El Sínodo vive su momento más auténtico y ecuménico

Con su alocución, Bartolomé I es el primer patriarca de la historia que interviene en la asamblea de los obispos

(Antonio Pelayo– Roma) Ha sido uno de los momentos auténticamente “fuertes” de este Sínodo de los Obispos y una nueva etapa significativa en la historia del ecumenismo contemporáneo. Para resaltarlo incluso visualmente se escogió un escenario de excepción: la Capilla Sixtina, donde el sábado 18 de octubre se celebraron unas solemnes Vísperas presididas conjuntamente por Benedicto XVI y Bartolomé I. Sesenta cardenales y patriarcas, 170 arzobispos y obispos, 200 presbíteros, religiosos y seglares acompañaban al Sumo Pontífice de la Iglesia Católica y al Patriarca Ecuménico de Constantinopla, primus inter pares de la jerarquía de la Iglesia ortodoxa. 

El patriarca Bartolomé I había llegado a Roma el viernes 17 desde Constantinopla, y al día siguiente fue huésped del Papa junto a una parte de su séquito (el exarca para Europa meridional Gennadios; el metropolita de Pérgamo Ioannis, delegado fraterno en el Sínodo; y el metropolita de Francia Emmanuel) a la hora del almuerzo en el apartamento papal.

A las cinco de la tarde volvieron a encontrarse en la llamada Sala de los Paramentos, y juntos hicieron su entrada en la Sixtina para la celebración de las Vísperas, iniciadas con el canto del himno Deus creator omnium polique rector. Ambos ocuparon sendos sitiales a derecha e izquierda del altar principal, de espaldas al Juicio Final pintado por Miguel Ángel. Siguieron los salmos y la lectura de la carta de san Pablo a los Filipenses (“Cristo se hizo obediente hasta la muerte, hasta la muerte de cruz; por eso Dios le exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre”), el canto del Magnificat, el rezo del Padrenuestro y la doble bendición final: la de Bartolomé I en griego y la de Benedicto XVI en latín.

Después de cantar el Ave Maria gregoriano, el Patriarca Ecuménico tomó la palabra ante los sinodales de esta XII Asamblea General: “Esta amable invitación de Vuestra Santidad a mi modesta persona -dijo en inglés- es un gesto lleno de significado y de importancia, atrevámonos a decirlo, un acontecimiento histórico en sí mismo. Es, en efecto, la primera vez en la historia que se le ha ofrecido a un Patriarca Ecuménico la oportunidad de dirigirse a un Sínodo de los Obispos de la Iglesia Católica Romana y, por lo tanto, de participar a la vida de esta iglesia hermana a un nivel tan alto”. La rica alocución de Bartolomé I se centró en tres puntos: escuchar y proclamar la Palabra a través de la Escritura; ver la Palabra de Dios, la belleza de los iconos y de la naturaleza; y tocar y compartir la Palabra de Dios, la comunión de los sacramentos y los sacramentos de la vida. Citando abundamente a los Padres de la Iglesia, afirmó: “La injusticia social y la desigualdad, la pobreza global y la guerra, la contaminación y el degradado ecológico derivan de la incapacidad y la falta de voluntad de compartir la Palabra”.

Como discípulos de la Palabra de Dios -añadió- es hoy más obligado que nunca que ofrezcamos una perspectiva única (más allá de lo social, lo político y lo económico) acerca de la necesidad de erradicar la pobreza, ofrecer equilibrio en un mundo globalizado, de combatir el fundamentalismo y el racismo, de desarrollar la tolerancia religiosa en un mundo lleno de conflictos”.

Aplausos agradecidos

Cuando el Patriarca finalizó, Benedicto XVI improvisó unas palabras de agradecimiento: “El aplauso de los padres era mucho más que una expresión de cortesía, era verdaderamente expresión de una profunda alegría espiritual y de una viva experiencia de nuestra comunión. En este momento hemos vivido realmente el Sínodo; hemos estado juntos en camino en la tierra de la Palabra divina bajo la guía de Vuestra Santidad”.

