Martínez Sistach: “La herida de las dos Españas no ha sido totalmente cicatrizada”

Sistach pide presencia a los laicos, pero para ser más que meros transmisores del criterio de la jerarquía

(José Lorenzo) Tres décadas después de que su admirado cardenal Jubany compareciese en el mismo foro, también en épocas convulsas, el cardenal arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, ofreció el día 17 en Madrid, desde los salones del Club Siglo XXI, su visión sobre el papel de la Iglesia en medio de la sociedad española (Vida Nueva la publicará íntegra en un próximo Pliego).

Una presencia que, dijo, ha de ser ofrecida con amabilidad, lo que no supone abdicar de una labor crítica cuando se pongan en peligro los derechos fundamentales de la persona, ni tampoco dejar de ser una voz profética, y más ahora que en Occidente, según señaló, se está asentando una cultura que genera un nuevo estilo de vida “como si Dios no existiese”.

No ocultó el purpurado una sensación de incertidumbre por el período que está viviendo nuestro país –compartido por la inmensa mayoría de la Conferencia Episcopal– y advirtió de que “la herida profunda de las dos Españas, por desgracia, aún no ha sido totalmente cicatrizada”.

La alusión que hizo a la Transición fue, en este contexto, ineludible, y también la añoranza de aquel espíritu que, dentro de la pluralidad, la hizo posible. “Desde hace un tiempo, se respiran otros aires muy distintos de aquellos”, afirmó. “Corremos el peligro de echar a perder y relegar al olvido este patrimonio”.

Abordó también una cuestión hoy fundamental en nuestro país: el debate sobre la laicidad, invitando a repensar el concepto de ‘laico’ puesto que la modernidad, aseguró, tiende a considerar “la religión como un hecho meramente privado”. Por ello, se abonó a la tesis de la “sana laicidad”, defendida en su día por Pío XII y que han seguido desarrollando Juan Pablo II y Benedicto XVI. “El Estado no puede ignorar que el hecho religioso existe en la sociedad. Pretender que el Estado laico haya de actuar como si ese hecho religioso, incluso como cuerpo social organizado, no existiera, equivale a situarse al margen de la realidad”. Y añadió acto seguido: “El principio de mutua independencia y autonomía de la Iglesia y la comunidad política no significa en absoluto una laicidad o aconfesionalidad del Estado que pretenda reducir la religión a la esfera puramente individual y privada, desposeyéndola de todo influjo o relevancia social. Esto es laicismo”.

Vuelta al autoritarismo

Frente a ello, quiso poner en valor la necesaria dimensión pública de la Iglesia, el servicio que puede prestar también hoy día, cuando “las sociedades democráticas tienen el riesgo de vaciarse éticamente”, cayendo en “la indiferencia y la insensibilidad moral”, con el riesgo consiguiente, dijo, “de llegar a la disolución de la misma sociedad o a una vuelta irremediable a la rigidez de un sistema autoritario”.

Un servicio en medio de la sociedad que, continuó, la Iglesia quiere prestar con ánimo de “diálogo leal y de colaboración constructiva”, por lo que –repitiendo lo que el purpurado había dicho en entrevista con Vida Nueva [número 2.590], “a nadie debería de incomodar la voz profética de la Iglesia sobre la vida familiar, social y política, también cuando va a contracorriente de estados de opinión”.

Y en este servicio, el cardenal Sistach demandó una presencia activa de los cristianos laicos, pero no para ser “una simple cadena de transmisión de los criterios de la jerarquía”, por lo que apeló a la necesidad de un laicado “que conozca a fondo los contenidos de la fe y que estén siempre a punto para dar respuesta de su esperanza”. El cardenal subrayó que ésa es una de las prioridades más importantes y urgentes que tiene hoy la Iglesia en España.

Finalmente, Sistach apeló a las raíces cristianas de España, sin las cuales, aseguró, sus orígenes serían incomprensibles, aunque hoy esa identidad sea objeto “de burla o de menosprecio”. Para él, aquellas pautas de comportamiento vinculadas a esa identidad están en cuestión, pues “los legisladores configuran una normativa civil cada vez más alejada del humanismo cristiano”.

AUTOCRÍTICA

No es usual en conferencias de este tipo –donde se suelen brindar consejos a los demás– esbozar una autocrítica, por ligera que sea. Sistach, citando a Benedicto XVI, recordó que “el cristianismo no es un cúmulo de prohibiciones”, por lo que invitó a la institución a asumir positivamente la labor evangelizadora “frente a cualquier posicionamiento intraeclesial meramente ‘defensivo’” y a presentar “con convicción” el Evangelio. “Tenemos el peligro de limitarnos –o dar la impresión que nos limitamos– a denunciar, aunque sea con espíritu de colaboración, los contenidos sociales y legales que no corresponden a los auténticos principios antropológicos, éticos y morales”, dijo. Tampoco ve misión de la Iglesia “apadrinar o promover una opción política determinada”. Más sutiles, esta vez, fueron sus críticas a la COPE.

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