Kasper pide que no se demoren los pasos hacia la unidad

Representantes de 14 países participan en Sobrado en un encuentro interconfesional de religiosos

(Miguel Ángel Malavia) Para que el mundo crea. Con esta cita de San Juan (17, 21), el cardenal Franc Rodé, Prefecto de la Congregación para las Instituciones de la Vida Consagrada, ponía en evidencia la necesidad de que se plasme definitivamente en la práctica la tan ansiada unidad de los cristianos.

Así se expresó la voz del cardenal (cuyo mensaje fue leído, al no encontrarse él en persona) en un marco incomparable, el monasterio cisterciense de Sobrado (La Coruña), que acogió entre el 12 y el 18 de julio la celebración del XXXII Encuentro Interconfesional e Internacional de Religiosos y Religiosas. Si cada edición cuenta con un tema concreto, que marca la dirección en la que orbitan las ponencias, la de este año tenía por lema: ‘La fuerza del nombre de Cristo, corazón del mundo’.

A lo largo de una semana de verdadero encuentro, personal y espiritual, representantes de las confesiones protestante, ortodoxa y católica buscaron estrechar lazos en pos de un auténtico y profundo encuentro. Con el recuerdo del recientemente fallecido Julián García Hernando, el gran pionero del ecumenismo en España, se inició uno de los congresos ecuménicos más importantes a nivel mundial. De hecho, reunió alrededor de 50 participantes, provenientes de 14 países. La presencia de delegados provenientes de Marruecos fue el reflejo de que este encuentro, además de acercar las distancias que imposibilitan la unidad de los cristianos, también pretendía el diálogo directo y cercano con otros credos, como el islámico.

Las ponencias fueron diversas y de gran calado, versando todas ellas sobre el tema que implicaba el encuentro: el nombre de Cristo. Así, el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, envió uno de los discursos más bellos de todos los expuestos. En él, remarcó que “la fuerza y la potencia de Dios están presentes en la persona de Jesús y actúan por su Nombre”. Así, hizo hincapié en el hecho de que “la fuerza del Nombre es la fuerza de Cristo mismo”.

Uno de los que más claramente se expresó fue Enrique Mirado, monje católico del monasterio que acogía el acto y cuyo discurso fue el que inauguró el congreso: “El Espíritu de Jesús es el que nos precede en nuestra búsqueda de unidad, en un mundo plural y cambiante. La unidad querida por Dios para los humanos nacerá de la pluralidad y de la diferencia”, concluyó Mirado. De este modo, el religioso dejó un bello y elocuente testimonio del modo en que los cristianos han de dirigirse al mundo actual; esto es, teniendo en cuenta el contexto concreto que envuelve y caracteriza todo cuanto acontece. Puesto que la evangelización no se dirige a un ente abstracto, sino a una sociedad y a personas concretas, así es como habrá de amoldarse la forma en que se transmitirá el Evangelio: manteniendo los principios, pero teniendo en cuenta que el destinatario al que se dirige es ya “un mundo diverso”, embarcado en la dinámica del cambio constante.

Aparte de las ponencias, también hubo espacio para las acciones prácticas y concretas, como los distintos tiempos de oración común que se dieron durante todos los días. Del mismo modo, fue especialmente simbólica la peregrinación, el 15 de julio, de todos los congregados a Santiago de Compostela. Allí, en la catedral, junto a centenares de peregrinos que ese día alcanzaban a abrazar la imagen del patrón de España, tuvo lugar una emotiva eucaristía en la que estuvieron presentes protestantes, ortodoxos y católicos.

Pero el auténtico aldabonazo en las conciencias llegó con uno de los discursos más esperados (también leído por uno de sus delegados), el del cardenal Walter Kasper, Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Éste se mostró confiado en que los pasos que han de llevar a la Unidad no pueden hacerse demorar por más tiempo: “La búsqueda de la unidad es un servicio imprescindible que debemos ofrecer siempre a la iglesia de Cristo, porque la unidad pertenece a su esencia y a su misión”. Así apeló al mensaje que dejó el propio Jesús a todos los que hoy se quieran llamar cristianos. ‘Allí donde os reunáis varios en mi nombre estoy yo’. De ahí esa llamada a la coherencia que se deja ver con claridad en el propio lema del encuentro: ‘La fuerza del nombre de Cristo’.

Por todo ello, es de esperar que puesto que los cristianos de todas las confesiones hablan en nombre de la misma Persona, de Jesús de Nazaret, también vuelvan a unirse, algún día, de manera efectiva y real. Por coherencia y por fidelidad a la Palabra. Para que el mundo crea.

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