José Antonio Pagola: “Una cosa es el Jesús histórico y otra el Cristo de la fe”

(José Luis Celada) Después de largos años de responsabilidades eclesiales y un estudio honesto y minucioso de la figura del Galileo, en JESÚS. Aproximación histórica (PPC) José Antonio Pagola ha querido compartir con sus lectores –creyentes y no creyentes– el resultado de sus afanes. En su obra, “la fe no ha sido un principio de interpretación histórica, pero sí el mejor estímulo para estudiar la vida de Jesús”, reconocía el sacerdote y teólogo vasco en una entrevista publicada en Vida Nueva (nº 2.584, 13 de octubre de 2007). Y aunque confesaba no haber sentido incompatibilidad alguna entre su esfuerzo de investigación histórica y su fe cristiana, sí quería dejar claro que “una cosa es el Jesús histórico y otra el Cristo de la fe”. “Hablar de manera confusa de todo esto –advertía Pagola– me parece un retroceso, y no hace bien ni al conocimiento concreto de Jesús ni a la fe cristiana”.

¿Ha cambiado la imagen que tenía de Jesús después de escribir este libro? Nunca he dejado a lo largo de mi vida de estudiar a Jesús, pero quizás no era consciente de todo lo que ha matizado durante estos últimos años la investigación histórica. Me han impresionado aspectos como su compasión, que ocupa el centro de su vida y es la motivación de todo; que para él Dios sea un Padre que está introduciéndose en el mundo, tratando de hacer la vida más humana, empezando por los últimos; me ha impresionado mucho su cariño y el trato a la mujer, me ha sobrecogido su muerte, cómo pasó la última noche, qué pudo sentir… Todo ello, el verlo globalmente, de manera más unitaria, te permite tener un conocimiento muchísimo más vivo de Jesús. Ha sido, sin duda, lo mejor.

¿No se ha agotado ya el estudio sobre Jesús, y lo que hace falta es dar un paso más: seguirle? Jesús está aún por conocer. El cristianismo no ha dado todavía lo mejor, y el estudio interdisciplinar de Jesús nos está ayudando a descubrirlo con unos matices insospechados. El propio Papa habla de la vivacidad y de la profundidad que le está dando la investigación histórica a la figura de Jesús.

¿Hasta qué punto se proyecta en su obra la personalidad del autor? Los lectores lo dirán. Sí puedo decir dos cosas: primero, que me he esforzado, de manera muy consciente, en no quedar encerrado en la reconstrucción que pueda hacer un autor concreto. Y, segundo y quizás más importante, en el proceso de elaboración –y lo digo con cierto pudor– he hecho una cosa que nunca había hecho: después de conocer las posiciones de los diversos autores, evaluarlas y hacerme un juicio, he pasado mucho tiempo en silencio, tratando de sintonizar con Jesús, hablando en segunda persona con él: “Yo ya sé lo que dicen los exegetas, historiadores, arqueólogos, pero ¿tú, que has dejado detrás tantos interrogantes y discusiones, quién eres? Para un creyente, es muy difícil hacer un trabajo serio, honesto, de aproximación a Jesús, sin que termine de alguna manera en una oración o en un diálogo con él. El resultado los lectores lo juzgarán.

¿En qué medida puede contribuir su libro a desmontar esas “imágenes enfermas de Dios” que tanto dañan a la vida cristiana? No lo sé. Me he esforzado especialmente en tratar de decir con palabras claras y sencillas cómo le vive Jesús a Dios. Así, hay páginas donde se habla del Dios amigo de la vida, que se interesa más por la vida dichosa y digna de las personas que por el culto, la religión o el sábado; un Dios que busca a los perdidos, no condenándolos desde lejos, sino buscándoles desde cerca; un Dios que es feliz cuando nos ve felices a nosotros… Me impresiona mucho cómo contempla Jesús a Dios: nunca lo ve desentendido de su proyecto de transformación de la humanidad, por eso Jesús tiene esa capacidad de ver el lugar privilegiado que los últimos ocupan en el corazón de Dios. Esta imagen fresca, viva, de un Dios compasivo, amigo de la vida, pienso modestamente que sí puede contribuir a promover otra experiencia diferente de Dios.

