Benedicto XVI: “La Palabra fundamenta la realidad”

El Papa preside la inauguración del Sínodo, en el que participan más de 250 cardenales y obispos

(Antonio Pelayo– Roma) Nadie en sus justos cabales se atrevería a poner en duda la magnificencia que la Basílica de San Pedro presta a las ceremonias litúrgicas presididas por el Papa, pero la “novedad” de haber celebrado la misa de apertura de la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos en la Basílica de San Pablo Extramuros ha demostrado que también este templo situado en el extrarradio de la capital es un “marco incomparable” -como dirían los viejos cronistas-, justificado, además, por la coincidencia con el Año Santo de san Pablo.

Desde primeras horas de la mañana del domingo 5 de octubre, la basílica paulina estaba llena de fieles, y cuando en torno a las 9 llegó Benedicto XVI, estaban ya revestidos los más de 250 cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes que iban a concelebrar con él la Eucaristía. Mientras el Santo Padre y los concelebrantes se dirigían en procesión a través del pórtico hacia el altar, la multitud cantaba las Laudes Regiae y resonaba en las amplias naves del templo el Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat.

La aspersión de los fieles con agua bendita la realizaron los tres presidentes delegados del Sínodo de los Obispos, los cardenales William Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe; George Pell, arzobispo de Sydney; y Odilo Pedro Scherer, arzobispo de São Paulo; así como el cardenal Marc Ouellet, arzobispo de Quebec y relator general de la asamblea sinodal. Los datos numéricos reflejan la universalidad de la asamblea reunida: 52 cardenales (entre ellos, los españoles Antonio Mª Rouco Varela y Antonio Cañizares Llovera), 14 patriarcas o representantes de las Iglesias orientales, 45 arzobispos, 130 obispos (monseñor Ricardo Blázquez era uno de ellos) y 85 presbíteros provenientes de los cinco continentes.

En su homilía, Joseph Ratzinger glosó las lecturas de la liturgia dominical centradas en la alegoría de la viña y, con sus acentos dramáticos, en la parábola de los viñadores homicidas. “Nos viene de modo espontáneo -dijo el Papa- pensar en el primer anuncio del Evangelio del que surgieron comunidades cristianas inicialmente florecientes y que hoy sólo son recordadas en los libros de historia”.

¿No podría suceder lo mismo en nuestra época? -se preguntó a continuación-. Naciones que antes estaban llenas de fe y de vocaciones ahora están perdiendo su identidad bajo la influencia deletérea y destructiva de una cierta cultura moderna. Hay quien al decidir que Dios está muerto se declara ‘dios’ a sí mismo, pues se considera el único artífice de su destino, el propietario absoluto del mundo. Al desembarazarse de Dios y sin esperar de él la salvación, el hombre cree que tiene la capacidad de hacer lo que le agrada y que puede ponerse como único patrón de sí mismo y de su modo de actuar”.

Cuando los hombres se proclaman propietarios absolutos de sí mismos y únicos propietarios de lo creado -volvió a preguntarse el Pontífice- ¿pueden construir verdaderamente una sociedad donde reinan la libertad, la justicia y la paz? ¿No sucede más bien, como la crónica cotidiana demuestra ampliamente que se extienden el arbitrio del poder, de los intereses egoístas, de la injusticia y la explotación, así como la violencia en todas sus formas? El punto de llegada final es que el hombre se encuentra más sólo y la sociedad más dividida y confusa”.

Más de un colega concluyó aquí sus citas de la homilía papal y eso les permitió afirmar que Benedicto XVI dibujaba un “panorama desolador” de la Iglesia contemporánea. Le hubiera bastado un poco más de paciencia para encontrar otras frases de tono bien distinto: “En las palabras de Jesús -dijo a continuación- hay una promesa: la viña no será destruida. Mientras abandona a su destino a los labradores infieles, el patrón no se aparta de su viña y la confía a otros siervos fieles. Esto indica que si en algunas regiones la fe se debilita hasta extinguirse, habrá siempre otros pueblos preparados a recibirla”.

