El Evangelio en el ojo del huracán

Misioneros españoles narran su día a día en una Kenia sumida en las luchas tribales 

(José Carlos Rodríguez) Desde hace algo más de un mes, las horripilantes imágenes de las luchas tribales en Kenia, que se han cobrado ya alrededor de mil muertos, han vuelto a desenterrar el estereotipo del África hundida en sangrientas luchas tribales difíciles de comprender para un público español generalmente poco informado sobre los problemas de este continente.

Tras los comicios presidenciales del 27 de diciembre, los acontecimientos que se sucedieron han sido tan sorprendentes como irracionales: la ceremonia de juramento del presidente Mwai Kibaki, hecha a toda prisa; la increíble declaración del presidente de la comisión electoral, que manifestó no estar seguro de quién había ganado las elecciones; las matanzas e incendios perpetrados por los partidarios de los dos candidatos principales; los cientos de miles de desplazados internos y los fallidos intentos de mediación de prestigiosas figuras internacionales (Desmond Tutu, Kofi Annan…).

Kenia, que siempre se había presentado como un modelo de país africano estable y en paz, adonde han acudido en masa durante las últimas décadas inversores, turistas y organismos internacionales que buscaban un ambiente propicio para establecer sus centros logísticos, siempre ha intentado barrer debajo de la alfombra una incómoda suciedad de problemas no resueltos, especialmente las enormes diferencias sociales que se dan entre la población y las animosidades tribales que tienen su origen en la dominación económica por parte de la etnia kikuyu desde la independencia en 1963.

“La verdad es que se veía venir”, comenta el misionero comboniano español Francisco Carrera, director de la revista New People, que se publica en Nairobi. “Quizás sea fácil decirlo, a toro pasado, pero los dos largos meses de campaña electoral, centrada más en insultos que en una discusión de los respectivos programas de gobierno, no hacían presagiar nada bueno”. El veterano misionero oscense, ­antiguo director de Mundo Negro y con largos años de experiencia en Malawi y Filipinas, comenta certeramente que “la política en Kenia ha estado siempre teñida de tintes étnicos, de modo que lo que más interesa en un candidato no son sus ideas para el país, sino su origen étnico”.

De aquellos polvos…

En muy parecidos términos se expresa la hermana Carmina Ballesteros, misionera comboniana que llegó a Kenia en 1972 y donde ha trabajado once años. Para esta religiosa zamorana, “el modo agresivo, con tintes tribales, solapado unas veces y descarado otras, con que se llevó a cabo la campaña electoral, hizo que esas ascuas atizadas durante meses empezaran a encenderse al mismo tiempo en varias partes del país. Desde el comienzo de estos sucesos se empezó a oír que todos estos actos de violencia habían sido previamente organizados y financiados, algo de lo que no cabe la menor duda”.

La hermana Ballesteros, que ha trabajado en varios destinos en el país, valora que “el giro que las cosas han tomado deja el aspecto político a un lado para dar paso a un incendio nacional de odio tribal”. Lo que más tristeza le produce es ver que “los jóvenes sin trabajo y sin grandes horizontes de protagonismo en la sociedad se han convertido en instrumentos en manos de sádicos intelectuales, que les pagan para destruir, crear odio y matar”.

Pero al mismo tiempo confiesa que le duele cuando oye decir que los africanos son tribalistas por naturaleza y que el cristianismo se les ha quedado en la superficie: “No hace falta ser africano para que te cale o no la fe cristiana y nos matemos unos a otros. ¿Ya se nos ha olvidado nuestra Guerra Civil española? ¿Las dos guerras mundiales? ¿O Bush y compañía en Irak?”. Escarbando en recuerdos más recientes, la hermana Carmina –que acusa a la colonización y al neocolonialismo de no haber respetado el proceso de evolución de las sociedades africanas– relata testimonios más positivos que ha presenciado en sus visitas diarias a uno de los campos de desplazados de Nairobi junto con sus compañeras de comunidad: “Allí encontramos cada día muchas religiosas pertenecientes a las diferentes tribus de Kenia, muchísimos voluntarios, algunos jóvenes y otros padres y madres de familia, unos católicos y otros protestantes, todos para lo mismo, sintiéndonos parte de la misma humanidad que estamos allí, para jugar con los niños, repartir comida y ropa, sentarnos a escuchar el dolor de las víctimas. Sé de una mujer keniana que ha abierto su casa y su jardín para acoger a mujeres y niños de otros grupos étnicos, arriesgando su vida y exponiéndose a sufrir represalias”.

Lo peor, en los suburbios

En el mismo ojo del huracán está el joven misionero italiano Daniele Moschetti, que desde hace cinco años vive en una humilde chabola con sus dos compañeros combonianos, Paolo Latorre y John Webotsa, en el suburbio de Korogocho, situado al lado del principal basurero de Nairobi. A nadie se le escapa que los principales actos de violencia han tenido lugar en las zonas de mayor pobreza del país, donde el líder opositor Raila Odinga –de etnia lúo– cuenta con un mayor número de seguidores. Baste pensar que de los cuatro millones de habitantes de Nairobi, dos y medio viven hacinados en arrabales miserables donde faltan los servicios más esenciales como agua, electricidad y saneamiento y abunda el desempleo y la desesperación. Estos slums o barrios de chabolas ocupan apenas el 5% de la superficie de Nairobi. El 70% de sus habitantes tiene menos de 30 años, y –faltos de expectativas– son fácil carne de cañón para políticos sin escrúpulos.

El padre Moschetti, coordinador de la red Kutoka (‘éxodo’, en lengua suahili), que agrupa a parroquias católicas que trabajan en los slums, participó el pasado 9 de enero en una gran oración por la paz en el centro de Korogocho a la que se unieron 50 confesiones religiosas. Allí, los líderes religiosos lamentaban “que personas que han coexistido en paz durante muchos años en el mismo barrio ahora se miran con sospecha y miedo” y hacían un llamamiento al diálogo para resolver el conflicto. También acusaban a la Policía de haber tenido un comportamiento “partidista y vergonzoso” que enconó los enfrentamientos. “En algunos casos, la gente ha tenido que pagar sobornos a los agentes para que los escoltaran con seguridad, y en un incidente particular un comisario de Policía respondió, a un grupo de personas que habían acudido pidiendo protección, que se dirigieran a su líder tribal”.

Al final de aquella oración por la paz, el padre Moschetti concluyó: “Dios es el protagonista de todos los acontecimientos y quiere que sus hijos vivan en paz y armonía. Los religiosos estamos dispuestos a colaborar con todas las personas de buena voluntad, pero necesitamos la sinceridad y transparencia de los líderes políticos”.

Con toda la dedicación y sacrificio de muchos hombres y mujeres como él, religiosos o no, hará falta que la comunidad internacional no abandone a Kenia para que se halle una solución justa antes de que esta sociedad africana se hunda aún más en el mar de un conflicto tribal que tiene pocos visos de calmarse.

 

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