Las cuatro puertas hacia una vida más digna

Los Hermanos de la Cruz Blanca acogen a los menores y discapacitados de Tánger

(Victoria Lara) La Casa de Nazaret en Tánger, conducida por los Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca desde 1969, tiene cuatro “puertas”. No son cuatro puertas en sentido literal, sino que éste es el nombre con el que se denomina a los cuatro proyectos que desarrolla la comunidad religiosa en esta ciudad del norte de Marruecos: el centro de atención a discapacitados, el dispensario médico, el programa de voluntariado y el conocido como “Niños de la calle”.

 

Cuatro puertas a la esperanza de una mejor vida para muchas personas que sufren situaciones de pobreza y marginación, especialmente menores. Una labor encomiable que, como aseguran los hermanos, no esconde ninguna intención proselitista, en una zona del mundo donde la situación para los cristianos no es fácil. En el país vecino, Argelia, un sacerdote francés -Pierre Wallez- fue condenado el 30 de enero a un año de cárcel por un tribunal de Maghnia por haber rezado, un mes antes, con un puñado de cameruneses católicos que intentaban llegar a España. 

 

Fue el hermano Isidoro Lezcano Guerra quien, en la década de los 60, sintió, mientras acompañaba una noche a un enfermo terminal, “la mayor tempestad de su vida: Dios le había llamado a proclamar su amor entre los excluidos y marginados, los enfermos y discapacitados, los hombres y mujeres que sufren en el cuerpo y en el espíritu”, narran sus hermanos desde Tánger, cuando se acaban de cumplir dos años de su muerte. Isidoro Lezcano fallecía en su ciudad natal, Las Palmas de Gran Canaria, el 20 de febrero de 2006, a los 70 años, después de una larga enfermedad. Sus hermanos lo definen como “un hombre que amó profundamente a Dios y amó con generosidad al hombre: a los más pobres, a los más débiles, a los más necesitados. Y fue fiel hijo de la Iglesia. Él ha sido mensaje y sembrador de Dios: Dios nos ha hablado a través de él y el mismo Dios sembró buenas semillas en el campo de la Iglesia y de la humanidad a través del hermano Isidoro Lezcano”.

 

En aquellos años, el religioso pronto encontró compañeros para su misión, y la Iglesia rubricó este carisma con el apoyo del entonces arzobispo de Tánger y hoy cardenal arzobispo de Sevilla, Carlos Amigo Vallejo. A Tánger, los Hermanos de la Cruz Blanca llegaron desde Ceuta en 1969. Alquilaron unos pisos y en ellos se atendía a los europeos que habían quedado en la ciudad sin familia y sin recursos después de la independencia. En el año 1985 se adquirió la actual casa de la comunidad en el corazón del Zoco Chico, donde hoy en día viven tres hermanos: dos españoles y un portugués. En la nueva sede se comenzó la labor de asistencia a discapacitados intelectuales gravemente afectados y la atención en el dispensario a personas sin recursos.Mediante un programa de acogida, asistencia e integración, los Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca atienden en la casa a un grupo de jóvenes que a la circunstancia de ser pobres le tienen que sumar que padecen una discapacidad, y también se atiende a sus familias. De esta manera los religiosos hacen presente “no con el ardor de nuestras palabras, sino con la elocuencia de las obras” el amor de Jesús de Nazaret en medio del pueblo musulmán. Yusef, Mohamed, Ali, Aldehami… son nombres cuyos rostros esconden historias de pobreza, abandono y exclusión por ser “diferentes”. Todos provienen de familias que habitan en zonas rurales o alejadas de las grandes ciudades donde no reciben ninguna información acerca de la discapacidad, de su diagnóstico, de posibilidades de inserción y rehabilitación; donde no hay acceso a una asistencia de calidad y donde la desnutrición, las enfermedades, la falta de higiene hacen que las condiciones de una vida digna sean inseguras. Muchos de ellos no tienen ningún reconocimiento legal, no tienen registros de su nacimiento: no existen.

 

La Casa Nazaret de Tánger es, según los Hermanos de la Cruz Blanca, un espacio de “caridad, donde se palpa, se huele, se saborea el amor misericordioso de Dios a los hombres”; y donde se vive el mandamiento del amor entre todos los que forman la familia de esta casa tan especial: cristianos y musulmanes, asistidos y comunidad, voluntarios y trabajadores. Asimismo, es un centro con “calidad”, pues se ha dotado la casa de todos los medios materiales y humanos para que cada uno de los residentes se encuentre en familia, con todos los espacios, recursos y profesionales necesarios para posibilitar el desarrollo de las capacidades, su rehabilitación e integración. Por último, es un lugar “cálido” con ambiente de hogar, donde todos los detalles, desde la estructura hasta la decoración, se han realizado para que cada uno se sienta a gusto, en el calor de una familia, en su cultura y con sus tradiciones.

