Joaquín Béjar: “Los caminos son un lugar para el encuentro”

Misionero claretiano en Zimbabwe

(Encarni Llamas) Joaquín Béjar era un miembro de los grupos de jóvenes de los misioneros claretianos en la parroquia del Carmen, en Málaga capital. Una inocente pregunta, “¿Qué vas a hacer con tu vida?”, hizo surgir en él un gran interrogante: “¿Y si yo entregara la vida entre los más pobres?”. Una Semana Santa en Tánger y Tetuán, compartiendo con la Iglesia en minoría de Marruecos, le dio la fuerza y la valentía suficientes para dar el salto y llamar a la puerta de los misioneros claretianos.

En el gran Año del Jubileo, en 2000, Joaquín hizo su profesión perpetua y se puso a disposición del provincial. La Provincia Bética de los Claretianos comenzó a gestionar, ese mismo año, la apertura de una misión en Zimbabwe, y en enero de 2002 se hizo realidad, con la partida del primer equipo de trabajo: Amador, Luis María y Antonio. En verano de 2003, Joaquín recibió una de las mejores noticias: era el segundo malagueño destinado a Zimbabwe. Tras un año en Chicago para perfeccionar su inglés, un curso de Misionología y unos meses cuidando a su madre mientras le concedían los permisos para entrar en el país, por fin en marzo de 2006 pudo poner rumbo a la misión.

Nada más llegar, lo que más llamó su atención, además de una generosa acogida, fue “ver a tanta gente por los caminos. Se invierte mucho tiempo en andar, pero los caminos son también un lugar de encuentro, para hablar de problemas, de futuro, de política, etc.”.

Después de dos años en Zimbabwe, ha regresado dos meses de vacaciones y ha recordado las numerosas comodidades con las que contamos en el Primer Mundo y que no valoramos. Algo tan sencillo como tener luz en casa y en las calles sin estar pendiente de recargar las baterías de los paneles solares, o abrir un grifo y que salga agua, eran parte de su pasado en la abundante Europa. En estos dos meses ha comprobado que África sigue siendo la gran ­desconocida, no sólo por la poca información que nos llega, sino porque la que llega no es fiel a la realidad.

Nueva cultura

Actualmente el equipo está formado por seis misioneros que llevan tres parroquias: dos en la diócesis de Gokwe -Nuestra Señora de la Paz, en Gwave, que es la primera a la que llegaron; y San Antonio María Claret-, y una tercera, en un suburbio de Harare, la de San Carlos Lwanga, que es la última que han inaugurado.

“Lo primero que hicimos al llegar fue conocer la nueva cultura, el idioma, la vida de las familias… Las parroquias distan entre sí unos 60 kilómetros -explica Joaquín-. En esta extensión hay unos 5.000 católicos distribuidos en 30 centros, y unas 130 comunidades de base de las poblaciones nativas shona y tonga. Con ellos trabajamos en la formación de agentes de pastoral, la catequesis, la formación bíblica y teológica, la pastoral de la salud, el acompañamiento a enfermos de sida y a sus familias, la promoción del hombre y de la mujer, y los proyectos de desarrollo, sin olvidar la misión de la denuncia profética. Gracias a Dios, tenemos una Conferencia Episcopal en Zimbabwe que alza la voz y denuncia la situación política del país. Unas 300 familias se están enriqueciendo a costa del pueblo, que cada vez vive sumergido en una deuda mayor”.

Entre los proyectos que tienen en estos momentos entre manos está la perforación de ocho nuevos pozos para que decenas de comunidades puedan plantar huertas, criar ganado, levantar escuelas y clínicas y evitar enfermedades. Por otro lado, también han puesto en marcha un proyecto de formación sobre la Biblia, para poder facilitar el acceso del pueblo a la Palabra de Dios.

“Intentamos organizar nuestro proyecto de trabajo en sintonía con el Plan Pastoral de la diócesis. Ante todo, nos centramos en la constitución y el ­acompañamiento de pequeñas comunidades cristianas -o comunidades de base-, que es para lo que nos llamó el obispo”, finaliza el joven claretiano.

En esencia

Una película: La misión, de Roland Joffé.

Un libro: El impacto de Dios, del carmelita Iain Mathew.

Una canción: una en lengua shona, Inofara moyo yedu, que significa “alegría en nuestro corazón”.

Un deporte: el fútbol.

Un rincón: cualquier lugar que me haga sentirme en casa.

Un deseo frustrado: no haber aprendido idiomas antes.

Un recuerdo de infancia: mi padre fumando.

Una aspiración: estar mucho tiempo en África.

Una persona: Jesús de Nazaret.

La última alegría: la valentía de una amiga que se va también de misiones, a Sudamérica.

La mayor tristeza: que le hagan daño a mi familia o a mis amigos.

Un sueño: que nos duelan a todos los problemas de los demás.

Un regalo: tiempo.

Un valor: la libertad.

Que me recuerden por… haber escuchado mucho.

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