Un hogar que comienza por una mesa puesta con amor

Las Hijas de la Caridad de Santander celebran 100 años de su Cocina Económica

(Texto y fotos: Vicente L. García) Desde 1908, Santander cuenta con una institución dedicada a atender las necesidades de los más desfavorecidos y que en su trayectoria ha logrado consolidar su presencia y aprecio entre los habitantes y organizaciones de Cantabria: la Cocina Económica, que a lo largo de este año 2008 celebra su centenario.

Esta obra social es regentada por las Hijas de la Caridad de san Vicente de Paúl, y a lo largo de sus cien años de historia han pasado por ella 61 mujeres, de las que 12 forman la actual comunidad. Son los “doce últimos eslabones de esta cadena de amor y solidaridad”, como dice la actual superiora, sor María Dolores Jiménez, quien desvela algunos aspectos de la historia de esta iniciativa y de su labor humana y social:

“La participación y apoyo de la sociedad cántabra en este proyecto -relata- se refleja desde sus comienzos en el documento del acta fundacional. A comienzos del siglo XX, cinco Hijas de la Caridad se hicieron cargo de esta obra social, que en sus orígenes no contaba con locales propios. Residían en el Hospital de San Rafael y se trasladaban cada día para atender el servicio de cocina económica, que daría nombre a esta obra, en unos años donde el hambre estaba muy presente en la vida de muchas personas en este país”. “La encíclica Rerum Novarum de León XIII fue la inspiradora de muchas de estas instituciones caritativas en España”, añade sor María Dolores.

Si bien “dar de comer” ha sido la tarea más visible de esta obra, en su espíritu las Hijas de la Caridad siempre han tenido claro, “atentas, con las antenas despiertas”, que su objetivo era más amplio: “Atender las necesidades de las personas”. Esta máxima ha ido trazando el camino de la Cocina Económica y marcando la puesta en marcha del resto de servicios que desde aquí se prestan y que glosa sor Guadalupe: “Una acogida cercana y personalizada; un cuidado por la higiene personal como elemento para la recuperación y potenciación de la autoestima; el comedor, que ofrece una alimentación sana, abundante, equilibrada, de calidad y que contempla las limitaciones particulares por motivos de salud o creencias religiosas, y el economato, regentado por sor Teresa, la más veterana de la comunidad, que proporciona productos de primera necesidad; el alojamiento temporal tanto en la residencia como en pisos de acogida; la búsqueda de empleo y la adquisición de hábitos de trabajo y relaciones interpersonales mediante el trabajo en grupo en los talleres ocupacionales”.

El reparto de comida ha tenido diversos destinatarios y formas, “desde trabajadores del muelle o familias que venían con sus fiambreras, hasta los transeúntes que acudían al comedor y que a través de vales o de una simbólica cantidad tenían un plato caliente (hoy este servicio es gratuito para todos). O los bocadillos, o el economato, que desde 1936 proporciona alimentos de primera necesidad a cientos de familias”.

Solidaridad renovada

Según María Dolores, estos 100 años sembrando amor (lema del centenario) han sido posibles gracias a tres hilos conductores: “Primero, que no lo más importante, estamos la Hijas de la Caridad; por otro lado, la gente solidaria de Santander y de todo Cantabria, particulares que han dado su tiempo, su vida y su amor como voluntarios. Los primeros sembraron una semilla de solidaridad que se ha ido renovando a lo largo de estos cien años y dando como resultado el gran y frondoso árbol de solidaridad que es hoy la Cocina Económica. Hoy son más de 50 las personas que colaboran con nosotras, y sin ellos esta labor sería imposible. El tercer hilo conductor serían las personas, empresas e instituciones que aportan los medios materiales para salir al paso de tantas necesidades. En cuestión de alimentos, es más lo que recibimos que lo que compramos”.

