¿Es arte el graffiti?

Las pintadas irrumpen en las casas de subastas, mientras las ciudades gastan millones de euros en la limpieza de los edificios

(Juan Carlos Rodríguez) El graffiti escapa del vandalismo. La estética sigue: el hip hop, el skate, el break-dance, pero el escenario se renueva. De la noche al día, el graffiti entra en los museos, ocupa las subastas -el fenómeno Banksy ha transformado su percepción artística- y se reproduce en nuevas percepciones: graffiteros virtuales, laser-graffiteros, ciber-graffiteros, LED-graffiteros, electro graffiteros… El nuevo arte callejero se expresa con píxeles y watios en lugar de spray. Ellos son la aristocracia del barrio de la era posdigital. Politizados en exceso, según los parámetros al uso: de hecho, surge en los Estados Unidos para protestar contra la invasión de Irak. El nuevo lenguaje de la calle se reproduce con pintadas virtuales en escenarios insospechados que desaparecen en pocos segundos.

Evan Roth y James Powderly lideran el colectivo Graffiti Research Lab, verdaderos impulsores del nuevo arte callejero. Ambos trabajan en el instituto Eyebeam de Nueva York, que nutre de nuevas tecnologías y estrategias a los graffiteros posdigitales. Ellos han ideado las llamadas “incursiones”: ráfagas luminosas de graffitis (por ejemplo, con power point), llegada de la policía y desconcierto, porque de repente la “pintada” se apaga y no deja rastro. Mientras, lo graban todo y pocos minutos después hacen las delicias de los internautas. De ahí, que Roth y Powderly hayan bautizado el nuevo arte como ciber-graffiti o LASER tagg. El blog Woostercollective lo cuenta todo.

Hay otras tendencias acordes con los tiempos, como el denominado ciber-spray, nueva arma que exhiben los hacker para dejar sus graffitis en los muros de Google, Yahoo! o Wikipedia. Pero, en esencia, poco o nada tiene que ver con el tradicional grafismo -que es como la Real Academia Española prefiere llamar al graffiti-, que a la vez que vive el desembarco de las nuevas tecnologías se renueva. Ahora el proceso de creación de las pintadas se graba y se asciende a los altares de Youtube.com, sin el que nada existe.

“Hay una gran necesidad de espacios”, reclama Antini Gabarre, que atesora más de veinte años de experiencia como muralista urbano, y por eso apuesta por el graffiti como una estética capaz de mejorar el entorno urbano con verdaderas obras de arte. Lo hace Banksy, aunque su fama mundial ha venido de la mano de su capacidad para colarse en los espacios más insospechados, como el British Museum, el MoMA o el Louvre, y dejar en él, sin ser ni tan siquiera apercibido, muestras de su propio arte. Pero, en cierto modo, su fama está abriendo puertas a la evidencia: “Lo que separa a un verdadero graffitero de un simple vándalo es la calidad artística de su pieza”. Si hay permiso, el esmero artístico también es mucho mayor.

“Banksy se ha salido de la dinámica del graffiti, porque en esencia el graffiti no reivindica nada, tan sólo el ego del autor. Es un fenómeno al margen, porque no ha abandonado el vandalismo, pero a la vez sus obras se valoran en miles de euros”, señala Gabarre. Hasta 430.000 euros se ha llegado a pagar un graffiti de Banksy en un muro de Portobello Road, en Londres. Y no es el único, porque al fenómeno se han sumado otros muchos, alentados por las galerías y casas de subastas de arte, como la parisina Artcurial.

Aunque hay más vía abiertas, como “dos casos representativos de buen ejemplo a seguir en cuanto a profesionalización del graffiti“, que son el grupo americano Tatscru y el europeo McClain. El madrileño Dier, a quien le gusta definirse como “artista urbano”, afirma que “el graffiti es la democracia absoluta del arte, ya que todo el mundo puede hacerlo”. Además, considera que es la corriente artística y de expresión “más grande que ha existido casi en los últimos siglos”, ya que, a su juicio, “ningún movimiento ha sido tan popular”.

