Víctor García de la Concha: “Hace falta consolidar el papel de la Iglesia en la sociedad española”

Director de la Real Academia de la Lengua

(Juan Rubio– Fotos: Luis Medina) La palabra es la luz, pero a dónde va esa luz sólo lo sabe quien lleva el candil”, decía Pedro Salinas. Asistimos hoy a momentos de confusionismo en el uso de las palabras. Hay expresiones que se tergiversan e incluso se usa el diccionario como dardo para la diatriba, arma para usar en la trinchera mediática o partidista. Políticos, eclesiásticos, periodistas o simples charlistas abusan del lenguaje. Hay veces que lo único que se lee en este país es el titular de la prensa de papel o digital, más tarde escuchado en la radio o en la televisión.

No es éste un problema del lenguaje en sí, sino de quien lo usa. Para el director de la Real Academia de la Lengua, Víctor García de la Concha, “la responsabilidad la tiene el que usa la palabra”. Dice el director de esta institución centenaria que “la palabra es un instrumento de comunicación y conocimiento. En sí es neutra, y su significado depende del uso que los hombres hagan de ella, ya que no es objeto cerrado sino permeable, y el hablante puede desplazarla y llevarla incluso a terrenos donde adquiere un significado que no tuvo”. Acostumbra a citar a Salinas, para quien la palabra siempre es luz y candela. Nos acercamos a García de la Concha con cierto temblor, con el candil en la mano y con la luz temblorosa de la palabra al preguntar. No es fácil entrevistar al responsable de esta institución en donde la palabra se mira con lupa y en silencio.

Es el mismo silencio que sugestiona al entrar en la sede de la Real Academia de la Lengua, en el corazón mismo del Madrid dieciochesco. El silencio es en sus salas, despachos y galerías como un salmo invitatorio que te adentra en la espesura de una institución de tanta solera, creada en 1713 por Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, para “fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza”. Hombres y mujeres asignados a las letras del abecedario “limpian, fijan y dan esplendor” a la lengua hablada por 400 millones de personas en el mundo, el español, la lengua en la que hablaba a Dios el emperador Carlos I, quien, por otra parte, decía hablar a los caballos en alemán y a las mujeres en francés.

Unas veces, los académicos se han entretenido en limpiar la lengua de barbarismos, otras se han dedicado a darle esplendor de imperio, y ahora la labor es más de “fijar” y de dar fe de la norma. La Academia no es la que crea el lenguaje, sino la que lo asume y lo fija definitivamente después de hacerle el seguimiento oportuno y variado de la palabra que el pueblo crea y usa en la calle. “La Academia tiene una labor notarial: oye, lee y fija con matices y categorías diversas en el diccionario el significado que dan los hablantes a las palabras”. Son conceptos que se van repitiendo como un estribillo en la conversación con su director desde 1998, Víctor García de la Concha, sucesor de Fernando Lázaro Carreter, con quien colaboró estrechamente siendo secretario de la Institución desde 1991. La Academia entendió que había que continuar su labor y uno de sus empeños, abrirse a la calle fijando cuanto sucede en la amplia geografía del español. Se trataba de articular y promover esa apertura a la sociedad y esa mirada a América que hoy es ya tan importante. Los académicos optaron por este asturiano que había trabajado de forma muy estrecha, como secretario, con el autor de El dardo en la palabra. A García de la Concha le ha tocado, como él dice, “el servicio de promover y coordinar una labor que va más allá de nuestras fronteras y que tiene en la colaboración con el ­resto de academias de América y de Filipinas, uno de sus trabajos más importantes”, aclara con nitidez profesoral el director al recibir a Vida Nueva en su despacho de la Academia, en la planta baja del edificio construido por Miguel Aguado de la Sierra en la calle Felipe IV, en lo que fueron terre­nos del conjunto del Buen Retiro, cedidos por la Casa Real. Hoy, ya en el siglo XXI, la Academia “es más una academia real que una Real Academia”. Es una frase del secretario de la Academia Mexicana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española, doctor Gonzalo Celorio. El mismo director nos la suscribe con ese humor tan característico en él. Sigue respondiendo a nuestras cautelosas preguntas; y lo hace con sus diáfanas respuestas, con el gesto sonriente y las ideas claras. Matiza, centra, acaricia la palabra y la pone en su sitio. Responde con cautela y precisión.

Palabras que bullen

Hay palabras que se usan de forma distinta. Pasa con ‘laicismo’, ‘laico’, ‘laical’, etc., o con ‘violencia de género’, ­pero también con la palabra ‘matrimonio’ cuando se refiere a la Ley de unión de parejas del mismo sexo. Es algo que ha levantado cierto resquemor.