Todo lo que ha dicho Usted estaba profundamente nutrido por el espíritu de los Padres, de la Sagrada Liturgia y precisamente por eso también fuertemente contextualizado en nuestro tiempo con un gran realismo cristiano que nos hace ver los desafíos”. “Era también una alegre experiencia, una experiencia de unidad tal vez no perfecta pero verdadera y profunda. He pensado: vuestros Padres, que Usted ha citado ampliamente, son también nuestros Padres, y los nuestros son también los vuestros: si tenemos Padres comunes, ¿cómo podremos nosotros no ser hermanos? Gracias, Santidad, sus palabras nos acompañarán en el trabajo de la próxima semana, y más allá, en un camino común al suyo”.

Al día siguiente, en el curso de una visita de ocho horas al santuario mariano de Pompeya, Benedicto XVI pidió a los millares de fieles que le acompañaron una oración especial a la Virgen, “para que el Sínodo pueda traer frutos de auténtica renovación a todas las comunidades cristianas”. Al coincidir con el Domund, el Santo Padre evocó que a esa misma hora en Lisieux (Francia) tenía lugar la beatificación de Louis y Zelie Martin, los padres de santa Teresita del Niño Jesús, “que vivieron ardientemente su fe y la transmitieron a su familia y a su entorno”. (Notemos, de paso, que es el primer caso en la historia de la Iglesia en que son beatificados los padres de un santo).

Al escribir esta crónica, la Asamblea Sinodal está viviendo sus últimas jornadas, pues será clausurada el domingo 26 con una solemne Eucaristía en la Basílica de San Pedro. Los lectores recordarán -así lo espero- que interrumpimos nuestro relato antes de la presentación en el Aula de la relatio post disceptationem del cardenal canadiense Marc Ouellet. Texto clave, puesto que no sólo es el resumen de las sesiones que ocuparon las primera semana y media de trabajos, sino que ha preparado las posteriores discusiones en los ‘círculos menores’ (formados por afinidades lingüísticas), que acabarán encauzándose en las propuestas pastorales que la Asamblea ofrecerá al Papa después de haberlas discutido y votado.

Todo lo que los informadores hemos podido conocer de esta relación son dos densas páginas de síntesis publicadas en el número 24 del boletín del Sínodo. El texto se divide en tres partes:

1. “Dios habla y escucha”, tema que se subdivide en tres apartados: revelación, creación, historia de la salvación; Cristo, el Espíritu y la Iglesia; Palabra de Dios, liturgia, escucha. “El tercer apartado -afirma el cardenal relator- recuerda la dimensión sacramental inherente a la Palabra de Dios y la importancia subrayada por una gran cantidad de intervenciones de los Padres sinodales de que la relación existente entre la Palabra de Dios y la liturgia, especialmente la liturgia eucarística, sea reforzada; la dimensión antropológica de la revelación de Dios en su palabra, por la cual el hombre es un ser llamado a la escucha de la Palabra; la Iglesia, madre y maestra en la escucha de la Palabra de Dios”. 

2. “Palabra de Dios, Sagrada Escritura, Tradición”, tema desarrollado en los siguientes puntos: acontecimiento, encuentro, interpretación; unidad, primado, circularidad; Eucaristía, homilía, comunidad; exégesis, teología, lectio divina. “Se recuerda -anota Ouellet- que muchas intervenciones en el Aula han subrayado el hecho de que la palabra de Dios como tal no se identifica sólo con la Sagrada Escritura, aunque los dos términos se consideren con frecuencia sinónimos. En efecto, la doctrina expresada por la Dei Verbum afirma claramente que la Palabra de Dios nos es transmitida inseparablemente en la Palabra escrita inspirada y en la Tradición viva de la Iglesia”.

3. “Palabra de Dios, misión, diálogo”, que comprende tres puntos: testimonio, kerygma, catequesis; cultura, diálogo, compromiso; comunicación, proclamación, traducciones. “La palabra de Dios -se dice en la relación- se presenta como vínculo ecuménico y fuente de diálogo entre creyentes y judíos; la síntesis continúa con la presentación de la Palabra de Dios en el ámbito del diálogo interreligioso, en la relación con las culturas y como llamada al compromiso. Se subraya que muchos padres sinodales han hablado de inculturación y que una intervención en el Aula ha explicado su fundamento cristológico”.

