El nuevo reparto de África

Las multinacionales esquilman las riquezas  de un continente que se muere de hambre

(José Carlos Rodríguez Soto) Bukavu, a orillas del lago Kivi, en el este de la República Democrática del Congo, era hasta hace apenas diez años una hermosa ciudad de 40.000 habitantes. Hoy puede llegar a los 800.000, repartidos en arrabales paupérrimos que han surgido como hongos en las colinas que rodean la ciudad, y donde viven hacinados sin otros medios de vida que “el pequeño comercio”. Hasta  1998, la mayoría de ellos vivía en sus aldeas, donde cultivaban sus fértiles huertas sin que nadie pasara hambre. Ignoraban que, bajo esa misma tierra, yacían minerales raros que harían estallar en aquel año la Segunda Guerra del Congo, que duró hasta 2002, y en la que murieron dos millones de personas.

La palabra coltan es acrónimo de columbio-tántalo, un mineral extremadamente dócil, malea­ble y resistente, componente esencial de ordenadores, teléfonos móviles, equipamiento militar sofisticado y reactores nucleares. Tras los militares ruandeses, milicias y contramilicias, llegaron las multinacionales. Ellas esquilmaron los minerales estratégicos. Hoy Bukavu es una ciudad en decadencia, cubierta de lodo, cuyos desesperados habitantes temen volver a sus poblados de origen y malviven en colinas deforestadas.   

En el norte de la vecina Uganda, la mayoría de los habitantes de Kitgum llegaron también del campo, huyendo de los brutales ataques del Ejército de Resistencia del Señor (LRA). Las tiendas y pequeños kioscos están repletas de productos apenas vistos hace pocos años: linternas, pilas, herramientas, cubos, platos, calculadoras, bicicletas… todos fabricados en China. Entre todo ello, es difícil encontrar un producto fabricado en Uganda que favorezca una supuesta industria local. A la gente de Kitgum les suena China por otro motivo: saben que los fusiles y las minas anti-persona con las que el gobierno de Sudán ha proveído durante años a los guerrilleros del LRA están fabricadas en ese país ­asiático.

El panorama podría completarse con alguna otra ciudad de la región del Delta del Níger, en el sureste de Nigeria, ­donde las explotaciones petroleras han dejado los campos vecinos anegados de crudo. O en Doba, en el sur de Chad, novísimo miembro de los países productores del codiciado oro negro. Peor panorama nos encontraríamos si viajáramos a la región de los Nuer, en el sur de ­Sudán, donde durante años el ejército bombardeó sus aldeas para dejarlas libres y que las  multinacionales petroleras comenzasen sus perforaciones.  

Si durante los años de la colonización África fue codiciada por sus materias primas, poco han cambiado, excepto que en lugar del café, té, cobre o algodón, ahora se busca el petróleo, el gas y los yacimientos de bauxita, manganeso, oro, cobalto, uranio o diamantes, de los que África tiene grandes reservas (en el caso del cromo, oro y diamantes, en torno al 50% del total mundial). Es lo que el periodista Gerardo González llama “la tercera colonización de África”, título de su último libro (Editorial Mundo Negro). En él, asegura, “se han confabulado conquistadores de diverso pelaje. A Occidente, que organizó la segunda colonización después de conceder las independencias, se han sumado ahora países asiáticos del peso de ­China y la India o latinoamericanos, como Brasil. África vuelve a ser objeto de codicia”.

La única manera de que África pudiera beneficiarse de ­estos recursos sería que se transformaran en el lugar de origen y se exportaran con valor añadido, pero en este continente se ha invertido muy poco en infraestructuras. Esto explica que, como señala Luis de Sebastián en África, pecado de Europa (Trotta), sus naciones estén hoy “más atrasadas respecto a otros países en vías de desarrollo de lo que estaban el día de la independencia. Países que al estrenar sus independencias tenían menores ingresos por habitante que la mayoría de los territorios africanos en la misma coyuntura, como China, India, Pakistán, Tailandia y Vietnam están ahora mucho mejor que ellos”.