Refiriéndose más en particular al tema del Sínodo, el Santo Padre afirmó: “Si el anuncio del Evangelio constituye su razón de ser y su misión, es indispensable que la Iglesia conozca y viva lo que anuncia para que su predicación sea creíble a pesar de las debilidades y las miserias de los hombres que la componen”.

Experiencia televisiva

Esa misma tarde, Benedicto XVI inauguró, con su participación activa, una original experiencia televisiva a cargo de la RAI, la televisión pública italiana, destinada justamente a propagar el conocimiento de la Sagrada Escritura entre las masas. Se llama La Biblia día y noche y se trata de una emisión non stop desde las siete de la tarde del domingo 5 al mediodía del sábado 11, 139 horas en total a lo largo de las cuales 1.250 personas darán lectura ante las cámaras de la televisión a pasajes significativos del Antiguo y del Nuevo Testamento.

La lectura tiene lugar en la Basílica romana de la Santa Cruz de Jerusalén, pero el Papa intervino con una grabación realizada en la residencia veraniega de Castelgandolfo, desde donde leyó el comienzo del primer libro del Génesis: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra…”. Su intervención duró siete minutos y fue seguido por el metropolita Hilarión del Patriarcato de Moscú y por Domenico Maselli, en representación de la federación de Iglesias Evangélicas. Luego fue el turno del actor y director Roberto Benigni (éste, por cierto, hizo fuera de antena un lucido comentario: “Éste es un libro que leemos en presencia de su autor”) y del tenor ciego Andrea Bocelli, que protagonizó uno de los intermedios musicales.

Entre los lectores hay gentes muy conocidas -el senador Giulio Andreotti, por citar uno solo- y otras perfectamente anónimas, seleccionadas entre las 180.000 que mandaron un e-mail proponiéndose como posibles participantes. Pertenecen a 37 nacionalidades diferentes y, entre ellos, hay protestantes, musulmanes y judíos (aunque el rabino jefe de Roma, Riccardo di Segni, declinó la invitación por considerar que dicha iniciativa era “demasiado católica”).

Los trabajos propiamente sinodales dieron comienzo el lunes 6 de octubre con la primera congregación general a la que asistió el Papa, y se abrieron con el canto del Veni Creator Spiritus y de la Hora Tertia. Toda la maquinaria logística estaba a punto, los traductores simultáneos en sus cabinas (pertenecen a la prelatura del Opus Dei, que ha sustituido en estas tareas a los jesuitas) y los numerosos auxiliares en sus puestos. Incluso algunos periodistas pudieron entrar en el Aula del Sínodo. Después de la lectio brevis de la hora, Benedicto XVI tomó la palabra para invitar a todos los presentes a una breve meditación sobre el salmo 118, “Para siempre, Yahvé, tu palabra firme está en los cielos, tú fijaste la tierra, ella persiste”. “Tenemos que cambiar -les dijo a los padres sinodales- nuestra idea de que la materia, las cosas sólidas que se pueden tocar serían la realidad más sólida, la más segura. Aparentemente, éstas son las verdaderas realidades. Pero todo esto un día pasará. Lo vemos ahora con el hundimiento de los grandes bancos: esos dineros desaparecen, no son nada. Y así todas esas cosas que parecen la realidad verdadera con la que hay que contar, son realidades de segundo orden. Quien construye la vida sobre estas realidades, sobre la materia, sobre el éxito, sobre todo lo que aparece, construye sobre arena. Sólo la Palabra de Dios es fundamento de toda la realidad, es estable como el cielo y más que el cielo, es la realidad. Por lo tanto tenemos que cambiar nuestro concepto de realismo”.

