“Silensis” resume ocho años de exposiciones en la abadía benedictina
(Juan Carlos Rodríguez) Silos, Santo Domingo de Silos, lleva ocho años convocando “la parte más íntima y espiritual de nuestros artistas más destacados. En muchos casos desconocida”, según María José Navarro, conservadora del Museo Reina Sofía y comisaria de Silensis, la 25ª muestra que llega a la sala de exposiciones de la abadía benedictina y en la que 24 artistas mantendrán un intenso diálogo entre arte y espacio sagrado. Artistas que ya han pasado por un espacio calificado de ideal y místico, austero y sagrado, un románico que enseña el revés religioso del arte contemporáneo. “En cierto modo, queríamos celebrar unas bodas de plata y cerrar un ciclo -afirma Navarro-, porque todo en la vida es evolucionar y crecer”.
Quién lo iba a decir: el románico nutriente de Silos frente a las vanguardias, la “abstracción lírica” o el paisajismo simbolista, frente al catálogo del arte español que muere en el siglo XX y resucita en el XXI: Miró, Tàpies, Esteban Vicente, Chillida, Lucio Muñoz, Cristino de Vera, Martín Chirino, Manolo Millares, Manuel Rivera, Carmen Laffon, José Manuel Broto… “Ocho años después, creemos que es momento de mirar hacia atrás -reflexiona Navarro-, ver lo que hemos hecho y celebrar la gran aceptación que ha tenido el proyecto de Silos. Pero vamos a comenzar una nueva etapa internacional y de aún mayor contenido adecuado a un marco tan potente. Nuestro esfuerzo nos obliga a ser más selectivos. Es un paso hacia adelante”.
Como lo ha sido para los monjes. Según el abad, Clemente Serna, el proyecto de las exposiciones de arte contemporáneo en Silos rompe el tópico de que la comunidad benedictina sigue anclada en el siglo XII. Por el contrario, “los monjes de Santo Domingo de Silos creen que el arte moderno responde a la inteligencia de las personas que lo realizan, y por tanto, tiene cabida en cualquier etapa y en cualquier momento de la historia”. Entre otras cosas, porque también el románico es un arte que “tiene su propia abstracción” y se enfrenta, como la propia Iglesia, al diálogo del hombre con su destino.
La razón quiso quitarme la fe en Dios en muchas ocasiones, pero no lo consiguió. Yo soy un hombre religioso para quien las cuestiones de la fe y mis problemas como artista están muy vinculados”, decía Chillida en 1988, cuando definió la fe como “esa hermosa e inexplicable locura”. Su hijo, Ignacio Chillida, lo recordaba en la muestra que en 2005 llevó a la Abadía once esculturas, once medallas y veintiuna obras en papel sobre san Juan de la Cruz. Antoni Tàpies, el primer artista contemporáneo en comparecer en Silos, lo ve con distintas palabras, pero con semejante significado: “Independientemente de las creencias de cada uno, siempre he tratado de acercarme a temas trascendentales que, en mi caso, son puramente terrenales. Por eso, mi obra está en perfecta sintonía con el monasterio de Silos”.
En 2000, Tàpies fue quien abrió el camino de perseverancia mística que culminará haciendo del monasterio benedectino, gracias al ímpetu de Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía, una sala de arte de vocación internacional. Veinticuatro artistas y exposiciones después, los materiales heterodoxos de Tàpies -esparto, arena, aluminio, cartón, bronce o polvo de mármol- y las catorce obras con las que sondeaba un siglo XXI “que será especialmente religioso”, deja paso a una muestra sumarial que engloba un testimonio, una confesión, de cada uno de los artistas que ha acudido a Silos a medir su arte frente al misterio de los siglos.
