¿Creen en Dios los científicos?

(Juan Carlos Rodríguez) El doctor Valentí Fuster infiere: “La ciencia me ha llevado a creer, porque la ciencia es muy limitada. Hay una parte de la persona que es intangible y a donde la ciencia no puede llegar, que es la parte fundamental de la vida. Y ahí está Dios”. El testimonio del cardiólogo expone la tesis de Los científicos y Dios (Trotta), con el que Antonio Fernández-Rañada, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Real Sociedad Española de Física, prueba “la falsedad del estereotipo de que los científicos se oponen necesaria y radicalmente a la experiencia religiosa”.

Eugenio Trias, José Antonio Marina o José Ramón Ayllón han sondeado también ese mismo escenario. “Conocemos científicos que han negado la existencia de Dios desde los primeros balbuceos de la ciencia, en tiempos de Pericles –narra Ayllón en Dios y los náufragos (La Esfera de los Libros)–. Sin embargo, son mayoría los que vislumbran a Dios a través de la grandiosidad del universo en su conjunto y de la complejidad de una célula viva o un átomo”. Es decir: la existencia de algún tipo de Dios o de alguna realidad trascendente no puede ni probarse ni refutarse desde la razón humana.

“Para probar la tesis esencial del libro –explica–, basta con aducir que muchos de primera fila creen en un Dios lo suficiente como para elaborar un sistema personal de creencias, fuertemente implicado de la visión del mundo que deriva de su ciencia”. Ahí están, por si acaso, Einstein, Maxwell, Planck o Schrödinger, “que meditaron mucho sobre la idea de Dios y eso les ayudó en su trabajo”.

La evidencia es que “la proporción de científicos que cree en algún tipo de Dios es menor que en la población general, pero notablemente mayor que lo supuesto por el estereotipo social”, aunque, como sucede en la ciencia misma, nada es simple. Los científicos creyentes suelen tener visiones muy propias y personales, poco preocupados con la ortodoxia y se sienten poco atados al dogma particular de su Iglesia. “La actitudes de los científicos sobre la religión y sobre la idea de Dios son muy variadas, a menudo fuera de la tutela de las iglesias, y van desde la creencia sincera al ateísmo radical”, manifiesta Rañada.

Ciencia y religión, compatibles

Nicolás Copérnico, Johannes Kepler, Robert Boyle e Isaac Newton, por delante: “Su Dios no es sólo el de los filósofos, sino el Dios bíblico, como lo prueban los enormes esfuerzos que dedicó a intentar descifrar el sentido oculto de los textos de la Biblia”, escribe el físico español, quien defiende que “si la creencia en Dios fuera, como algunos pretenden, nada más que una reliquia del pasado, el método de la ciencia habría probado que es así y nuestro examen probaría una unanimidad completa entre los científicos, igual que todos creen que la Tierra gira alrededor del sol”.

El estereotipo del caso de Galileo ha contaminado el debate, que transciende también el determinismo, el azar en el mundo, el origen del universo, la evolución biológica de Darwin y Wallace. “La existencia de Dios es una cuestión inevitable para cualquier científico porque su trabajo consiste en desentrañar los mecanismos ocultos que gobiernan el comportamiento de las cosas”, expone Fernández-Rañada, que publicó en 1994 la primera edición de Los científicos y Dios, que ahora corrige y amplía, porque desde entonces “se observa un interés creciente por el problema de las relaciones entre religión y ciencia”.

Descartes, Pascal y su “espíritu de sutileza” no dejan de seguir siendo una constante: “Es el corazón el que siente a Dios y no la razón”. Fernández-Rañada defiende que la ciencia  y muchas formas de la religión son plenamente compatibles: “Entiendo por ello que es posible aceptar las ideas de la ciencia de hoy y mantener, a la vez, una postura religiosa sin caer en incoherencia o en falta de honestidad intelectual”. Wolfgang Pauli, Werner Heisengerg, Joseph Priestley, Leonhard Euler, Michael Faraday, el mejor físico experimental de la historia, dan fe.

Desde la convicción de que las posturas extremas conducen a callejones históricos sin salida –la razón por la razón y la religión que excluye a la razón–, Fernández-Rañada señala cómo la mayoría de los científicos que creen en Dios optan, rehuyendo a los fundamentalismos, por un tercer camino “basado en un equili­brio entre dos necesidades acuciantes: mantener a la razón como un elemento imprescindible para analizar el mundo”.

 

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