Tito Solari: “Quiero ser un buen servidor”

Arzobispo de Cochabamba (Bolivia)

(Texto y foto: J. M. Castelblanque) Alto y espigado, con un discurso sereno y envolvente, así es Tito Solari, un salesiano italiano que desde hace 10 años es arzobispo de Cochabamba, en Bolivia. Solari nació con los primeros bombardeos de la II Guerra Mundial en Pesariis, un pequeño pueblo de montaña de la provincia de Udine. Hijo de un industrial relojero, fue el mayor de 8 hermanos, tres varones y cinco mujeres, una de las cuales murió durante la guerra. “De mi infancia me vienen a la cabeza imágenes muy dramáticas y violentas, pero como contrapunto recuerdo mucho afecto y protección por parte de mi familia”, dice Solari.

Buen estudiante, primero en  su pueblo y después con los salesianos, donde pudo madurar su vocación. A los 16 años optó por la ­vida religiosa en la que fue una difícil decisión: “Un día, confesándome, el sacerdote me preguntó por qué no me hacía cura. Durante un año reflexioné cada noche. Dudaba si la vocación debía de ser por inclinación o por elección, porque yo nunca tuve esa inclinación, ese gusto”, recuerda Solari, quien, al final, para salir de dudas, decidió preguntárselo al propio sacerdote que le había instado a hacerse cura. “Su respuesta fue que por elección, así que me hice sacerdote”, señala Solari, quien para llevar a cabo su decisión debió de enfrentarse a varias adversidades. “Mi padre era anticlerical, y cuando supo que me hacía salesiano, dijo: ‘Yo me esfuerzo en hacer un nido y mi primer hijo va y lo rompe’. Él sólo se reconcilió conmigo cuando tenía 81 años. Vino a Bolivia con mi mamá, me llamó y me dijo: ‘He visto que la gente de aquí te quiere, éste era tu camino’”. El rechazo de su progenitor no fue el único problema para optar por el sacerdocio: “Lo más grave era mi atracción por las chicas y mi inclinación por el matrimonio”, recuerda el actual arzobispo de Cochabamba.

Hijo del Vaticano II

Tito Solari apunta como formadores de su persona a sus “excelentes” maestros, algunos de ellos “en trámites para ser beatificados”, y al Vaticano II, que tuvo oportunidad de vivir de cerca al cursar estudios particulares en Roma durante el último año del Concilio.

No había acabado sus estudios cuando en 1974 sus superiores le pidieron marchar a Bolivia. “No lo dudé ni un instante”, afirma Solari, quien, cuando llegó al país, “no sabía ni leer ni ­escribir en castellano”. Este salesiano permaneció siete años en una parroquia en el límite de la selva ­amazónica. “Era una zona de colonización, allí se sembraba la vida y se conquistaban los espacios”, afirma Solari. También recuerda que “había muchos enfermos de tuberculosis y una alta mortalidad infantil. No existía ningún centro sanitario y tan sólo contábamos con una enfermera. Pero se logró un importante desarrollo en la zona”.

De la selva viajó a La Paz, al ser nombrado provincial. “Después de siete años sin electricidad me asustaba hasta el sonido de un timbre”, rememora este salesiano  que lleva 22 años como obispo, primero de auxiliar en Santa Cruz y después como arzobispo de Cochabamba. Una diócesis muy particular, con tres tipos de zonas: los Andes, que es pobre; los Valles, donde se encuentra la mayor parte de la población; y la región del trópico, conocida como la zona de la coca. En su domicilio acogió a enfermos de tuberculosis (llegaron a ser 14 en casa), y ahora quiere hacer lo mismo con los infectados de sida. “Fue muy enriquecedor vivir con gente muy sencilla, pero con gran humanidad, nunca se quejaban”, indica el arzobispo.

Gran deportista, cuando vivía en Italia recorrió en bicicleta varios países, como Austria o la ex Yugoslavia. Amante del esquí y del baloncesto, deporte que aún practica, Solari es tifosi del Udine. Al ser cuestionado sobre su mundo perfecto, piensa en Leibniz, para quien no podía haber un mundo mejor que éste, porque sino siempre podría haber otro más perfecto, y así hasta llegar a la perfección suprema que es Dios.

Tito Solari se ve como un servidor, aunque es consciente de que desde que llegó a Bolivia “siempre he sido superior y, desde que soy obispo, todo el mundo me sirve a mí”, dice este italiano que ve como sus principales defectos, la soberbia, ser demasiado nervioso y exigente con mis colaboradores, “fallo que a veces me impide ser un buen servidor”.

En esencia

Una película: no veo películas.

Un libro: Spe Salvi, de Benedicto XVI.

Una canción: Stelutis Alpinis. Es una canción popular.

Un deporte: esquiar y el baloncesto.

Un rincón del mundo: la parroquia de San Carlos, en Santa Cruz.

Un deseo frustrado: recomponer la comunidad de los enfermos de sida. Espero que se cumpla.

Un recuerdo de la infancia: las vacaciones con mi familia en el mar.

Una aspiración: servir mejor a la Iglesia.

Una persona: todos mis seminaristas.

La última alegría: la acogida de España, que me ha recibido con los brazos abiertos.

La mayor tristeza: esas personas que no logran salvar a su familia o vivir su vocación.

Un sueño: una Bolivia nueva, renovada.

Un regalo: chocolate.

Un valor: la sencillez.

Que me recuerden por… ser un hombre de fe.

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