Hace falta una nueva generación de políticos cristianos

En vísperas de su viaje a Francia, Benedicto XVI pide laicos comprometidos y capaces para buscar soluciones

(Antonio Pelayo– Roma) De los discursos de Benedicto XVI hay que leerse hasta la letra pequeña porque donde menos se espera puede saltar la noticia. Esto lo sabemos bien quienes seguimos a diario la actividad de este Papa pensador y teólogo que da un valor singular a la ­palabra. Nadie esperaba, en principio, gran cosa, desde el punto de vista informativo, del viaje del Santo Padre a la ciudad de Cagliari el domingo 7 de septiembre. Era una visita de pocas horas a la isla de Cerdeña para conmemorar el centenario de la proclamación de Nuestra Señora de la Bonaria como patrona de la isla (la estatua de la Virgen, por cierto, viajaba en un galeón español que se hundió en el Mediterráneo, y ella fue rescatada por unos pescadores sardos).

Apenas llegado a Cagliari, Benedicto XVI se dirigió al santuario de Bonaria, donde le esperaba una multitud de 150.000 personas, muchas vistiendo los vistosos y coloreados trajes regionales. La Eucaristía comenzó a las 10.30 h., y en su homilía el Papa enalteció la historia religiosa de la isla: “En Cerdeña el cristianismo no ha llegado con las espadas de los conquistadores o por imposición extranjera, sino que ha germinado gracias a la sangre de los mártires que aquí han dado su sangre como acto de amor a Dios y a los hombres”.

En otro momento se refirió al culto mariano que desde tiempos ancestrales domina la piedad popular (en la isla hay más de 350 santuarios o iglesias dedicadas a la “Madonna”) y provocó los aplausos de todos los presentes cuando utilizó el dialecto local para ensalzar a la “mama, fiza, isposa de su Segnore”. “María -prosiguió- os ayude a llevar a Cristo a las familias, pequeñas iglesias domésticas y células de la sociedad hoy más que nunca necesitadas de confianza y de apoyo tanto en el plano espiritual como en el social. Os ayude a encontrar las oportunas estrategias pastorales para hacer que Cristo sea encontrado por los jóvenes, portadores naturales de nuevos empujes, pero con frecuencia víctimas del nihilismo difuso, sedientos de verdad y de idea­les incluso cuando parecen negarlos”.

“Os haga capaces -añadió- de evangelizar el mundo del trabajo, de la economía y de la política que necesita una nueva generación de laicos cristianos comprometidos, capaces de buscar con competencia y rigor moral soluciones de desarrollo sostenible”. Entre los que escucharon estas palabras se encontraba el presidente del Consejo de Ministros, Silvio Berlusconi (que había acudido ­antes al aeropuerto a saludarle, afirmando su categoría de “ciudadano honorario” de Cerdeña, donde posee una serie de lujosísimas mansiones), y su brazo derecho en temas de política religiosa, Gianni Letta, quien al saludar al Papa le dijo: “No se nos ha escapado, Santo Padre, la alusión que ha hecho a los políticos”.

Amplio eco en la prensa

Al día siguiente, en efecto, todos los periódicos italianos titulaban en primera página con esta frase ratzingeriana: “Es necesaria una nueva generación de políticos católicos”. En las páginas del Corriere della Sera, el inoxidable Giulio Andreotti -superviviente de la generación de Alcide de Gasperi o Amintore Fanfani, por citar sólo un par de eminentes políticos de estirpe cristiana- analizaba este llamamiento pontificio con su habitual sagacidad: “Si Benedicto XVI ha sentido la necesidad de hacer esta observación sólo se debe probablemente a que advierte un clima o más bien una deriva que no le gusta. El Papa no sólo tiene el derecho, sino también el deber de aventurarse en peticiones de este género”.

Por su parte, Berlusconi no hizo a posteriori ningún comentario público a las palabras del Papa. La víspera de su llegada a la isla había concedido al diario Unione Sarda unas declaraciones en las que afirmaba: “La libertad de pensamiento es un principio que he defendido siempre. Los que querían una Iglesia del silencio y los que aún hoy desearían a los sacerdotes dentro de las sacristías se encuentran entre los que se han inspirado siempre en el comunismo”. Otros exponentes del área católica -como el ex presidente de la Cámara de los Diputados, Pier Ferdinando Casini, o el ex ministro Rocco Butiglione– saludaron las palabras papales, pero miraron hacia otro lado, como si no contuvieran de hecho una crítica a la insuficiencia y ambigüedad de la presencia de católicos en la política italiana y por supuesto de otros países.