Propuestas

Con estos materiales, los sinodales se reunieron en los diferentes ‘círculos menores’ (recordemos que Ricardo Blázquez, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, fue elegido moderador del grupo hispánico C, y que el reverendo Julián Carrón, presidente de Comunión y Liberación, es relator del círculo hispánico A), para elaborar la lista de propuestas pastorales que, junto al mensaje que dirijan al Pueblo de Dios, serán los frutos mensurables de esta Asamblea General. Me consta por diversos testimonios que han trabajado con seriedad, convencidos de poder transmitir la riqueza de la vivencia sinodal fuera de los estrechos muros del aula de reuniones. En su día lo veremos. Por ahora sólo sabemos que el elenco consta de 53 propuestas que deberán ser sometidas a voto definitivo el sábado 25 con la doble fórmula ‘placet’ o ‘non placet’. Los resultados no serán dados a conocer, como tampoco, en principio, el texto de las mismas. 

LOS SINODALES ESPAÑOLES SE ENCUENTRAN EN LA EMBAJADA

La lista definitiva de los españoles que han participado en esta Asamblea se eleva a 18, una de las más altas en la historia de los Sínodos por lo que a nacionalidades se refiere. A todos ellos les invitó a un cordial almuerzo en la Embajada de España cerca de la Santa Sede el embajador Francisco Vázquez el jueves 16. Al Palazzo di Spagna acudieron todos, con las excepciones de Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, y Julián Carrón, de Comunión y Liberación, quienes habían declinado previamente la invitación; y el fundador del Camino Neocatecumenal, Kiko Argüello, quien se presentó antes del almuerzo para disculparse por no poder tomar parte en él. También se disculpó a ultima hora la hermana Nuria Calduch, retenida por urgentes trabajos sinodales.

La mesa la presidió el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española; enfrente de él tomó asiento el cardenal Antonio Cañizares, arzobispo de Toledo, que tenía a su izquierda al vicepresidente del Episcopado, Ricardo Blázquez. Durante la comida, éste platicó animadamente con el Padre General de los Jesuitas, Adolfo Nicolás. Los menos habituados a la Embajada eran los cuatro prelados españoles que rigen diócesis fuera de nuestro país: el franciscano Jesús Pérez Rodríguez, arzobispo de Sucre (Bolivia); el comboniano Miguel Ángel Sebastián, obispo de Lai (Chad); el obispo de Ponce (Puerto Rico), el escolapio Félix Lázaro; y José Alberto Serrano, miembro del Instituto Español de Misiones Extranjeras y obispo de Hwange (Zimbawe).

Los religiosos españoles estuvieron representados por los superiores generales de los franciscanos, José Rodríguez Carballo; de los claretianos, Josep Maria Abella; y de los escolapios, Jesús María Lecea. Igualmente, el benedictino Juan Javier Flores, presidente del Pontificio Instituto Litúrgico de San Anselmo, y como representantes de los sacerdotes seculares, el asturiano Jorge Juan Fernández Sangrador, director de la BAC, y el profesor de la Facultad de Teología de Cataluña y de la Gregoriana, Salvador Pié Ninot. El embajador Vázquez celebró la tan cualificada participación española en este Sínodo, del que, dijo, caben esperar importantes decisiones para la renovación de la Iglesia universal y española.

Española fue también la Liturgia de la Palabra del 20 de octubre en la Basílica de San Bartolomé, con ocasión del traslado de algunas reliquias de san Pedro Poveda, fundador de la Institución Teresiana. En su homilía, el cardenal Rouco glosó unos párrafos de una meditación redactada por el P. Poveda el 14 de abril de 1935, centrada en la virtud de la mansedumbre. “Si preferimos la acritud -escribía el santo-, la reticencia, la sequedad, la ira, la impaciencia, la brusquedad, la insolencia es porque así satisfacemos la pasión, el amor propio, la soberbia; porque así nos resulta más cómodo, más fácil, más a nuestro gusto”. Estaban presentes la directora de la Institución, Loreto Ballester, y Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio, a quien Juan Pablo II confió esta Basílica para que fuera templo de los mártires del siglo XX.

En el nº 2.633 de Vida Nueva.

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