Sin proselitismo

 Cuando se les pregunta a los Hermanos de la Cruz Blanca si es difícil predicar la fe católica en un lugar donde predominan otras religiones, responden: “Los cristianos tenemos libertad total para vivir nuestra fe y practicarla, si bien está prohibido el proselitismo. Nuestra ‘predicación’ se basa en el testimonio de la caridad y la misericordia evangélica que sepamos transmitir con nuestras vida de creyentes”.El acceso a los servicios sanitarios básicos no siempre es posible para las personas sin recursos en Marruecos, de ahí surge la segunda puerta: el dispensario médico. Las actividades diarias en el dispensario consisten en: curas de quemados, abscesos, heridas por arma blanca, autolesiones, accidentes domésticos, tiñas, sarnas, controles de tensión arterial y glucemia e inyecciones, entre otros. Asimismo, prestan un especial cuidado a los enfermos crónicos (hipertensos, diabéticos, asmáticos, epilépticos, parapléjicos) para que no les falte medicación, sillas de ruedas y, en particular, el acompañamiento tanto del paciente como de la familia. En total, en el dispensario se asiste diariamente a una media de 100 pacientes.

En cuanto al proyecto “Niños de la Calle”, la más reciente de las cuatro puertas, consiste en un centro de acogida para menores que viven en la calle o que se encuentran en riesgo y cubre las necesidades básicas de estos niños, centrándose principalmente en su formación básica (salud, higiene, sociabilidad e instrucción). El desarrollo del proyecto se establece en cinco etapas a través de dos líneas de acción: el equipo de educadores de calle y el centro de asistencia “Casa Nazaret”. La etapa 1 desarrolla el programa “Calle”, cuya ejecución está a cargo del equipo de educadores de calle, quienes han de detectar a los menores necesitados, contactar con ellos, y ofrecerles información y apoyo a partir de los recursos disponibles. La etapa 2 significa pasar al Centro de Asistencia Casa Nazaret, donde se desarrollan las otras tres etapas: “Necesidades Básicas” (con especial atención a la asistencia sanitaria), “Aprendiendo” (donde los menores participan en actividades formativas) y “Familia” (se hace un diagnóstico en la sociedad del menor y su familia).

Compartir el tiempo

Y llegamos a la última puerta: el voluntariado, en el que participa mucha gente, hombres y mujeres de todas las edades y profesiones. Algunos son de España y también tienen voluntarios musulmanes residentes en Tánger. Llegan a la Casa bien en grupos organizados por movimientos, parroquias y colegios, o también son personas que individualmente quieren compartir su tiempo y su experiencia en los diferentes proyectos que se realizan en la Casa de Nazaret.La labor del voluntariado en esta casa es amplia: desde la colaboración en las tareas domésticas, pasando por la atención a los chicos discapacitados en su aseo, hasta organizando y desarrollando actividades de ocio y tiempo libre con ellos. Durante el pasado año, 84 voluntarios participaron en la Casa de Nazaret: 168 manos llenas de corazón.

Intentando escapar de las circunstancias

 La ciudad de Tánger frente a las costas españolas se ha convertido en lugar de tránsito y espera de muchos inmigrantes camino de Europa. En este contexto, son muchos los niños que, no pudiendo pasar el Estrecho de Gibraltar, quedan atrapados en la ciudad y acaban encontrando la calle como medio de supervivencia. A esta circunstancia se suma el hecho, endémico, de que muchas familias marroquíes de Tánger no pueden asumir las cargas de sus hijos, por lo que niños y jóvenes abandonan sus hogares a una temprana edad.

Los niños de la calle son menores (con edades entre los 10 y los 18 años), marroquíes y de otras nacionalidades, que son abandonados, sufren malos tratos, son explotados sexualmente y muchos de ellos se convierten en delincuentes, mientras que sus estudios se limitan a, como máximo, dos años de Primaria. Presentan un deterioro físico, pues poseen heridas por todo el cuerpo como consecuencia de cortes y golpes, y han abandonado sus hábitos de higiene, con lo que sólo esporádicamente se duchan y cambian de ropa. Tienen cambiados sus horarios de comida y sueño, comen cuando consiguen recibir algún alimento y duermen algunas horas durante el día, en lugares escondidos. La mayoría tienen o han tenido contacto con las drogas, muchos son adictos a la cola o a los disolventes.

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