Marc Carroggio: “A veces es más efectivo que hablen los laicos”

Director de Comunicación del Opus Dei

(Texto y fotos: Darío Menor) Marc Carroggio es un experto en estrategias de comunicación y en cómo la Iglesia puede, también, hacer uso de las mismas. De ello dio buena muestra este catalán de 41 años cuando se encontró, como Director de Comunicación del Opus Dei, con la tarea de hacer frente a la enorme polvareda levantada a nivel internacional con el libro de Dan Brown El Código Da Vinci y, sobre todo, con la versión cinematográfica del mismo que protagonizó el dos veces oscarizado Tom Hanks. Un reto del que salió airoso, tanto que la campaña que puso en marcha -abrir las puertas de la institución para que quien tuviese curiosidad se acercase de primera mano a ella para conocerla- no sólo se estudia hoy con admiración en las facultades de periodismo norteamericanas, sino que hizo que aumentase el número de miembros de la Obra.

Profesor de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, en Roma, Carroggio analiza para Vida Nueva la importancia que la prensa tiene para los católicos y las oportunidades que de ella se derivan también para la tarea evangelizadora en un mundo donde los excesos de información no ayudan a reparar en los matices.

En la reciente celebración del 50º aniversario de ‘Vida Nueva’ en Roma, en el debate entre un grupo de destacados ponentes, se planteó la siguiente disyuntiva: ¿es más indicado que la Iglesia cuente con medios de comunicación propios o, por el contrario, que periodistas católi- cos desarrollen su labor en la prensa convencional de acuerdo a sus creencias? ¿Por cuál de estas dos posibilidades optaría usted?

Creo que las dos cosas son necesarias, siempre que la persona sea consciente de en qué situación se encuentra en cada momento. El periodista católico que está en un medio de información general sabe dónde juega y, con su profesionalidad y buen hacer, puede ser una presencia cristiana significativa e importante. Además, es fundamental que el cristiano comunicador no se aísle, debe ser coherente con el lugar donde trabaja. La situación es similar a lo que ocurre con los católicos en política. La clave está en la profesionalidad, que en un mundo como el actual se convierte en un factor que te permite dialogar y encontrar puntos de encuentro. Por ello, es importante que en las escuelas de comunicación se prepare a personas con una base profesional muy alta. Al mismo tiempo, en una sociedad plural como la nuestra, las identidades son importantes y pienso que un profesional de la comunicación que, además, es cristiano no tiene que tener miedo a mostrar que es cristiano y a que los demás lo sepan. Para nosotros, españoles, es quizás más complejo, porque venimos de una época en la que el país estaba dividido en dos. En Italia, sin embargo, no supone ningún problema presentarte como cristiano. Ya es hora de que los españoles superemos esta situación y que el cristiano pueda mostrar abiertamente su postura, que es muy entusiasta y útil para la sociedad. Estoy convencido de que la propuesta cristiana es una apuesta de mejora para todos y para la persona humana, por lo que no plantea ningún conflicto con la profesionalidad. Dicho esto, hay que tener en cuenta que resulta muy interesante que la Iglesia tenga sus propios canales e instrumentos de comunicación, siempre que éstos sean de calidad y respondan a la identidad institucional.

¿En los medios de comunicación de la Iglesia debe primar la rentabilidad o deben regirse por otros principios?

En este campo, la Iglesia no se debe dejar llevar -y no lo está haciendo- por el imperativo de la audiencia, pero sí por el de la calidad. No tiene sentido invertir en productos que no interesan y no llegan al público. El punto estratégico es: ¿dónde invertimos nuestra creatividad? Se debe intentar que los productos que se realicen lleguen a un público concreto. Analizado desde este punto de vista, Vida Nueva tiene un espacio muy importante; igual le ocurre a Zenit o a H2O. En el caso italiano, Avvenire es un punto de referencia en el que no sólo se prima la rentabilidad económica, sino también la rentabilidad social, de ser punto de referencia, de conseguir poner en la agenda pública otros enfoques. Si lo comparamos, por ejemplo, con la cocina, tenemos que hacer platos que a lo mejor no son mayoritarios, pero sí deben ser buenos, con condimento.

