro: cualquiera de María Zambrano u Octavio Paz. 

Una canción: un grupo, Mocedades. 

Un deporte: la montaña. 

Un rincón: estar junto al mar, el horizonte permanente. 

Un recuerdo de la infancia: Covadonga nevada. 

Una aspiración: ser feliz, realizando mi ministerio sacerdotal. 

La mayor tristeza: cuando no acierto al comunicar el Evangelio. 

Un sueño: mirar atrás y quedar satisfecho con lo que hice. 

Un regalo: el libro de un poeta amigo mío. 

La última alegría: estar en Covadonga. 

La mayor frustración: tener poco tiempo para leer.

Una persona: mis amigos de siempre. 

Un valor: el trabajo y la discreción. 

Que me recuerden por: ser como enunció Pablo VI, “experto en la humanidad”.

En el nº 2.634 de Vida Nueva.

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