Jesús Santamaría, sacerdote: “Leo ‘Vida Nueva’ desde hace 50 años”

(Juan M. Castelblanque) Sólo se puede ser feliz cuando se ama”, es la frase preferida de Jesús Santamaría, quien desprende amor y alegría por cada uno de los poros de su piel. Este párroco de la iglesia del Santísimo Sacramento de Guadalajara y fiel lector de esta revista se autodefine como un cura del Concilio Vaticano II y seguidor del papa Juan XXIII, “mi Papa, gracias al cual descubrí que la teología no vale para casi nada, Cristo es lo esencial”.

Contrario a muchas actitudes y normas de la jerarquía eclesiástica, Jesús Santamaría no entiende cómo “personas que lucen preciosas mitras digan a los fieles que deben acercarse al portal de Belén a besar al Niño, o que se pronuncien las Bienaventuranzas desde suntuosos púlpitos que nada tienen que ver con la montaña desde donde las proclamó Jesús”. Para este sacerdote, vivaz y elocuente a pesar de su edad, está a punto de cumplir los 75, “la Iglesia o es sacramento de amor o no tiene nada que decir”.

Su forma de pensar ha hecho que sea uno de los más entregados lectores de Vida Nueva, revista a la que lleva suscrito desde el primer número. “Cuando comenzaba el Concilio Vaticano II, descubrí en las páginas de ABC a un gran hombre del que me enamoré, era José Luís Martín Descalzo, a quien posteriormente tuve la oportunidad de conocer en persona. Llevo suscrito a Vida Nueva desde siempre, pero es que ya antes también leía Pax e Incunable”, afirma Santamaría, quien no duda en felicitar al semanario por su medio siglo de vida: “Estoy contentísimo con él, siempre me ha ayudado mucho e incluso se lo doy a gente de mi parroquia para que lo lean”.

Este cura destaca de Vida Nueva su compromiso con los pobres, hecho importante para alguien cuya opción como sacerdote son los que no tienen nada. Pero más allá de las buenas palabras, Santamaría no vacila a la hora de lamentar que “la publicación tuvo algunos bajones a lo largo de su historia. Después de la etapa de Martín Descalzo pasó por unos años en los que se fue adaptando a la jerarquía eclesiástica, perdiendo parte de su aroma y bajando el tono de su mensaje”. Aun así, Santamaría no duda en destacar “dentro de la vida de la Iglesia el peso que tiene una revista en la que han primado los tiempos luminosos”, a la par que le pide “ser más profética y que no tenga miedo”.

Orígenes

Jesús Santamaría, quien lleva tantos años leyendo Vida Nueva como de párroco de la iglesia del Santísimo Sacramento, nació en Valfermoso de las Monjas, un pequeño pueblo de la provincia de Guadalajara. Sobrino de un sacerdote muerto en la Guerra Civil e hijo de una madre que quería un descendiente cura, Santamaría, el mayor de cinco hermanos, ingresó en el seminario de Sigüenza. “Mi madre influyó mucho en los primeros pasos de mi vocación”, declara este sacerdote, que guarda un buen recuerdo de su etapa de seminarista, a pesar de definirla “con tres palabras: hambre, frío y miedo, porque te expulsaban hasta por el simple hecho de fumar un cigarrillo”.

Una vez ordenado sacerdote, Santamaría estuvo dando tumbos por diversos pueblos de la provincia de Guadalajara –“decían que era la pelotita del obispo porque me mandaba de un lado para otro”, recuerda– hasta que el obispo le nombró coadjutor de la catedral de Santa María y encargado del barrio del Alamín de la capital arriacense.

Desde ese momento, su existencia quedó ligada a la vida de un barrio pobre y marginal. Persona emprendedora, Jesús Santamaría construyó una pequeña capilla prefabricada. Al año de estar allí el obispo la haría parroquia. Santamaría también estuvo detrás de otros proyectos como dos parvularios o el albergue Betania. En 1970 se inauguró el templo actual, que sustituyó a la capilla. “Lo hice muy sencillo, como este barrio, pobre y sencillo”, afirma su párroco.

“Cuando llegué al Alamín, éste era un barrio de obreros, todo muy politizado por CC.OO. y UGT”, recuerda este cura, quien indica que “a pesar de ser ahora tiempos distintos, el barrio no ha evolucionado ni a nivel espiritual, ni cultural, ni en las relaciones sociales”. Santamaría es una persona querida en su barrio, donde es conocido por todos, un amor que le profesan como respuesta a su capacidad para amar.

En esencia

Una película: Hermano Sol, hermana Luna, de Franco Zeffirelli.

Un libro: Vicarios de Cristo: los pobres, de José Ignacio González Faus.

Una canción: El Mesías, de Händel.

Un deporte: el montañismo.

Un deseo frustrado: no haber aprendido a tocar la guitarra para ayudar en la pastoral.

Un recuerdo de la infancia: la escuela de mi pueblo y su maestro.

Una aspiración: amar a todos como Él me ama a mí.

Una persona: Juan XXIII y Juan Pablo I, sus sonrisas.

La última alegría: la última eucaristía que celebré con los minusválidos.

La mayor tristeza: que los católicos no amemos a los pobres.

Un sueño: que la Iglesia sea un sacramento de amor para un mundo de muerte.

Un regalo: poder tener dinero para ayudar a los pobres.

Un valor: la Eucaristía.

Que me recuerden por… el amor sencillo, alegre y generoso con el que siempre intenté vivir.

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