Antonio Menegazzo: “Darfur es miseria, muerte y hambre”

Obispo de El Obeid (Sudán)

(José Carlos Rodríguez) Ser obispo de una diócesis con una extensión de 880.000 km2, equivalente a tres veces Italia, con ocho millones de habitantes y algo más de 100.000 católicos, no es labor para cualquiera. Y si, además, dentro de ese territorio se encuentra Darfur, ejercer de pastor es tarea de titanes, aunque lo que mantiene en la brecha a Antonio Menegazzo, que ha pasado la mayor parte de su vida en  Sudán, es su fe cristiana y el ejemplo de san Daniel Comboni, fundador de su orden.

Al otro lado de la línea telefónica, su voz transmite una mezcla de fuerza y cordialidad de quien se sabe misionero itinerante al servicio de los más pobres. Acaba de volver de visitar a sus diocesanos en los montes Nuba, esta semana estará en la capital, Jartum, y después se trasladará a otra remota zona de su diócesis de El Obeid, donde fue nombrado administrado apostólico en 1992 y consagrado obispo cuatro años más tarde. “Tengo que viajar mucho para poder visitar las 13 parroquias de mi diócesis al menos una vez al año”, dice sobre su intenso trabajo apostólico. Todo un reto para un hombre que pasa de los 70 años.

“Mucha miseria, muerte y hambre”. Así resume la situación de Darfur, donde su diócesis tiene tres parroquias. Su habla se acelera cuando recuerda su última visita a esta región en noviembre: “Han pasado ya cinco años desde que comenzó la guerra, y haría falta un compromiso serio para llegar a un acuerdo que pusiera fin a esta tragedia, porque la guerra nunca resolverá nada. El problema es que no hay buena voluntad ni de una parte ni de la otra”. Una de las partes, el Gobierno islamista de Jartum, ha bombardeado recientemente poblados de la parte occidental, causando numerosos muertos entre la población civil. “En la parte oriental de Darfur no se combate en la actualidad, pero allí las milicias yanyauid (hombres a caballo, apoyados por el ejército regular sudanés) siguen incendiando aldeas, matando a personas inocentes y violando mujeres”.

La “otra parte”, la de los rebeldes –divididos hoy en un sinfín de facciones– ha degenerado en grupos incontrolados de bandidos que “asaltan camiones y no dejan trabajar en paz a las organizaciones internacionales de ayuda”. Esta inseguridad afecta también a la labor humanitaria de la Iglesia católica, que trabaja con  Cáritas Internacional y coordina sus esfuerzos con otras iglesias cristianas en el grupo de Action Church Together (Acción Conjunta de la Iglesia). Una de las parroquias que más ha conocido los estragos de la guerra es la de El Fasher, donde las hermanas salesianas tienen una escuela y se las ven y se las desean para llevar adelante una clínica móvil, aunque tanto ellas como los sacerdotes suelen tener grandes dificultades para poder desplazarse por un lugar tan conflictivo.

Según explica monseñor Menegazzo, “los habitantes de Darfur son negros de religión musulmana, y la mayor parte de los cristianos presentes en esta zona son sudaneses del sur que llegaron aquí hace años huyendo de la guerra que asolaba entonces a sus lugares de origen y vinieron aquí para refugiarse. Desde que se firmó la paz (entre el Gobierno de Jartum y los rebeldes sudistas del SPLA), muchos de ellos intentan volver a sus casas, y una buena parte de los fondos que recibimos los destinamos para ayudarles a viajar y empezar una nueva vida”.  

Sin signos de desarrollo

En su opinión, las raíces de esta guerra se hunden en una “falta de justicia, de reparto equitativo de poder y de igualdad social por parte del Gobierno de Sudán, que no piensa en todo el país, sino sólo en sus propios intereses”. Concretando más, explica cómo Darfur es una región donde apenas hay signos de desarrollo, y en este caldo de cultivo se ha gestado “un largo conflicto entre la gente local y los pastores árabes yanyauid, que siempre han venido con sus ganados y destruido los campos cultivados”. Tras cinco años de guerra, el conflicto se ha extendido a países limítrofes como Chad y la República Centroafricana, donde la presencia de otros grupos rebeldes contra sus propios gobiernos complica aún más las cosas y da lugar a constantes cruces de acusaciones entre estos países y el Gobierno de Sudán. La presencia de una fuerza internacional de paz para Darfur (el año pasado de la Unión Africana, de la que Naciones Unidas está tomando el relevo) no ha contribuido a mejorar las cosas: “Controlan algo, pero el territorio es vastísimo y no tienen las manos libres para controlar a los yanyauid”.

Según explica, los obispos católicos de Sudán no lo tienen fácil para exigir al Gobierno islamista que solucione el problema. “Por primera vez en 20 años, el año pasado en julio pudimos reunirnos en Jartum todos los miembros de la Conferencia Episcopal. Fuimos a ver al presidente El-Beshir y le hablamos con claridad de la situación en Darfur, pero cada vez que abordamos este tema responde de forma muy vaga. En realidad, tenemos muy poca voz con este Gobierno”.

Otra zona de la diócesis de El Obeid muy castigada por la guerra, pero de la que no se oye hablar tanto, es la región de los Montes Nuba, que Menegazzo visita con frecuencia. También de mayoría musulmana, cuenta con pujantes comunidades cristianas que han sobrevivido gracias al trabajo de catequistas y otros líderes laicos. Como el resto del sur de Sudán, tras más de 30 años de conflicto, este lugar conoce ahora un período de tensa calma tras la firma del acuerdo de paz en enero de 2005. “Muchos han vuelto a sus aldeas de origen e intentan construir de nuevo sus cabañas, pero hay gran confusión política, porque hay zonas que dependen del Gobierno de Jartum y otras del SPLA, y estos dos gobiernos no se ponen de acuerdo en casi nada”.

¿Qué predica este obispo a sus diocesanos tan castigados por la guerra cuando les visita? “Siempre hablo de paz, de reconciliación y de perdón”, responde el comboniano sin dudarlo. “Un cristiano nunca puede conservar odio”. Monseñor Menegazzo sabe muy bien que sólo una vida espiritual honda puede vencer a este odio que sigue campando por sus fueros en Darfur, por eso concluye con una oración: “Señor, tú eres el creador de toda la humanidad. A todos nos creaste iguales y con la misma dignidad, como hermanos que se aman y respetan mutuamente. En Darfur no hay esa unión, ni amor, ni respeto hacia las personas. Millones de seres humanos, niños y ancianos, mujeres y hombres, viven sin dignidad, entre el sufrimiento y la agonía. Dales el valor para soportar pacientemente sus dificultades y ayuda y bendice a las organizaciones que dedican sus esfuerzos a aliviar sus sufrimientos. Ayuda a todos los que trabajan por la paz e intentan convencer a los contendientes para que pongan fin a la guerra. Transforma los corazones e ilumina las mentes de los que combaten, para que antepongan el bienestar de los que sufren a sus intereses personales. Señor, tú eres el Dios de la paz. Trae la paz a Darfur y pon fin al sufrimiento de los seres humanos inocentes”.

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