Este nuevo reparto de la tarta  se ha desarrollado en distintas fases y cuenta con los siguientes protagonistas:

Las antiguas potencias coloniales europeas son las primeras protagonistas. Las metrópolis más importantes fueron Francia, Gran Bretaña, Bélgica, Portugal y Alemania. Tras las independencias, las dos primeras han seguido embarcadas en una política de control -a veces discreto y otras descarado- de sus antiguas colonias. Portugal, una vez que perdió Angola y Mozambique en 1975, no ha querido o no ha podido ejercer un control similar sobre las suyas.

El Reino Unido se ha servido de la Commonwealth para mantener ventajas comerciales e influir en los asuntos internos de los países que dominó, los cuales han tenido que dar acceso preferencial a las manufacturas británicas, y también canadienses y australianas. Hoy, las petroleras británicas Tullow Oil y Heritage tienen grandes intereses en Ghana y Uganda.

Francia, por su parte, ha conservado siempre con sus ex colonias políticas de cooperación lingüística y cultural por medio de la institución de la Francofonía. Además, en distintas ocasiones, tropas francesas han intervenido militarmente en países como Costa de Marfil, República Centroafricana, Ruanda o Chad, donde el gobierno de Idris Déby se libró de ser derrocado el pasado febrero gracias a su apoyo. Los intereses económicos franceses se encuentran en el petróleo y la minería, sobre todo, el uranio de Suráfrica, donde la compañía Areva construyó una planta nuclear. El 20% del petróleo francés proviene de África. El presidente Sarkozy ha visitado ya este continente dos veces, deteniéndose en  Senegal, Gabón y Angola, donde quiere contrarrestar la fuerte posición de China y apoyar a las empresas francesas Total y Elf.

Estados Unidos no participó en la aventura colonial africana. Sin embargo, tras las independencias de la década de los 60 del pasado siglo, empezó a interesarle África por motivos geoestratégicos como uno de los escenarios de la Guerra Fría. Preocupado por contrarrestar la influencia comunista en el continente, el Departamento de Estado favoreció el apoyo a regímenes dictatoriales en países próximos a naciones con regímenes marxistas. Así se explican sus fuertes lazos con Mobutu en Zaire (vecino de Angola), con Siad Barre en Somalia (vecina de la Etiopía roja de Menghistu) o el apoyo a los rebeldes angoleños de UNITA.

Tras el desmoronamiento del comunismo y la creciente amenaza del terrorismo islamista, Estados Unidos buscó nuevos aliados estratégicos para ayudarle a frenar a regímenes integristas como el de Sudán, y los encontró en Etiopía, Uganda y Ruanda. Además, desde los acontecimientos del 11-S, la Administración Bush ha intentado diversificar las fuentes de abastecimiento de crudo para no depender tanto del conflictivo Golfo Pérsico. Esto explica que el Golfo de Guinea y Angola sean zonas de vital interés, donde operan compañías como la Shell y la Chevron-Texaco en abierta competición con las compañías francesas. No hay que olvidar que la penetración estadounidense en África se realiza en buena medida por medio de su potente agencia de cooperación internacional USAID, de ONG ligadas a la derecha fundamentalista cristiana, como la omnipresente World Vision, y de grupos religiosos evangelistas que proliferan por todo el continente a gran velocidad y están copando las ondas de radio y televisión con mensajes del “evangelio de la prosperidad”, aunque dada la extrema pobreza en la que viven la mayoría de sus oyentes uno se pregunta a quién alcanza de verdad esa supuesta próspera promesa.

