Pere Cánovas: “Predico a través de la policromía”

Creador de vitrinas artísticas

 

 (Texto y foto: Carme Escales) Después de 300 años de estrechísimas ventanas románicas, el Gótico amplió las entradas de luz a las iglesias, basílicas y catedrales. Y creó, con ello, un espacio pensado para “predicar”, como dice Pere Cánovas, pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento. Y no es un decir. Gracias a los vitrales de las iglesias, donde se recrean secuencias completas de las Escrituras, los ­feligreses que no sabían leer podían poner imagen a aquello que escuchaban del párroco. “Lejos quedan aquellos tiempos, y hoy, más bien, si no pasan desapercibidos por la gente, ésta más bien se fija en el colorido que los vitrales aportan a los templos, en los reflejos de la luz que los atraviesa, pero creo que se ignora más el contenido de los mismos”, opina Cánovas.

 

 

Nacido en 1930 en un barrio de Sant Adrià de Besòs, en el extrarradio de Barcelona, Pere Cánovas es uno de esos artistas que pasan desapercibidos, pero a quienes las iglesias deben esas policromías organizadas con escenas bíblicas. Cánovas, que pasó por la Llotja de Barcelona, un importante referente en la enseñanza de la creación artística, a sus 77 años ha realizado más de 5.000 metros de vitrales, a través de los que entra la luz en más de 60 iglesias de diversas partes del mundo.

 

En su mayoría, estos templos se encuentran en Mallorca. “Los hay en la catedral –15 vitrales míos y dos restauraciones que hice de vitrales de Gaudí–, también hay en Manacor, en Sineu y en otros pueblos”, comenta Cánovas, quien reconoce que, tras estudiar Diseño Artístico, fue él mismo quien se fue construyendo como verdadero artista. “Desde cero, con épocas muy duras debido a las circunstancias sociopolíticas que me tocó vivir en mi infancia”. A los tres meses perdió a su padre. Tuvo que empezar a trabajar a los nueve. “Pulía bicicletas”, recuerda. Pero en sus ratos libres fabricaba belenes. “Tallaba las pequeñas esculturas y disfrutaba componiendo las situaciones”.

Era el preludio de una fructífera carrera como “predicador, a través de la policromía”. “Me gustaba la figura, sentía inquietud por crear personajes, en pintura o en escultura. Sin ser beato, porque yo no soy del rosario, pero tengo mi fe. Ella me ayudó y me ayuda a adquirir esa actitud mística tan necesaria para realizar obras de este tipo”.

 

La fe que inspira

Realmente, Pere Cánovas está convencido de que el trabajo, sin su fe, no sería el mismo. “El Greco también tenía una actitud espiritual, religiosa, un instinto en esta línea. Sin ella, hubiera fracasado”. Y sobre ello, este artista guarda una ilustrativa anécdota: “Una empresa cartelista me encargó unos carteles de cine donde aparecía Rita Hayworth. Al terminar, se dieron cuenta, y me dijeron, que en realidad había dibujado a una Virgen. Cada uno tiene el modelo de inspiración en sus pinceles o en sus manos”, explica Cánovas.

Él reconoce que, a la hora de emprender el trabajo de un encargo de vitral, son los mismos religiosos quienes le aportan la primera inspiración. Ellos le cuentan la historia que quieren escenificar y el artista realiza un primer boceto sobre el cual prosigue el dibujo, que primero se hace en papel a tamaño reducido. Cuando recibe la aprobación y la composición responde a la petición del encargo, el mismo dibujo se realiza también sobre papel, pero ya a tamaño natural. De ahí se calca el resultado completo sobre cartón, y ése será el que se recorte en fragmentos. Codificada metódicamente cada parcela de color sobre el soporte de cartón, ésta recibe un equivalente en vidrio que encajará a la perfección en esa pieza de puzzle.

Así, por partes, las piezas de cristal correspondientes a cada fragmento del dibujo que explica la vida de san Juan, la tentación del diablo o la Virgen del Carmen, pasarán a definir el color de cada espacio, gracias a sus pigmentos o al óxido metálico diluido. “El cristal tiene que ser cocido a 610º C  para que esos colores queden perfectamente fijados”. En ese punto, sólo queda encajar las piezas, colocarles el perfil de plomo y montarlas en los espacios de las ventanas, para que la luz del día permita contar nuevas historias con mucha fe.

En esencia

La obra en vitrales de la que se siente más orgulloso: la iglesia de Sineu, en Mallorca.

 

Una satisfacción: haber logrado una obra que podría quedar para siempre, y también que el cliente alabe mi trabajo.

La mayor tristeza: la muerte de mi padre.

Un deseo frustrado: que el vitral de iglesia pase tan desapercibido entre la gente.

Una aspiración: no perder la creatividad.

Una inquietud: crear y cambiar de estilo según el momento.

Un valor: la humildad.

Un regalo: la educación.

Una persona: Antoni Escrivà, artista del chocolate y la pastelería y amigo íntimo. Sabía lo que significaba el valor de la ayuda.

Un lamento: que no haya más gente que descubra la ayuda que representa la fe.

Una frase: ‘Amaos los unos a los otros como yo os he amado’. 

Que me recuerden por: esos 5.000 metros de vitrales.

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