Deja claro que no se trata de una confesión de fe, pero ¿no es preciso tener fe para escribirlo?, ¿y para leerlo? Como aparece en el título, se trata de una aproximación histórica a Jesús. Sin embargo, nunca he sentido incompatibilidad entre mi esfuerzo de investigación histórica y mi fe cristiana en Jesús como Hijo de Dios hecho hombre por nuestra salvación. Pero, precisamente porque creo que Dios se ha encarnado en Jesús, me interesa muchísimo saber cómo es Jesús, este hombre lleno de Dios, animado y habitado por Dios, qué defiende, qué actitud adopta ante el sufrimiento, cómo se acerca a los últimos, cómo critica una manera determinada de entender y vivir la religión…

¿Dónde se sitúa la frontera entre el investigador y el creyente al abordar un trabajo de estas características? Creyentes y no creyentes, si deciden investigar honestamente al Jesús histórico, tienen que acudir al método histórico-crítico, y no a su fe cristiana, ni musulmana, o judía, ni tampoco a su ateísmo o a su filosofía agnóstica. Para mí, la fe no ha sido un principio de interpretación histórica, pero sí el mejor estímulo, para estudiar la vida de Jesús. Los historiadores no me van a dar todo el misterio último que se encierra en Jesús, mi fe no depende de los resultados de los estudios de Crossan, Borg, Brown, Meier…, pero precisamente porque creo que Dios se ha encarnado, me intereso por saber en qué hombre lo ha hecho. Por eso, me resulta difícil entender, que haya personas que subrayan con fuerza la encarnación y el carácter divino de Jesús, pero luego no se preocupan en absoluto por saber cómo es el hombre en el que Dios se ha encarnado.

¿A quién va dirigida o quiere estar dedicada esta obra? He pensado en muchos cristianos que no conocen suficientemente a Jesús, aunque le aman de verdad; pero también muchísimo en los no creyentes. Suelo decir que Jesús es patrimonio de la humanidad, no sólo propiedad de los cristianos. He pensado, sobre todo, porque trato con ellos, en tantas personas decepcionadas ante el cristianismo real que conocen y que se han distanciado de la Iglesia, pero que hoy andan buscando sentido, buscando a Dios, y no saben a qué puerta acudir o llamar. Para ellos Jesús podría ser la gran noticia de su vida. He pensado también en personas que lo ignoran casi todo de Jesús, que su nombre no les dice gran cosa; en cristianos practicantes, buenos, que, sin embargo, difícilmente podrían balbucear una síntesis medianamente fiel a Jesús. Y he pensado en los jóvenes, porque me encuentro con muchos que rechazan a la Iglesia, pasan de religión, pero se sienten secretamente atraídos por Jesús.

Ahora bien, poco a poco, según iba avanzando en mi estudio, he pensado cada vez más en los últimos. Jesús tenía el corazón y la mirada puestos en ellos. Para mí, lo más grande sería que, por caminos que yo no puedo ni sospechar, que este Jesús llegara a los últimos. Pienso, por ejemplo, en enfermos crónicos, discapacitados, los hambrientos del mundo, que llegara a Latinoamérica… He pensado en las mujeres maltratadas, en las prostitutas… Nada me gustaría más que llegar a los últimos, también a los que son últimos para la Iglesia, porque están olvidados por nosotros.

¿Está ya superada la distinción entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe? Creo que no. Una cosa es el Jesús real, fáctico, que vivió en la Galilea de los años 30, y otra distinta es el “Jesús histórico”, al que tratan de recuperar con más o menos acierto los investigadores. Y otra cosa es el Cristo de la fe cristiana, es decir, el Cristo en el que los cristianos descubrimos el misterio último encerrado en Jesús, Hijo de Dios hecho hombre por nuestra salvación. Hablar de manera confusa de todo esto me parece un retroceso, y no hace bien ni al conocimiento concreto de Jesús ni a la fe cristiana.

Las deserciones de la Iglesia se multiplican, pero la gente vuelve con fuerza a Jesús. ¿Cómo aprovechar el tirón de su figura para trabajar en la pastoral de alejados? Por una parte, veo que Jesús atrae mucho a bastantes personas alejadas de la Iglesia. La persona viva del Jesús del Evangelio les resulta mucho más atractiva que el catecismo, y su lenguaje, mucho más seductor que el de los teólogos, por ejemplo. Y, desde luego, su mensaje les resulta mucho más actual que nuestras cartas pastorales y nuestras encíclicas. Y hay un segundo dato: siempre que hablan de la Iglesia, la perciben –justa o injustamente–, como una dificultad, un problema, un obstáculo para acercarse a Dios.

