Zojka Kapuscinska: “La obra de mi padre está marcada por el evangelio”

Fotógrafa

(Texto y foto: Jaime Vázquez Allegue) Se llama René Maisner, pero su nombre verdadero es Zojka Kapuscinska y es la única hija de Ryszard Kapuscinski, uno de los más grandes periodistas del siglo XX. El cambio de nombre forma parte de la necesidad de ser ella misma en el mundo del arte y la fotografía, que son su mundo. Asegura que llevar el apellido Kapuscinski (en femenino, Kapuscinska) condicionaba sus movimientos. “Por un lado, mi obra artística podía verse determinada por la fama de mi padre. Por otro, mi persona podía ensombrecer su imagen”.

René me recibe en el jardín del Colegio Mayor Albayzín de Granada. Llevaba puesta una camiseta con la bandera del Tíbet. “Mi padre estaría del lado de los más débiles”, me susurró. Después nos sentamos y comenzamos a hablar. Le dije si podía entrevistar a su padre (Ryszard murió el año pasado) y me dijo que estaba allí para recibir el Premio Harambee -que significa “todos juntos” en swahili- con motivo de las XII Jornadas de Comunicación Siglo XXI que este año homenajeaban a su padre. Así que accedió a hacer de ‘intermediaria’ para hablar con él. Le advertí que mis preguntas iban a ser más íntimas y que estarían relacionadas con la fe y creencias de su padre. Ella me dijo que siempre que la entrevistaban le hacían las mismas preguntas sobre su padre, así que estaba encantada de hablar de otras cosas relacionadas con su vida familiar, sus ideales y sus creencias.

En nuestro recorrido por la vida espiritual del maestro del periodismo, su hija se remonta a su pueblo natal de Pinsk, en la Polonia de entreguerras. “En el pueblo había una parroquia a la que iban todos mis abuelos con sus hijos” -dice levantando la mirada al ­cielo, como si quisiera llevarme a imágenes del pasado teñidas de sepia-. “Mi padre era monaguillo. Le gustaba vestirse de monaguillo y ayudar todos los domingos al sacerdote mientras celebraba la Eucaristía. Venimos de una familia muy religiosa. Cuando comenzó la guerra, pero, sobre todo, entre los años 41 y 43, mi padre vivió de cerca situaciones muy intensas de dolor y sufrimiento. Auschwitz, los campos de exterminio, persecuciones… Fueron los años en los que mi padre vivía en una Varsovia sometida. Creo poder afirmar, sin riesgo a equivocarme, que en esa etapa de su vida sólo había dos cosas que se repetían en su ­mente. Por un lado, la guerra mundial, en donde se daban cita el dolor, el sufrimiento y la muerte; por otro, la Iglesia católica, en donde se hablaba de esperanza, de salvación y de vida.

Dolor ante la injusticia

René -antes Zojka- asegura que el comunismo de la posguerra determinó la forma de pensar de su padre. “En las décadas de los 50-60, perdió la fe, o creyó haberla perdido. En varias ocasiones se declaró agnóstico. Fue su época de corresponsal, su conocido periodismo de viajes. Recorría toda Europa, América, pero fue África la que, una vez más, lo llevó a situarse de frente ante las injusticias y el dolor de la muerte. Estuvo como corresponsal de guerra en todos los conflictos del continente africano. Su cercanía a la muerte de inocentes le llevó a preguntar dónde estaba Dios en medio de tanto sufrimiento. Se puede decir que me crié en medio de un mundo sin religión, que no es lo mismo que decir que me crié en una familia atea. Porque, aunque no íbamos a misa, porque no la había, ni hablábamos de Dios, porque no se hablaba, mi padre tenía un pensamiento de fondo muy religioso. Digamos que éramos creyentes pero no practicantes, como dicen ahora los jóvenes”.

Aunque la práctica religiosa no existiera, su obra está marcada por un fuerte contenido evangélico, sostiene René. “Supongo que ésa fue una de las razones por las que recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y fue candidato al Nobel de Literatura”, añade antes de afirmar que su padre era un apasionado de la teología. “En su biblioteca se pueden encontrar las mejores obras de la teología del postconcilio. Le gustaba la reflexión sobre Dios y tenía muy buenos amigos teólogos. No tenemos más que leer su obra El encuentro con el otro para descubrir el fondo espiritual y evangélico de su pensamiento. Digamos que los últimos años de su vida se podrían definir como de un regreso más abierto a la fe”.

En esencia

Una película: Isla desnuda.

Un libro: Rayuela, de Cortázar.

Una canción: Imagine, de John Lennon.

Un deporte: Béisbol.

Un deseo: Escribir un libro de historia del arte.

Un recuerdo: El día que mi padre me enseñó a ser independiente.

Una persona: Picasso.

Un regalo: viviendas para los ‘sin techo’.

Un valor: la paz.

Que me recuerden: por la comunicación con mi hijo.

Compartir