Las hermanas de esta Comunidad se han convertido en toda una institución y un aval sin parangón para los más desfavorecidos, consiguiendo extraer en muchas ocasiones el lado más humano de la burocracia institucional y de las directrices policiales para conseguir aplicar el lado más beneficioso de la ley. Una tarjeta de la Cocina Económica se ha convertido en el mejor “salvoconducto” para transeúntes e inmigrantes en tierras de Cantabria. Algunas de las hermanas han destacado de modo particular en esta labor mediadora, como sor Sagrario, quien ya jubilada sigue siendo todo un referente en algunos ámbitos. Pero a todas les caracteriza esa entrega incondicional a los pobres, como sor Clara, quien en sus últimos años, desde el Hospital de Valdecilla, seguía aportando su granito de arena, y de modo muy singular: hacía los crucigramas de algunas publicaciones que premiaban a los participantes.

Voluntarios entregados

El pasado 15 de junio, y dentro de los actos del centenario, tuvo lugar una fiesta dedicada especialmente a los antiguos usuarios. Desde las 12 del mediodía, en la misa, se dieron cita pasado y presente de esta “cadena de favores” en que se ha convertido la Cocina Económica de Santander. Voluntarios de ayer y de hoy, como Raquel, la benjamina del actual equipo, quien con 22 años lleva ya cinco de experiencia en la casa y que comentaba cómo más gente de su edad se comprometería en estas tareas “si se acercase a conocer la labor que se hace en la Cocina y el talante de estas Hijas de la Caridad”.

En la fiesta se encontraba Steve, un nigeriano afincado en España desde hace 18 años que hace diez “se cruzó” con la Cocina Económica y que hoy, tras haber estabilizado su situación y formado una familia, sigue considerándola como “su casa”: “Hay momentos en la vida en los que adquiere una importancia especial levantarte por la mañana en una cama limpia y que alguien te diga ‘Buenos días, ¿cómo estás?’ -describe-. Cuando llegué a la Cocina estaba muy perdido. Yo, que llevaba lejos de mi madre y mis hermanos muchos años, encontré en las hermanas una nueva familia, volví a sentir el cariño de una madre para con su hijo. Y por ello les estoy muy agradecido, y por eso ésta sigue siendo mi casa”. Steve confirma que el paso por la Cocina ha de ser algo transitorio, “mientras recuperas y encauzas tu vida”, y destaca que “aquí no hay discriminaciones de ningún tipo. Tú llegas y la gente te acoge y te quiere como eres. Por encima de todo, sientes que ven en ti a un ser humano, a un hermano”.

Otro antiguo usuario es Corona, que en ­este día concreto recordaba “a los que se han quedado en el camino, a los que encuentro ­tirados por las calles de Santander, a los que no han sabido aprovechar las muchas oportunidades que desde esta Casa se dan a todos para retomar la vida y reintegrarse en la sociedad”.

Por su parte, Armando, peruano, lleva diez años en España y, desde hace uno, acude al comedor y participa en los talleres confeccionando alpargatas y otros artículos: “Las madres nos dan todo lo que necesitamos, no sólo comida, sino también cariño, estima. Nos sentimos contentos de tener personas que se ocupan de los más desvalidos, de los que buscan una alegría, un techo, una comida. Para todos esos menesteres están las madres”. Gracias a ese apoyo, Edwin, boliviano, está terminando sus estudios de Ingeniería Química; el 14 de julio defendía su trabajo de fin de carrera.

La cuestión religiosa es un aspecto muy respetado, pero ello no obsta para mantener el espíritu del Centro. Por ello en las comidas se invita a todos a dedicar un momento a la oración y el recuerdo por quienes “no tienen nada”, y rezan un padrenuestro, al que se suma quien lo desea. Las hermanas cuentan cómo más de uno se ha dirigido a ellas pidiéndoles “una copia de esa oración tan bonita que han dicho en la comida”.

“Ojalá no lleguemos al segundo centenario”

La Cocina Económica es parte del corazón de Santander, y ése fue uno de los motivos que animó a las Hijas de la Caridad a celebrar esta efeméride, contemplando tres objetivos: “Dar gracias a Santander y a Cantabria, dar a conocer qué hacemos con tanta confianza depositada en nuestras manos, y seguir trabajando para alcanzar el gran reto: que la Cocina Económica desaparezca por no ser ya necesaria su labor. ¿Una utopía? Sí, pero un reto de justicia también. ¡Ojalá no se llegase a celebrar un segundo centenario, porque hubiésemos alcanzado un justo reparto de las riquezas de la tierra!”.

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