La conclusión es muy simple: si Jesús atrae y la Iglesia no, parece claro que la Iglesia atraerá cuando se parezca más a Jesús, cuando nuestras actitudes, nuestro lenguaje y, sobre todo, nuestro corazón se parezcan un poco más al de Jesús. Sólo una Iglesia capaz de mostrar un rostro más claro, más sencillo, más accesible, más limpio de Jesús, atraerá. Porque Jesús es lo mejor que tiene la Iglesia.

Dice también que “seguir a Jesús es vivir con compasión”. ¿Cómo andamos en la Iglesia de compasión? Aquí, entre nosotros, andamos mal. Muchas veces la jerarquía habla a los hombres y mujeres de hoy con muy buena voluntad, pero desde lejos, y con poca comprensión y poca compasión. Los teólogos igual, no tenemos más compasión que la jerarquía: hacemos teología muchas veces sin apenas sufrir en nuestra carne y en nuestro espíritu el sufrimiento del hombre de hoy: hambrientos, mujeres asesinadas en su hogar, pateras… Volver a Jesús sería poner la compasión en el centro de la Iglesia. Porque la compasión por el hombre y la mujer de hoy es quizá lo único que puede hacer a la Iglesia más humana y más creíble. Por eso, la Iglesia más fiel a Jesús es probablemente ese ejército de cristianos y cristianas que gastan su vida al servicio de gentes marginadas, olvidadas o humilladas.

Ha reconocido en alguna ocasión que, a estas alturas de su vida, ha aprendido a vivir en esta Iglesia “sin ahogarse”. ¿Cuál es su secreto? Porque hay quien asegura que cuanto más se conoce a Jesús más desengañado se siente uno con la Iglesia. No hay secretos. No podría vivir en esta Iglesia si no fuera porque en ella encuentro a Jesús y a muchísimos seguidores y seguidoras auténticos. A mí Jesús no me lleva a desengañarme de la Iglesia, sino a entrar por un camino de conversión. Y hoy no podría vivir en ella si no es comprometido en su conversión a Jesús y al reino de Dios. Estoy cansado de tantas descalificaciones mutuas de unos a otros y de tan poco esfuerzo de conversión.

¿Cómo convertir el cristianismo en el verdadero reino de Dios? Es la gran tarea: poner a la Iglesia al servicio del reino de Dios. Y mi libro puede contribuir un poco a ello. Jesús no nos llama a convertirnos a Dios, sin más, de manera abstracta, sino a “entrar” en la dinámica del reino de Dios; no nos invita a buscar a Dios, como se suele decir tantas veces, sino a “buscar el reino de Dios y su justicia”. La Iglesia no tiene otra misión que ésta, abrir caminos al reino de Dios en el mundo: anunciar, testimoniar, pedir, acoger el reino de Dios, un reino de compasión, de justicia, de paz verdadera… Me da pena ver que muchos cristianos no han oído hablar con claridad del proyecto de Dios de humanizar el mundo, no saben que es la única tarea de la Iglesia. Como decía muy bien el Vaticano II, la Iglesia está llamada a contribuir a mejorar y a humanizar la vida. Muchos cristianos no sospechan –¡qué pena!– que, para vivir como Jesús, hay que vivir con la pasión que él tenía por anunciar y promover el reino de Dios.

Supongo que ya ha leído el libro del Papa, Jesús de Nazaret. La pregunta parece obligada: ¿Cuáles son las diferencias más significativas con respecto al suyo? Lo he leído dos veces: en mayo lo leí en francés y ahora en español. Son dos libros de naturaleza diferente y con objetivos diferentes. Mi libro se titula JESÚS, y tiene un pequeño subtítulo, para explicar honestamente qué es: Aproximación histórica. Creo que queda suficientemente claro que es un esfuerzo, más o menos acertado, de acercamiento histórico a la figura de Jesús. Éste no es el objetivo del libro del Papa. El suyo es propiamente una cristología o, como dice él mismo en el Prólogo, “una interpretación teológica de la Biblia y de Cristo, hecha desde la fe”. Más aún, una cristología muy personal, “expresión de mi búsqueda personal del rostro del Señor”. Aquí ya no habla de Jesús, sino del Señor. Como es natural, el Papa no acude a la investigación histórica actual, sino a la cristología que va descubriendo en los escritos del Nuevo Testamento y en la teología de los Padres de la Iglesia. Esto no significa que minusvalore la investigación histórica. Al contrario, dice que “el método histórico es y sigue siendo una dimensión del trabajo exegético a la que no se puede renunciar… La fe misma lo está exigiendo”. Luego, preocupado tal vez de que su trabajo pueda parecer un menosprecio de la investigación moderna, añade: “Este libro no está escrito en contra de la exégesis moderna, sino con sumo agradecimiento por lo mucho que nos ha aportado y nos aporta. Nos ha proporcionado una gran cantidad de material y conocimientos a través de los cuales la figura de Jesús se nos puede hacer presente con una vivacidad y profundidad que hace unas décadas no podíamos siquiera imaginar”. Me alegraría de que mi trabajo aportara a la figura de Jesús esta “vivacidad” y “profundidad” de las que habla el Papa.