¿Por qué muchos de los medios de comunicación de la Iglesia son tan poco atractivos y no consiguen atraer al público joven?

Los jóvenes no sólo no se sienten atraídos hacia la prensa católica, sino hacia la prensa en general. Si nos centramos en los lectores habituales de periódicos, estoy convencido que ejemplos como Avvenire sí que ofrecen algo diferente, con un punto de vista distinto. En el peor de los casos, un papel estupendo de los medios católicos es el de convertirse en escuelas de periodistas, como lo fue el Ya en su época. Se trata de inversiones a largo plazo y una muestra del interés de la Iglesia por la comunicación. Además, también se crea una cultura más atenta a los cambios sociales y más abierta a las nuevas realidades. Tienen una función como grupos de pensamiento y de reflexión. Tal vez por ello, a veces dan la sensación de ser productos duros, difíciles de digerir.

Con la concepción de los medios católicos como escuelas de periodistas se lograría, precisamente, una mayor presencia de éstos en el resto de la prensa…

Sí, la gran inversión de los medios católicos consiste en unir la sensibilidad cristiana y la sensibilidad por la comunicación. Ésta debe ser una de las preocupaciones, no sólo lograr la gran audiencia, que, además, se consigue a base de crear polémicas. El otro reto es hacer atractivo desde el punto de vista comercial lo que un cristiano considera interesante, pero ahí te encuentras con un límite, ya que temas como la violencia o el sexo venden, pero no es lo que nosotros queremos hacer. Nuestro mensaje debe ser otro. Estoy convencido de que en los medios, escuelas y facultades de comunicación católicos se está dando una gran reflexión sobre cuál es la diferencia entre estas instituciones cuando están promovidas por un impulso católico a cuando no.

¿Y en qué considera que se deben diferenciar?

Los temas son muchos. No se debe diferenciar en las materias técnicas, que habrían de estar al primer nivel, pero en cambio sí deben ser distintas en las enseñanzas de tipo humanístico, como la antropología judeocristiana. Es básico para entender al ser humano y su trascendencia. También hay que hacer entender que el periodismo es una función pública, un servicio.

¿Cómo debe gestionar la Iglesia las situaciones de crisis que puedan surgir dentro de ella misma?

Un ejemplo muy bueno de cómo se debe actuar es lo que ha hecho el papa Benedicto XVI en su reciente viaje a los Estados Unidos, haciendo referencia a los abusos sexuales a niños cometidos por sacerdotes. Ha sido una lección muy interesante y de la que se pueden sacar muchas conclusiones. Es verdad que cada caso es diferente, porque hay veces que no se cuenta con todos los datos, pero es necesario tomar la iniciativa y dar desde dentro la información. Incluso en esos casos, aparentemente más negativos, se pueden convertir en ocasiones para arrojar más claridad, ya que es un momento muy bueno para mostrar qué es la Iglesia. Hay que aprovechar la atención mediática para decir qué es lo que se piensa de ese problema y, además, diciéndolo de una forma que muestre la firmeza, caridad y flexibilidad del cristiano. A veces hemos podido pecar de dar demasiada importancia a hechos que han sucedido siempre.

Más allá de las situaciones de crisis, ¿por qué cree que gran parte de las instituciones de la Iglesia son tan reacias a comunicar?

Eso sucede en el 80% de las organizaciones, no sólo en la Iglesia. Hay que tener en cuenta que en los países en los que se le da más importancia a la comunicación, la Iglesia comunica también mejor. A veces se da también un factor cultural de una cierta desconfianza hacia la comunicación por ser entendida como publicidad o propaganda. Comunicación y cultura están muy unidas en el caso de la Iglesia. Me parece que un ejemplo interesante es el del proyecto cultural de Italia. De diez noticias relacionadas con la Iglesia que publican los medios italianos, al menos siete de ellas son propuestas y tan sólo el resto son reacciones. Sin una acción cultural a largo plazo, surgen debates para los que no se cuenta con nadie para exponer de manera inmediata y clara la opinión de la Iglesia.

