Protagonista de ‘Jesucristo Superstar’
(Marina de Miguel-Foto: Luis Medina) Unos segundos que parecen eternos de silencio y esperanza contenida inundan cada noche el patio de butacas del madrileño Teatro Lope de Vega, cuando la figura de Gerónimo Rauch, “clavado” en una cruz a seis metros de altura, desaparece de las retinas de los espectadores para dar paso a la oscuridad más profunda. Tan sólo se trata de unos instantes porque, cuando retorna al escenario, ataviado de blanco, una oleada de aplausos y notas musicales barre la anterior tristeza.
Éstas son algunas de las emociones que despierta en el público la última versión de Jesucristo Superstar, la mítica ópera rock con libreto de Tim Rice y música de Andrew Lloyd Webber. Para su protagonista, encarnar al Nazareno en sus últimos días supone la realización de un sueño, aunque ello implique superar el vértigo y sufrir latigazos. “Sé que la gente se muere por interpretar mi papel y el de Judas. Esto me genera la sensación de estar viviendo un sueño del que luego me tendré que despertar. Por eso lo estoy disfrutando mucho”, confiesa este argentino, nacido en Buenos Aires hace treinta años, recordando cómo le impactó escuchar la grabación original de 1970, en la que los rockeros Ian Gillian y Murray Head daban el “do de pecho”.
De este entusiasmo se entiende que, cuando Mikel Fernández renunció a interpretar el papel que consagró a Camilo Sesto para cruzar la Gran Vía y recalar en el musical Hoy no me puedo levantar, Rauch no dudara en presentarse a las pruebas de audición y abandonar proyectos, familia y amigos en Argentina: “Todo fue muy rápido; hice las pruebas un martes, me dijeron que sí el miércoles y el lunes ya estaba trabajando”.
No le ocurrió igual cuando tuvo que asumir que lo suyo era ser músico, una profesión que “lo eligió” a él. “Desde chico intenté negarme, siempre me gustó la música, pero mi educación, el colegio y mi entorno me llevaban a trabajar en otros aspectos”, afirma. Sin embargo, como toda gran pasión, no le quedó más remedio que rendirse a ella y empezar a formarse para conseguir que ese componente de azar que asume como intrínseco a este trabajo sea compañero de buenos augurios. “Mientras uno sea sincero consigo mismo y coherente, las cosas van surgiendo. Los deseos se cumplen si uno trabaja”, admite, para luego desvelar que, si uno quiere “vivir del arte”, debe “controlar la economía de cara a períodos de inactividad laboral”.
Su gran oportunidad llegó en 2000, año en el que formó parte del elenco de Los Miserables, en Buenos Aires. Tras este espectáculo, que le obligó a dejar los estudios de Publicidad, llegaría luego Grease y, ya en 2002, un reto diferente: el concurso de televisión Popstar, cuyo objetivo era formar un grupo. Gerónimo resultó finalista, por lo que los años siguientes se dedicó en “cuerpo y alma” a Mambrú, banda con la que grabó cuatro discos y realizó giras por Latinoamérica.
Emociones
Fue en el año 2005 cuando volvió a retomar su carrera en solitario junto al productor Diego Rodríguez, pero en 2007 Gerónimo siente de nuevo “el gusanillo” de la interpretación y coproduce, además de protagonizar, un montaje de Jesucristo Superstar en la capital argentina, papel con el que ahora está lanzado a conquistar ‘las Españas’.
“Intento encarnar a Jesús de la forma más respetuosa posible. Era una persona muy humilde, generoso y, al mismo tiempo, carismático. Influía mucho en la gente”, explica. El suicidio de Judas y la muerte de Jesús son los momentos en los que más pone a prueba su registro de emociones y recursos, esfuerzo que, como señala, merece la pena porque son las escenas que más impactan en el público.
Cuando está a punto de bajar el telón de esta entrevista –queda una hora para el comienzo de la función–, Gerónimo Rauch desvela sus proyectos para el futuro: formar una familia con su novia e ir enlazando proyectos en España o en su tierra natal, porque, como se suele decir, “el espectáculo siempre debe continuar”.
En esencia
Una película: Braveheart, de Mel Gibson.
Un libro: Papillón, de Henri Charrière.
Una canción: Bohemian Rhapsody, de Queen.
Un deporte: tenis.
Un deseo frustrado: continuar mis estudios de Publicidad.
Un recuerdo de la infancia: mi abuelo buscándome para ir a la plaza.
Una aspiración: ser recordado.
Una persona: mi novia.
La última alegría: el estreno de la obra.
La mayor tristeza: la muerte de uno de mis mejores amigos.
Un deseo: ser feliz.
Un regalo: un viaje.
Un rincón del mundo: Buenos Aires.
Un valor: el amor.
Me gustaría que me recordasen por: mi alegría.