Tan audaz como fallido

Tiro en la cabeza

(J. L. Celada) Apenas una docena de espectadores en la tarde de su estreno, cuando el aforo de la sala ronda las 200 localidades, ilustra mejor que todos los comentarios y críticas el grado de interés que está despertando entre el gran público el último trabajo de Jaime Rosales, avocado a un paso efímero por las carteleras. Porque las expectativas creadas por su esperado y polémico Tiro en la cabeza en el reciente Festival de San Sebastián se han quedado en eso: un ejercicio fílmico tan audaz en su concepción como fallido en su resolución.

Empujado por su necesidad de entender al ser humano y de seguir explorando nuevos caminos en esto del séptimo arte (así lo ha manifestado con frecuencia, y de ello dan fe sus títulos precedentes, Las horas del día y La soledad), el realizador barcelonés nos brinda su particular -aunque, ciertamente, anodina- visión sobre ETA. Una trágica noticia fechada en diciembre de 2007 (el asesinato de dos jóvenes guardias civiles en el sur de Francia, tras el encuentro fortuito con varios miembros de la banda terrorista) es el germen de este proyecto, poco menos de hora y media entregada a la experimentación narrativa de dudosa eficacia y ritmo tedioso.

Rosales nos invita a ser testigos en la distancia -el teleobjetivo se encarga de recordarlo- de las andanzas diarias de un etarra, ésas que le hacen adoptar a un asesino sin escrúpulos la apariencia de un tipo normal: desayunar en la intimidad del hogar, acercarse al kiosco o al parque, acudir a una fiesta o a tomar el aperitivo con un amigo… Para ello, el cineasta prescinde de la palabra -origen de tantos desencuentros y/o justificaciones-, bien porque entiende que en este tema ya está todo dicho o porque sus tristes protagonistas sólo conocen el lenguaje de las armas (su discurso, el único diálogo perfectamente audible de la cinta, es un insulto: txacurra, perro, seguido de una ráfaga de disparos).

Lejos de resultar estimulante, la propuesta formal del director ni siquiera supone una tregua alternativa a este tiempo de móviles tribanda y tertulianos diarreicos. El sonido ambiente que acompaña su metraje (motores de coche, puertas que chirrían, ruidos de vajilla, voces que se entrecruzan…), más que recurso, es alivio ante un silencio que trata de cuestionar pero aburre soberanamente.

Así las cosas, la que estaba llamada a ser una película conflictiva o, al menos, con capacidad para cuestionar, se revela como un producto pretencioso y vacío, huérfano de casi todo. Hasta de cualquier peligrosa carga ideológica.

En breve, Iñaki Arteta y su documental El infierno vasco volverán sobre el tema. Mientras tanto, a Rosales su Tiro en la cabeza le ha salido “por la culata”. Hacía meses que un film no prometía tanto para acabar cumpliendo tan poco.

En el nº 2.631 de Vida Nueva.

Compartir