En otro momento les recordó que “la exégesis, la verdadera lectura de la Sagrada Escritura, no es solamente un fenómeno literario, no es sólo lectura de un texto. Es el movimiento de mi existencia. Es moverse hacia la Palabra de Dios en las palabras de los hombres. Sólo conformándonos con el misterio de Dios, con el Señor que es la palabra, podemos entrar dentro de la palabra, podemos encontrar en las palabras humanas la Palabra de Dios. Pidamos a Dios para que nos ayude a buscar no sólo con la inteligencia, sino con toda la existencia, para encontrar la palabra”.

Aunque puedan parecer “espirituales”, estas palabras del Papa marcan al Sínodo una dirección que luego veremos reflejada muy explícitamente en la llamada relatio ante disceptationem, es decir, la relación anterior a la discusión que presentó esa misma mañana el relator general, cardenal Marc Ouellet. Es un texto que en su versión en lengua castellana ocupa 18 folios bien apretados y que sería temerario intentar resumir en nuestro reducido espacio.

El Sínodo de los Obispos -dice su relator general, el cardenal Marc Ouellet- debe hacer frente al gran desafío de la transmisión de la fe en la Palabra de Dios en la actualidad. En un mundo pluralista marcado por el relativismo y el esoterismo, la propia noción de Revelación es cuestionable y tiene que ser aclarada. Convocatio, communio, missio. Alrededor de estas palabras clave que traducen la triple dimensión dinámica, personal y dialogal de la Revelación cristiana expondremos la organización temática del Instrumentum laboris. La Palabra de Dios nos convoca y nos acomuna en el designio de Dios por medio de la obediencia de la fe que envía al pueblo elegido hacia las naciones”.

Creo que estas frases telegráficas permitirán comprender al lector que estamos ante algo mucho más ambicioso que vender más Biblias u organizar cursillos para adolescentes sobre los misterios del Apocalipsis.

CORDIAL VISITA AL QUIRINAL

El sábado 4 de octubre, festividad de San Francisco de Asís, patrono de Italia, tuvo lugar la visita oficial de Benedicto XVI al presidente de la República italiana. Pocas semanas después de ser elegido sucesor de Juan Pablo II, Joseph Ratzinger visitó en el Quirinal al entonces presidente Carlo Azeglio Ciampi. Al finalizar el mandato de éste, le sucedió en la máxima jefatura del Estado Giorgio Napolitano, cuya primera visita oficial al “extranjero” tuvo como destino el Vaticano. Había llegado el momento de responder a la cortesía presidencial.

Dejando al margen el boato que tanto gusta en estas tierras -la escolta de los corazzieri a caballo desde Piazza Venezia al Quirinal, las libreas de la servidumbre y los cascos plateados de la guardia presidencial-, la visita permitió resaltar la identidad de puntos de vista que sobre algunas grandes cuestiones une a lo que los comentaristas llaman “las dos orillas del Tíber”.

Una activa convergencia de esfuerzos en favor del bien común -aseguró Napolitano en su discurso- no ofusca en modo alguno la ‘distinción’ que usted reclamaba en París entre ‘lo político y lo religioso’. Hace más fuerte la convicción de que el sentido de la laicidad del Estado, tal como se deduce de la Constitución, abraza el reconocimiento de la dimensión social y pública del hecho religioso, implica no sólo respeto hacia la búsqueda que anima a los creyentes y a cada uno de ellos, sino también diálogo. Un diálogo fundado sobre el ejercicio no dogmático de la razón, sobre su natural actitud de interrogarse y abrirse”.

La Iglesia -respondió el Papa- se compromete en la edificación de una sociedad fundada sobre la verdad y la libertad. Nuestra aportación debe ser acogida con la misma disponibilidad con la que es ofrecida. No hay razón alguna para temer prevaricaciones en contra de la libertad por parte de la Iglesia”.

Mientras el Papa y el presidente conversaban a solas en otra área del palacio, el Salón Napoleónico, se entrevistaban el secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone, y el presidente del Consejo de Ministros, Silvio Berlusconi, con sus más altos colaboradores. En la conversación se trataron algunos problemas concretos de las relaciones Iglesia-Estado, que los hay a pesar del buen clima reinante.

En el nº 2.631 de Vida Nueva.

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