¿Denuncia o vandalismo?

Lejos de desaparecer, sin embargo, la otra cara del graffiti, la más convencional -las firmas en los muros entendidas como simple “gamberrismo”- también aumenta. Y las cifras abruman. Según la encuesta realizada por el muralista Antoni Gabarre, “el 10% de los jóvenes varones de las ciudades de más de 80.000 habitantes pinta o ha pintado graffitis o realizado firmas”, conocidas en el entorno como tacs. El perfil social de esos graffiteros es “de clase media y media-alta, con problemas familiares y en su entorno escolar. Tienen en su mayoría una autoestima baja, y se encuentran en una fase de maduración tardía”. Este grupo social actúa y agrede con su vandalismo estético en los centros históricos de las grandes ciudades, en urbanizaciones y barrios dormitorios. “En muchos casos, no sólo es provocación o vandalismo, sino denuncia de la situación de las ciudades, el abandono o el deterioro urbano”, afirma Gabarre.

Ahora bien, existe otro grupo de jóvenes que realizan agresiones estéticas, que utilizan cualquier pared para anunciar que existen escribiendo sus nombres de pila y frases con un contenido social de denuncia y reivindicación, o por mero egocentrismo. Uno y otro grupo no se mezclan, aunque a veces se confunden. Hay múltiples diferencias entre ellos, aunque, como dice Gabarre, “prácticamente el 96% de los graffiteros describen sus pintadas como arte”. La “tolerancia cero” policial no ha resuelto el problema del vandalismo. Gabarre (Barcelona, 1949) trabaja actualmente como técnico en programas culturales en el Ayuntamiento de Jerez de la Frontera (Cádiz) y ha investigado, por su contacto diario con jóvenes graffiteros, el fenómeno hasta convertirse en uno de los impulsores de los talleres artísticos y sociales: “No se está educando, la tolerancia cero no resuelve nada, porque sólo se emplea dinero en limpieza y no se invierte en desarrollar el espíritu creativo de los jóvenes”. Gabarre cita el ejemplo de Jerez y de Alicante como ciudades que llevan años trabajando en la educación de los jóvenes graffiteros. En Jerez se ha pasado de 55.000 euros en 2001 a gastar sólo 5.000 euros en 2005 destinados a limpieza de graffitis.

 ¿Qué ha ocurrido? La puesta en marcha de un plan estratégico que incluye talleres en los que el joven graffitero va encontrando salidas profesionales, que van desde el diseño gráfico a la programación, y, a la vez, se introduce en circuitos oficiales de grafismo, como concursos, festivales o exhibiciones, además de ofertarles muros. “Hay que dejar que pinten y acompañarles en esta creación, abandonar el miedo, porque no pasa nada, y darles espacios”, señala. Sin embargo, los metros cuadrados por graffitero caen tras alcanzar en 2006 una media de 11,53 por joven, frente a 9,23 el año pasado. Es apenas el único resultado de la “tolerancia cero”. La policía está más alerta.

Su argumentación está armada de cifras, sonsacadas de los presupuestos municipales, como gastos por limpieza: a Madrid le cuesta 5,7 millones de euros; 1,2 a Barcelona; 0,4 a Alicante. Y así entre los 375.000 euros que gasta Granada y los 95.000 de Vigo. Esa es su mayor insistencia: si el dinero que se invierte lo gastamos en programas de formación artística, el graffiti se transforma en una salida profesional y deja de ser una preocupación social y económica. Sus cifras incluyen dos reveladoras: en EE.UU. se gastan en limpieza 1.400 millones de dólares, que se multiplican hasta 29.000 en todo el mundo. Incluso llegaría a 52.000 millones de dólares, si se tiene en cuenta el gasto en limpieza de empresarios y propietarios.

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