Puesto que hablamos de viajes, cuando el lector lea estas líneas, Benedicto XVI se encontrará ya en Francia: el viernes 12 comenzaba la visita que el Santo Padre realiza a París y Lourdes con ocasión del 150º aniversario de las apariciones de la Virgen a Bernardette Soubirous en la gruta de Masabielle. Es el tercer viaje internacional de este año y el décimo desde el comienzo del Pontificado.

Sobre la laicidad

Presentándolo a los informadores, el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, el P. Federico Lombardi, destacó la importancia de los discursos que se intercambiarán en el Palacio del Elíseo el Pontífice y el presidente Nicolas Sarkozy, que ya durante su visita a Roma el pasado año pronunció en la Basílica de San Juan de Letrán una alocución ­donde puso al día las ideas anteriormente expuestas en su libro La república, las religiones, la esperanza e introdujo importantes variantes en las tradicionales tesis francesas sobre el laicismo.

Por mi parte, creo que ese mismo día 12 otro discurso no tendrá menos importancia, y me refiero al que lea Joseph Ratzinger en el Collège des Bernardins ante 700 intelectuales y representantes del mundo de la cultura francesa y universal (al acto asisten también repre­sentantes de la UNESCO). O mucho me equivoco o estamos ante una edición corregida y aumentada de la famosa lección magistral en la Universidad de Ratisbona sobre las relaciones entre fe y razón, entre religiones y libertad. Materia de suma actualidad sobre la que el teólogo Ratzinger proyecta su penetrante luz intelectual. “Todos los discursos de Benedicto XVI son de él -comentó a este propósito Lombardi-, pero algunos más que otros, porque sobre ellos ha trabajado de forma más exhaustiva”.

En vísperas del viaje, en Roma estaban seguros de que será un éxito. Así lo han manifestado las personalidades galas de la Curia que acompañan al Papa: los cardenales Jean-Louis Tauran, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso (los organizadores lamentan que la apretada agenda no permita más tiempo a los encuentros ecuménicos e interreligiosos), los eméritos Roger Etchegaray y Paul Poupard, así como Dominique Mamberti, secretario para las Relaciones con los Estados.

Finalmente, entre las actividades diplomáticas de la semana cabe destacar la audiencia concedida el 6 de septiembre en el palacio apostólico de Castelgandolfo al presidente de Rumanía, Traian Basescu, recibido posteriormente por el secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone. Según el habitual comunicado vaticano, “los cordiales coloquios han permitido detenerse sobre la situación del país, con especial referencia a su adhesión a la Unión Europea, aludiendo en dicho contexto a los temas de la identidad histórica, cultural y espiritual del continente y destacando al mismo tiempo la afinidad de posiciones entre la Santa Sede y Rumanía en diversos ámbitos internacionales”.

También se abordaron las relaciones entre la Iglesia católica y el Estado rumano (es Nuncio en Bucarest el español Francisco Lozano, con amplia experiencia diplomática a sus espaldas), así como el diálogo con la Iglesia ortodoxa, deseando “que el crecimiento de la comprensión y de la recíproca colaboración contribuya al bien de todos los habitantes del país y a su progreso espiritual y material”.

FALLECE INNOCENTI, NUNCIO EN ESPAÑA EN LOS 80

El 6 de septiembre falleció a los 93 años el cardenal Antonio Innocenti, que entre los innumerables cargos que desempeñó en su larga carrera de servicios a la Santa Sede fue Nuncio Apostólico en Madrid cinco años decisivos (1980-1985) durante el período de la transición democrática española. No es éste el momento de hacer balance de su gestión en aquellos años, cuando los “aires” que Pablo VI había impreso a la Iglesia española comenzaron a ser reorientados en dirección algo diversa por Juan Pablo II. Innocenti -que sucedió a Luigi Dadaglio y que había destacado por su “bondad” en su dilatada carrera diplomática- se limitó a ejecutar lo que se le ordenaba desde Roma. En 1985 fue llamado de nuevo a Roma para recibir el capelo cardenalicio y al año siguiente fue nombrado prefecto de la Congregación del Clero. Cinco años después se le confió la comisión ‘Ecclesia Dei’, creada para favorecer el diálogo y la reintegración en el seno de la Iglesia de los lefebvrianos y otros grupos afines, sin grandes resultados, como sabemos.

Sus exequias y el funeral se celebraron el miércoles 10, presididos por el cardenal Angelo Sodano, decano del Colegio cardenalicio. El Papa descendió a la Basílica al final de la celebración eucarística y, en unas calurosas palabras, destacó el “testimonio de fervoroso celo sacerdotal y de fidelidad al Evangelio” del purpurado, nacido en 1915 en la localidad de Poppi, diócesis de Fiésole.

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