OBITUARIO: Julián García Hernando, divinamente dotado para el diálogo ecuménico

(Pedro Langa Aguilar, OSA- Teólogo y ecumenista) El ecumenismo español está de luto por la muerte de Don Julián García Hernando, uno de sus más firmes valedores, que se fue a celebrar con Jesús la Pascua de la Unidad, tantas veces por él amada y sentida y cantada, cuando agonizaba ya el 30 de junio.

Conocí al fundador de las Misioneras de la Unidad, del Centro Ecuménico de Madrid, piloto del Ecumenismo en la Conferencia Episcopal de los años posconciliares y entrañable hermano de católicos y acatólicos, bien entrada la década de los setenta. Y aunque nos distanciaban años, nos acercó siempre una amistad hecha pronto comunión por Bulgaria, Grecia y Turquía, en aguas helénicas del Monte Athos, recibidos en El Fanar por Su Santidad Dimitrios I y su fiel secretario entonces, hoy patriarca Bartolomé I. En el año 1984 solicitó mi ayuda para poner en marcha Pastoral Ecuménica, y en los Encuentros Interconfesionales e Internacionales de Religiosas de Auschwitz y de Tebas, mi presencia junto al común amigo y cofundador, metropolita Emilianos Timiadis.

De próvida palabra, cálido gesto y gracia contenida, tenía una voz potente y limpia, con celéricos finales a veces, pero siempre de mucho saber y pulcro decir. Me consta de personas tocadas en su día por una sola frase suya, sólo una, dicha, eso sí, con su habitual modestia desde una sonoridad externa que llegaba dentro. Su persona toda irradiaba sencillez y bondad. Lo recuerdo tirando tantas veces de pluma sobre un pequeño cuaderno, como un principiante de teología, él, que había sido durante muchos años Rector del Seminario de Segovia, y de los entresijos ecuménicos nacionales e internacionales se lo sabía todo.

Ha muerto envuelto en inmensa dignidad, ecumenista de cuerpo entero, sacerdote cabal, sereno y en paz. Lo recordaré siempre amigo de los amigos, con agudo paso de caballero andante del ecumenismo por los cuadrantes del orbe, optimista y soñador, lleno de intuiciones proféticas, habitado de sabiduría. Abro Al servicio de la unidad, la obra miscelánea con motivo de sus bodas de oro sacerdotales en 1993 y de la que, según propia confesión, estaba cada día más contento por el servicio con ella prestado al ecumenismo de España, y encuentro, entre otros muchos, este subido elogio de Emilio Castro, entonces secretario general del CEI: “Se mueve entre nosotros como pez en el agua, siempre con una palabra de cariño y de aliento para todos los que trabajamos en la búsqueda de la unidad de la Iglesia”. Mucho me reconforta el haber dirigido y coordinado esta obra por cuyas páginas desfila la flor y nata del ecumenismo internacional. Y no menos alegría experimento al recordar la Eucaristía que celebré junto a su lecho de moribundo sólo unas horas antes de su partida.

El ecumenismo de los años posconciliares en España no podrá escribirse sin la figura menuda de este gran hombre, que, según el dicho paulino, se gastó y desgastó siempre por una fraternidad a campo abierto, sin fronteras, con permanente domicilio en la Ecumene.

 

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