El proyecto, creado en 1998, fue fruto de un convenio de colaboración entre el Ministerio de Educación y Cultura, el Monasterio de Silos y la Cámara Oficial de Comercio e Industria de Burgos, con el propósito de acercar el arte contemporáneo a los ancestrales muros de Silos. Desarrollado en las salas del Monasterio, en 1999, se procedió a formalizar la rehabilitación de los espacios destinados en las salas de exposiciones. El espacio elegido en la Abadía, fue en sus orígenes (siglo XII) la Puerta de Peregrinos, para ser posteriormente, ya en los siglos XVII y XVIII, la cilla del Monasterio, albergando finalmente en el siglo XX una bodega que, en 1964, daría paso al Museo Medieval. Es, por lo tanto, una sala con un fuerte carácter histórico y arquitectónico que, como el conjunto benedictino, ha sido inspiración para los artistas.
Cuando Albert Ràfols-Casamada, una de las figuras centrales de la pintura española del siglo XX, fue invitado a participar en la Abadía, aceptó con la única condición de exponer obras ya creadas, que se encontraban en su taller. Sin embargo, tras rememorar la antigua visita que hizo a la Abadía, el recuerdo del claustro y del paisaje circundante, le hicieron crear doce nuevas pinturas que constituyeron todo un conjunto de luz, poesía, misterio y sutileza con cierta carga de espiritualidad. Pilar Belzuce, viuda de Chillida, proclamaba como “el sentir auténtico de Eduardo está aquí”, un lugar “espiritual y auténtico” que solían visitar juntos a menudo en sus veranos en el Molino de los Vados. El fotógrafo Sergio Belinchón convivió con los monjes y se sintió cautivado. Lo mismo Martín Chirino, que siguió con “devoción y precisión” la vida de la abadía benedictina. Cristino de Vera, que acudió por primera vez hace décadas por recomendación de Gerardo Diego -el poeta insondable de la elegía al ciprés de Silos-, quiso volver en busca de su “vocación monástica”.
Experiencia extraordinaria
Este proyecto que inició su andadura con José Guirao, director entonces del Museo Reina Sofía, quien puso en marcha el programa de exposiciones, confiándolo a José Miguel Ullán. A partir de entonces, los sucesivos directores del Museo apoyarán sin fisuras el proyecto. Años más tarde, pasaría a depender directamente del Departamento de Colecciones, ya que se deseaba mostrar en la Sala de Silos, y de manera monográfica o temática, parte de los fondos de la colección. Gustavo Torner fue quien adaptó el diseño de la sala de exposiciones en 2000, luego compareció siete años después en este espacio “sugerente y espiritual”, que es, dijo, como entrar en un “universo artístico visual, poético y esencial, y no hay nada más perdurable que lo esencial”. Xavier Mascaró lo inundó de barcos, cruces y silencio: “El monasterio de Silos es un edificio mágico, lleno de historia, cargado de símbolos. Un reto para cualquier escultor. Su claustro es de una armonía, una belleza, difíciles de igualar. Es un espacio que invita al silencio, al recogimiento, a la introspección, en definitiva, a experimentar esa sensación de que hay algo en nosotros que trasciende lo físico que la mayoría definiríamos como espiritualidad”.
Así, entre una y otra etapa, ha ido sondeándose en Silos el despojamiento de Joan Miró, la espiritualidad rebosada de Miquel Barceló -quien avanzó su puesta en escena en la capilla de San Pedro de la Catedral de Palma de Mallorca-, la materialización de las experiencias vitales de Susana Solano, el dolor trasmutado en esperanza de Manuel Millares, el resplandor abstracto de Juan Carlos Savater, la comunión entre naturaleza y arte de Carmen Laffón, el informalismo espiritual de Manuel Rivera, “un arte intemporal, que traspasa la realidad y se enfrenta al misterio”, según describió Ana Martínez de Aguilar la obra del fundador del Grupo El Paso, palabras que encierran una metáfora perfecta para resumir la experiencia de ocho años de arte contemporáneo en Silos. Y que, en esta exposición de exposiciones, que estará abierta hasta el 4 de enero, puede vivirse con la sólida convicción de que visitar una exposición de arte contemporáneo en Silos es, siempre, una experiencia extraordinaria.
En el nº 2.630 de Vida Nueva.