“Las palabras -dice el director- están constantemente bullendo y cambiando de significado y es el pueblo el que se lo da hasta que llegan a cuajarse de forma más clara. Eso pasa, por ejemplo, con la palabra ‘matrimonio’, de la que tanto se ha hablado con motivo de la ley que aprueba la unión de parejas del mismo ­sexo. La palabra ‘matrimonio’ etimológicamente tiene una vinculación a la función femenina, y así lo ha tenido siglos y siglos, desde el latín. El le­gislador, en una acción positiva, concede a una realidad nueva esa palabra que nada tiene que ver atendiendo a su historia. Es una acción positiva del legislador que veremos si cuaja en el uso de los hablantes. No todo lo que se legisla acaba cuajando. Sólo cuando un estudio del recorrido del uso de la palabra, un estudio pormenorizado y plural, comprueba que los hispanohablantes designan una determinada realidad con tal palabra, se procede a registrarla en el diccionario. Primero hay que ver si cuaja”.

En este mismo sentido comenta algo en relación a la palabra ‘género’, sobre la que recuerda que ya advirtieron “al Gobierno cuando preparaba la Ley de violencia de género. Le dijimos que ‘género’ es una categoría gramatical. Es verdad que en el mundo sajón empezó el uso de esa categoría para suplantar algo que el puritanismo inglés no asumía, como era la palabra ‘sexo’, hablando de gender. De ahí se extendió por una mímesis del inglés y pasó al español. No sabemos si arraigará. Hace falta la perspectiva que da el tiempo para ver si una palabra arraiga o no. Nosotros estamos abiertos para ver si cuaja y poder dar fe de su existencia, con los matices que haga falta, en el diccionario”.

Hablando del trabajo en la Academia, hay algo que llama la atención a quien hace un seguimiento, aunque sea superficial, de sus trabajos. Hay que empezar diciendo que la Academia tiene por patrono al Rey, y que está por encima de cualquier injerencia política. Incluso en Latinoamérica, la Asociación de las Academias de la Lengua Española que han concedido la presidencia a la de España, está por encima de los regímenes políticos más diversos. Es expresión acuñada que se trata de una institución modélica para la convivencia, pues en ella, como decía don Pedro Laín, “se sientan juntos y dialogan don Torcuato Luca de Tena y Buero Vallejo“. Es una apuesta por una forma de estar sin exclusiones. García de la Concha cuenta cómo el pasado mes de enero, en la comida llamada ‘del director’, y que se celebra en un ambiente distendido, Francisco Ayala, que ha rebasado ya la centuria, “después de mis palabras, quiso intervenir para decir con voz sonora y clara que en su dilatada vida había encontrado al fin en la Academia el lugar ejemplar de convivencia”. Recuerda cómo cada jueves se hace el coloquio de forma distendida y, curiosamente, nadie hace problema de que al inicio de cada sesión se hagan las preces en latín y se concluya con el Agimus tibi gratias y sin que nadie haya objetado a que, como se ha venido haciendo desde el período fundacional, se celebre una misa el 23 de abril en memoria de Cervantes. La Academia se ha convertido en ejemplo de convivencia de mentalidades y de personas en posiciones ideológicas, sociales y políticas muy diversas.

La Iglesia hoy

La precisión en la palabra le lleva a ser cauto en sus respuestas. Para García de la Concha, hoy asistimos a un momento en el que se está consolidando, aunque hace falta que se consolide y eso es algo lento, un estatuto, marcado por la Constitución, sobre el papel de la Iglesia en la sociedad española: “Visto desde fuera, se aprecia la búsqueda de un punto que tiene que ­sedimentar y que tiene que estar de acuerdo con la mentalidad social de los españoles. No se puede ni olvidar ni ignorar esa mentalidad social a la hora de fijar el papel de la Iglesia en esta sociedad española hoy, con una Constitución que prevé respetar la presencia específica de lo cristiano en sus artículos”.