La Union Europea ha expresado sus intereses comerciales en África con los controvertidos acuerdos de libre comercio, los llamados Acuerdos de Partenariado Económico. Hasta fina­les del año pasado, la Organización Mundial del Comercio concedía al grupo de países ACP (África, Caribe y Pacífico) acuerdos preferentes para exportar sus productos a Europa libres de impuestos, sin que los países europeos hicieran lo mismo. En el año 2000 se decidió que este sistema expirara a finales de 2007. Las consecuencias están siendo nefastas para África. Según estudios realizados por algunas ONG, notablemente Oxfam y Christian Aid, con la pérdida de las tarifas aduaneras, los países africanos perderán hasta el 10% de sus ingresos anuales por comercio internacional, es decir, menos dinero para sus ya maltrechos servicios sociales básicos como sanidad, educación y vías de transporte. Y el acceso de los productos de la Unión Europea -que puede, además, dar salida a sus excedentes- a precios muy competitivos significa que muchas fábricas y pequeñas empresas de países africanos tendrán que cerrar. En muchos supermercados africanos es fácil encontrar arroz, huevos, cebollas, pollo o aceite importados de Europa a precios más baratos que los producidos en el propio país.

China, la quinta potencia económica del mundo, es el actor que ha entrado con más fuerza en el escenario africano en los últimos diez años. Con 1.300 millones de habitantes y una economía que crece al ritmo del 9% al año, este gigante necesita un inmenso consumo de energía para sostener su crecimiento. Esto explica que el primer ministro Wen Jiabao y el presidente Hu Jintao hayan recorrido África de norte a sur y de este a oeste para firmar contratos con los que garantizarse los recursos minerales y energéticos de los que Pekín carece. China es el segundo consumidor mundial de petróleo e importa el 40% que consume. El 30% del que adquiere procede de África, sobre todo de Sudán, país al que ha protegido con su derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para bloquear iniciativas para poner fin al genocidio de Darfur.

El comercio bilateral entre China y África alcanzó 32.000 millones de euros en 2005, cuatro veces más que en 2001, y sigue incrementándose. China encuentra en los mil millones de africanos un enorme mercado en constante expansión donde colocar sus manufacturas baratas y de no muy buena calidad. Gracias a la construcción de infraestructuras como carreteras, vías de ferrocarril, puentes o estadios en países africanos, China consigue jugosos acuerdos comerciales y de explotación de petróleo y minerales, y lo hace con una gran ventaja para regímenes africanos más o menos despóticos, ya que esta superpotencia no hace molestas preguntas sobre derechos humanos, corrupción o buen gobierno.

Japón organizó a finales del mayo, en Yokohama, la IV Conferencia Internacional sobre Desarrollo en África, acontecimiento que se repite cada cinco años. El pomposo nombre de esta convención parece bastante eufemístico ya que, en realidad, quien busca mantener su alto nivel de desarrollo es Japón, que necesita ingentes cantidades de petróleo y minerales para hacer frente a sus necesidades energéticas y mantener su liderazgo mundial en industria tecnológica. Por ejemplo, Mitsubishi tiene un proyecto para refinar aluminio en Mozambique; Sumitomo tiene otro para producir níquel en Madagascar; Mitsui y Marubeni extraen gas natural líquido en Guinea Ecuatorial; y Toyota fabrica coches en Suráfrica, país donde Toshiba y Sony cuentan también con grandes empresas para la venta de tecnología en telecomunicaciones.

Otros nuevos países industrializados como India, Pakistán y Brasil e incluso Rusia -que ha retomado el papel de la antigua URSS- han hecho aparición en África buscando jugosos acuerdos comerciales. Los dos primeros tienen varias décadas de historia de presencia en países de África del Este, pero últimamente están diversificando sus inversiones en empresas que van desde la producción textil hasta el turismo o grandes fincas que producen flores en Kenia o Uganda y son trasladadas como cargo aéreo varios días a la semana a Bélgica y Holanda.

España, hasta hace poco tiempo, no ha tenido  intereses económicos de importancia en África, salvo algunas industrias madereras que han extraído caoba y otras maderas preciosas de Guinea Ecuatorial y de grandes empresas pesqueras, como Pescanova, que ya en 1980 pescaba en las costas de Namibia. En los últimos años tiene más interés en invertir en países de África Occidental y el Sahel, de donde proceden los inmigrantes que llegan en los frágiles cayucos, y con los que busca acuerdos de repatriación y más acción por parte de las autoridades para impedir este flujo de inmigración.

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