El Rembrandt más bíblico seduce al Prado

La pinacoteca reúne 35 pinturas y 5 estampas del gran maestro holandés en una exposición antológica

(Juan Carlos Rodríguez) El Prado corrige una de sus escasas ausencias: tan sólo cuenta con una única obra de Rembrandt Harmenszoon van Rijn (Leiden, 1606-Amsterdam, 1669), Artemisa. Desde el 15 de octubre y hasta el 6 de enero, sin embargo, albergará 35 pinturas y 5 grabados procedentes de los principales museos de Europa y los Estados Unidos. “Echábamos de menos más obras del gran maestro holandés”, admite Miguel Zugaza, director de la pinacoteca, para quien esta muestra devolverá protagonismo a toda la pintura del Siglo de Oro.

“Rembrandt es más que un pintor; es un proyecto artístico, es una manera de entender la vida y la condición humana”, explica al tiempo Alejandro Vergara, comisario de la exposición y conservador jefe de pintura flamenca del Museo. Y eso es lo que el Prado quiere enseñar. La exposición persigue el rastro del Rembrandt más evocador, el pintor “narrador de historias”, como proclama el título de la muestra. “Aunque el maestro de Leiden fue también un gran pintor de retratos y de paisajes -insiste Vergara-, tenía una manera de mirar el mundo muy personal, con una intensidad emocional muy honda. Y eso es lo que precisamente queremos mostrar en el Prado con esta temática histórica”.

Esas historias “narradas” por Rembrandt, no obstante, estarán básicamente centradas en la transcripción bíblica, más habitual de lo que se podría presumir de un pintor aparentemente descreído por su biografía, al margen de convencionalismos sociales y religiosos. Al punto de que los temas bíblicos centran casi 30 de las 40 obras que llegarán al Prado. Rembrandt fue heredero de la tradición pictórica como profesión de fe, al mismo tiempo que, evidentemente, el Renacimiento implosiona en su concepción revolucionaria de la pintura y de su elección temática: la historia, la ciencia, el comercio, el poder. Más allá de la Ronda nocturna o de Lección de anatomía -sus dos obras más famosas no estarán en el Prado-, descubriremos un Rembrandt en el que la temática del Antiguo Testamento va transformándose desde escenas sombrías y de grupos de intenso dramatismo a elecciones más nítidas y luminosas, retratos sobrios y de una personal lectura, casi siempre, del Nuevo Testamento.

Una transformación que se podrá apreciar a partir de obras maestras de juventud como el San Pedro y San Pablo que llega desde Melbourne o en piezas de madurez como Sansón cegado por los filisteos, que viaja desde Francfort, el Jeremías lamenta la destrucción del templo, del Rijksmuseum de Amsterdam o la Betsabé que cede para la ocasión el Louvre. Serán los ejes y protagonistas esenciales de una muestra que, en consecuencia, permitirá ver cómo el arte de Rembrandt emana de Tiziano y Rubens, incluso de un coetáneo como Velázquez.

Inspirado en la Biblia

Difícilmente, sin embargo, podremos encontrar un artista -y menos aún de su talla y  biografía- tan sólidamente inspirado por la Biblia que Rembrandt, por mucho que ésta influyera en la sociedad holandesa del protestantismo reformado del siglo XVII. Y, sobre todo, que la hayan reflejado con su maestría. Algunas muestras evidentes son, por ejemplo, Entierro de Cristo y La Sagrada Familia (Alte Pinakothek de Munich), Descanso en la huida a Egipto (National Gallery of Ireland), La negación de San Pedro (Rijksmuseum), Lamentación sobre Cristo muerto, Ecce Homo y, sobre todo, Cristo y la mujer adúltera (los tres de la National Gallery de Londres), pintado como respuesta al apercibimiento por “vivir en pecado” que recayó sobre su joven “ama de llaves”, Hendrickje Stoffels, por convivir y tener una hija, Cornelia, con el pintor sin que contrajeran matrimonio. A él precisamente, ya viudo, no se le amonestó porque no pertenecía a la comunidad, pero, sin embargo, elegía la Biblia como repertorio para hablar de su vida y de su tiempo.

Así, por supuesto, se expone también en las obras en papel -que son prácticamente como cuadros sobre lienzo o tabla por su gran tamaño-, que se verán en la pinacoteca: Cristo ante Pilatos (National Gallery of Art de Washington), Cristo curando al enfermo y Cristo presentado al pueblo (Rijksmuseum) o Cristo crucificado entre los dos ladrones (Metropolitan Museum of Art de Nueva York), completadas con estampas procedentes de la Biblioteca Nacional como El descendimiento y La resurrección de Lázaro. Breve muestra de las más de ochenta estampas relacionadas con la Biblia y los Evangelios apócrifos que grabó. Las escenas le permitían, por una parte, imaginar composiciones originales y complicadas; por otra, experimentar con la luz. Las escenas bíblicas además le permiten demostrar su capacidad fuera de lo común para transmitir la intensidad y variedad de los sentimientos.

Rembrandt, que se instaló a los 25 años en Ámsterdam, no hizo otra cosa que retratar el misterio del alma humana, que muchos han vinculado a la luz interior que emanaba de sus figuras. Quizás por ello, por lo complejo de su tarea, ejecutó una obra tan pródiga y prodigiosa. Produjo cerca de 600 cuadros, 300 aguafuertes y 2.000 dibujos. A su vez, fue un prolífico pintor de autorretratos, casi  80, la mejor manera que encontró, sin duda, del lóbrego intento de conocerse a sí mismo. Eugenio Fromentin en Los maestros de Antaño escribió que “Rembrandt es un enamorado de quimeras al que le bastaba sentarse ante el espejo y retratarse no como lo hacía Rubens, mezclado con figuras de epopeya, sino solo, para sí mismo y por el solo valor de una claridad temblorosa o de una media tinta jugando con los planos redondeados de su ancho rostro enrojecido”.

En el nº 2.631 de Vida Nueva.

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