Desde su atalaya, García de la Concha ve cómo evolucionan la sociedad y la Iglesia españolas; lo mismo que ve cómo evolucionan las palabras y cómo van tomando carta de naturaleza. Buen conocedor tanto de la historia de la España reciente como de la propia Iglesia, el director reconoce que “es evidente que la Iglesia en España tuvo una vinculación especial con el Gobierno del Estado en la etapa posterior a una guerra civil que había declarado ‘cruzada’. En el franquismo, la Iglesia tuvo una situación privilegiada. No se puede olvidar que en los últimos años de aquel régimen, dentro de los movimientos que pedían un cambio en la Iglesia estuvieron muy activos muchos elementos de la Iglesia, en todos los niveles. En la Transición pasó igual, la Iglesia adoptó una posición en la figura de Tarancón que no favoreció la creación de un partido específicamente cristiano que marcara pautas. Después se han ido sucediendo distintos gobiernos, con sus programas, y han ido promoviendo leyes que no siempre son acordes con el pensamiento de la Iglesia y es normal que la Iglesia exponga sus ideas”, matiza refiriéndose a las sucesivas declaraciones de los obispos.

Acaba haciendo un esfuerzo por definir qué es lo que, a su juicio, necesita este país para lograr la serenidad. Pone como ejemplo el diálogo que se ha establecido en las academias hermanas de Latinoamérica, tan distintas entre sí, “y en las que tenemos una relación fraterna en un ambiente de gran convivencia. Para llegar a ese ambiente hace ­falta serenidad y reflexión, una reflexión que lleve al diálogo y debate en el que cada uno exponga sus ideas, sus argumentos, pero desde la serenidad”.

LA LENGUA, MOTOR ECONÓMICO

El académico Martín Municio ha puesto de moda el concepto de la lengua como factor económico del mundo en general y de Latinoamérica en particular. Es una perspectiva que se ha puesto de moda recientemente. Hay un dato que lo avala, y es que el 14 y 15% del PIB procede del ámbito relacionado con lo lingüístico.

La misma Fundación Telefónica está empezando a publicar una serie con distintos estudios en torno a ese problema, un atlas de la situación del español en el mundo. El español está en un período expansivo y tiene su núcleo de expansión en Hispanoamérica y en las migraciones hasta los Estados Unidos y hacia el sur, en Brasil, al tiempo que el español suscita interés en la antigua Europa del Este y en los países emergentes como son China y Japón, que ven en nuestra lengua el instrumento para hablar con el mundo hispano. Todo esto tiene un componente económico, no cabe duda.

En el fondo, según el director de la Academia, “está el gran reto de hoy de una lengua consolidada como lengua de comunicación internacional. El inglés parecía la única y dominante, pero el hecho es que el español está consolidándose como segunda lengua de comunicación internacional en el ámbito occidental. Hace falta un número importante de hablantes y una gran trabazón, presencia importante en las nuevas tecnologías y en el mundo de la ciencia. Por último, debe tener reconocimiento diplomático. Es verdad que se ha avanzado mucho para que, con estos criterios, el español se vaya consolidando aún más como lengua de comunicación, pero aún queda una mayor presencia en el mundo de la ciencia y de las nuevas tecnologías. En este sentido trabaja la Academia. Ahí sí estamos -dice el director- haciendo una labor de Estado. Desde el convenio multilateral firmado en Bogotá se permite al director, reconocido por las 22 Academias restantes, un papel de representación para que pueda entenderse con los gobiernos, indistintamente del signo que tengan. La lengua no está sometida al cambio de gobierno”.

UN ASTURIANO LETRADO Y DIALOGANTE

El director de la Real Academia de la Lengua es asturiano de Villaviciosa, tierra de sidra y pumaraes, junto a la que es la mayor ría de Asturias, la que se abre junto a Tazones. Nació en 1934, poco antes de que en tierras astures cuajara la revolución que tanto marcó aquellas cuencas mineras. Padeció por todos los lados la guerra y la posguerra y, aunque niño entonces como para recordar, sí ha podido sacar conclusiones: “Prefiero una Asturias que dialoga y sale adelante”, dice. Versado en letras y en humanidades, lee y estudia con pasión.

Hace Filología en Oviedo, Teología en Roma y recorre aulas de Valladolid, Murcia y Zaragoza enseñando. Al fin recala en Salamanca. Desde su labor magisterial, hace que sus alumnos amen la literatura del Siglo de Oro, se entusiasma hablando de san Juan de la Cruz y conoce como pocos a santa Teresa. Fue el asesor del guión escrito para TVE y que representó Concha Velasco como protagonista. No se cansa de leer a san Juan de la Cruz, “la cima de toda la lírica española, proclamado como tal por los grandes autores del simbolismo francés. “Juan de la Cruz -reconoce- fue quien voló más alto en la experiencia mística y en su traducción a la palabra literaria”. Hoy, desde el sillón que ocupara primero el Duque de Rivas, cree en la auctoritas de la Academia, que no es otra que el reconocimiento que a lo largo de los siglos le ha ido confiriendo el pueblo”.

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