Manuel Lázaro Pulido: “Queremos hacer presente la teología en la calle”

Director del Instituto Superior de Ciencias Religiosas “Santa María de Guadalupe”

(Texto y foto: F. José Pérez Valero) Me gustaría que no fuera noticia el hecho de que un laico ocupe una responsabilidad eclesial”. Manuel Lázaro Pulido (Barcelona, 1970) acaba de ser nombrado director del Instituto Superior de Ciencias Religiosas “Santa María de Guadalupe”, perteneciente a la Provincia Eclesiástica de Mérida-Badajoz. Nos encontramos en el centro de Cáceres y me lleva hasta la Casa de la Iglesia, ubicada en el Palacio de los Galarza, restaurado e impecable: “Tiene un patio precioso; aquí podemos hacer las fotos”.

No le importa posar, aunque lo hace con gesto serio y pausado, algo que contradice la cercanía con la que se expresa y el ritmo diligente con el que une los temas de la conversación. “Fui el primer profesor laico del seminario”, comenta mientras llegamos a la Plaza Mayor y nos sentamos frente al Arco de la Estrella y la Torre de Bujaco. Pide un café solo y se muestra optimista y seguro de su trabajo.

Prefiere la palabra “seglar” a “laico”: “Seglar -comenta- viene de secular, es decir, ‘una persona del siglo’, y se refiere más a la actividad que a la esencia personal. El sacerdote hace presente a Cristo en los sacramentos, mientras que el seglar lleva el sacramento en su vida al hermano. Por ello, no hay barreras en el campo de acción de los seglares, tan sólo las limitaciones propias de su condición. Tampoco tiene campos de acción específicos, sino la propia naturaleza del sacramento”.

Matrimonio cristiano

Fue seminarista, estudió en Sevilla, Salamanca, Murcia y París, y pasó por Ecuador. Allí aprendió que “no se puede confundir la pastoral con el pastoreo; necesitamos respetar al máximo a aquél a quien tenemos enfrente”. Perteneció a la Orden Franciscana y de ella conserva su espiritualidad: “Ahora tengo un grupo apostólico muy fuerte: el que formo con mi mujer”. Su vocación “es el matrimonio cristiano”, aunque debido a los cargos que ha desempeñado, siempre ha tenido que robarle algo de tiempo a ella: “No le he pedido que sea como yo, pero siempre me ha acompañado”.

Manuel está empeñado en que el Instituto que dirige se haga presente en la sociedad: “Es uno de los retos que me planteo, que esté abierto a la sociedad, al mundo universitario y que se convierta en polo de atención en la formación pastoral y en el diálogo fe-cultura”. Actualmente cuenta con sesenta alumnos, a los que se intenta formar “en sintonía con las exigencias del siglo XXI”. “Formamos a laicos en Teología, profesores de Religión, diáconos y, en general, a cristianos para que estén en contacto con el hombre de hoy”. Mediante un convenio con la Universidad de Extremadura, a la que se adscribe el Instituto, los universitarios pueden también cursar aquí asignaturas optativas válidas para completar sus carreras: “Queremos hacer presente la teología y el Evangelio en la calle, en contacto con la sociedad”.

Es observador y anota algunos aspectos de la entrevista. Quiere mejorar y mejorar: “Estamos preparados”, sentencia con aplomo, al tiempo que recuerda la importancia de este Instituto -que comenzó su andadura hace nueve años- como “proyecto común e integrador de la Provincia Eclesiástica extremeña, que respeta la idiosincrasia de cada diócesis”. Unas diócesis que presentan el problema de la dispersión geográfica; por ello, el Instituto cuenta con tres sedes: “Será necesario ser creativos para llegar mejor a los alumnos”.

Le gusta el cine de ciencia-ficción, y sobre los asuntos de la actualidad, no para de dar razones y de argumentar. Se muestra partidario de “negociar” en relación con el debate sobre Educación para la Ciudadanía: “Es una cuestión de contenido, y, ante posibles abusos, existen límites frente a ella, como la libertad de cátedra y la libertad de elección de centro”.

En esencia

Una película: Blade Runner, Ridley Scott, 1982.

Un libro: El nombre de la rosa, de Umberto Eco.

Una canción: Somos novios, de Armando Manzanero.

Un deporte: kárate.

Un rincón: la Plaza de la Sorbona, en París.

Un deseo frustrado: ninguno.

Un recuerdo de la infancia: los domingos en Barcelona con mis padres y mis hermanos.

Una aspiración: contribuir a la formación humana, teológica, espiritual y personal en la comunidad en la que vivo.

Una persona: el padre capuchino Dionisio Castillo, mi director de tesis y más que un amigo.

La última alegría: el beso que me ha dado mi mujer esta mañana.

La mayor tristeza: ninguna.

Un sueño: que no sea noticia el hecho de que un laico ocupe una responsabilidad eclesial.

Un valor: la bondad.

Que me recuerden… porque amé como Dios amó.

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