¿Cree que la Iglesia debe opinar sobre todos los temas que se suscitan o hay ocasiones en las que debería guardar silencio?

Es muy aplicable a la comunicación un documento publicado por la Congregación de Doctrina de la Fe en el año 2004 acerca de la participación de los católicos en la vida pública. Muchos de los principios contenidos en esa nota son muy extrapolables a estos temas, porque en el fondo, los problemas son los mismos. Cuando se trata de cuestiones éticas y antropológicas fundamentales, la voz de la Iglesia se tiene que oír. El punto estratégico es quién habla. Analizando muchos casos, he llegado a la conclusión de que muchas veces es más efectivo que lo hagan laicos bien formados, sobre todo si la situación coincide con un momento de debate político.

LA PELÍCULA ‘CAMINO’ CARICATURIZA LA RELIGIÓN

La reciente proyección en el Festival de Cine de San Sebastián de la película Camino, del realizador Javier Fesser, recuperó al Opus Dei, al menos durante unos días, como centro de la polémica religiosa en España. La cinta está basada en la historia real de la niña Alexia González-Barros, perteneciente a una familia de miembros de la Obra que falleció en 1985 cuando contaba 14 años de edad. Su causa de beatificación se está estudiando ya en el Vaticano. Próximo su estreno en las salas de cine españolas, el 17 de octubre, la imagen que muestra no deja en buen lugar a esta institución, por más que su director haya mostrado su absoluta convicción de que nada de lo mostrado en la cinta disgustará al Opus Dei. Por eso hemos querido preguntarle también sobre esta cuestión a Marc Carroggio.

¿Qué paralelismos encuentra entre El Código Da Vinci y la película de Javier Fesser?

La naturaleza de cada fenómeno reclama una respuesta comunicativa diversa. El Código Da Vinci era un producto universal y de masas. Cuando un libro ha vendido treinta millones de copias, no puedes permanecer indiferente. La película de Fesser es algo local, ignorado por ejemplo en un país como Italia.

El factor común es que, en ambos casos, nos encontramos ante ficciones que caricaturizan la religión. En un caso, se juega con la persona de Jesucristo; en el otro, con la fe cristiana. La caricatura de la primera es grotesca; la de la segunda, algo más sutil. Éstos y otros fenómenos similares exigen una respuesta creativa por parte de los cristianos, una respuesta que es distinta -por decirlo de algún modo- a la que se podría dar ante una noticia errónea.

¿Cómo afrontaría desde el punto de vista comunicativo una controversia como la que plantea Camino?

A corto plazo, me parece que es fundamental redimensionar el fenómeno (una película como Camino es una pequeña anécdota en la vida de una institución de la Iglesia) y no darle más relevancia de la que tiene; no quedar atrapado en el ruido de la polémica que, entre otras cosas, suele ser el mejor instrumento de marketing de un filme. Por otro lado, se trataría de reconducir el posible interés informativo hacia la historia real que está en el origen de la película: la hermosa historia de Alexia González-Barros. Por último, conviene recordar a la opinión pública que la película ofrece una visión distorsionada de la realidad, como ha hecho -de manera educada y respetuosa, unida al dolor de la familia de Alexia- la oficina de información del Opus Dei en Madrid. A largo plazo, habría que descubrir modos para favorecer una mayor presencia de cristianos en los ámbitos de excepcional importancia del cine y el espectáculo. El arte y la belleza han sido siempre vía privilegiada de comunicación del mensaje cristiano. Intuyo que la mejor respuesta cristiana a estos fenómenos de ficción llegará precisamente por esta vía positiva: a través de numerosas películas que reflejen la verdad y dignidad de la persona de modo atractivo y con alto nivel artístico.

En el nº 2.631 de Vida Nueva.

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