¿Algún otro proyecto entre manos? Tengo un primer proyecto, que es publicar un libro mucho más breve, sin notas, estructurado bajo forma de preguntas y respuestas. El secreto de un libro así está en que uno sepa qué preguntas hacer. Si yo pregunto ¿estaba Jesús casado con la Magdalena?, ¿tenía hermanos?…, estoy echando balones fuera. Pero si me pregunto ¿cómo le vivía Jesús a Dios?, ¿qué actitud adoptó Jesús frente a los ricos de su tiempo?, ¿a qué personas se acercó Jesús de manera preferente?, ¿cómo reaccionaba ante el sufrimiento?, ¿cómo vivió Jesús su relación con el templo de Jerusalén?…, nos estamos acercando a lo importante.

Pero el verdadero proyecto es otro estudio que podría titularse “Volver a Jesús”. No estoy pensando en un “aggiornamento” ni en una adaptación a nuestros tiempos, sino en movilizar una conversión a Jesús. Una conversión “sostenida”. Un talante de conversión a Jesús que hemos de transmitir a las siguientes generaciones. Las preguntas que me hago son de este tenor: ¿Cómo poner a Jesús en el centro del cristianismo y de las comunidades cristianas? ¿Cómo introducir en la Iglesia la compasión de Jesús? ¿Qué pasos dar para “convertir” a la Iglesia al servicio del reino de Dios? ¿Cómo dar por terminado lo que ya no genera vida? ¿Cómo despertar la conciencia profética? Quiero trabajar despacio (cinco o seis años), en actitud constructiva, con libertad interior y, naturalmente inspirándome en Jesús. No sé si tendré fuerzas, pero cada vez me apasiona más.

SU ‘AMA’, EL CONCILIO Y JERUSALÉN

Hay tres datos en la biografía de este guipuzcoano de Añorga, nacido hace 70 años en el seno de una familia numerosa, que han configurado toda su vida: la presencia de su madre, la celebración del Concilio Vaticano II y su paso por l’ École Biblique de Jerusalén. Recuerda que aprendió más el Evangelio con su ‘ama’ en la cocina de casa que de los catedráticos de Roma y Jerusalén. Más tarde, sus estudios en la Ciudad Eterna, coincidiendo con la cita conciliar convocada por Juan XXIII, siguieron forjando la sensibilidad y el carácter de uno de “los presbíteros que nos ordenamos para convertir la Iglesia al Evangelio”. Finalmente, su estancia en Tierra Santa despertó en él “la pasión por los profetas de Israel y por Jesús”.

Con este ‘triple bagaje’ a sus espaldas, José Antonio Pagola ha sido luego profesor de Cristología, rector del Seminario de San Sebastián, vicario general de la diócesis donostiarra durante más de dos décadas y, actualmente, dirige el Instituto de Teología y Pastoral, pero, sobre todo, reconoce tener ahora “la suerte de poder dedicarme a estudiar y dar a conocer a Jesús”. Ya lo hizo allá por los 80, cuando publicó Jesús de Nazaret. El hombre y su mensaje, con más de una decena de ediciones. Sin embargo, cuando hace ocho años dejó la Vicaría, se planteó tres prioridades: “No perder el tiempo dedicándome a cualquier cosa; comunicar sólo aquello en lo que creo de verdad; y, lo más importante, volver a Jesús”. Y decide “estudiar y hablar sólo de Jesús”. Fruto de ese esfuerzo son las miles de horas, retirado en su apacible y familiar rincón de ‘Villa Gentza’ –con las Hermanas de la Caridad de Santa Ana– dedicadas a “tallar” esta Aproximación histórica a la figura de Jesús, un trabajo con el que “he gozado mucho y he sufrido mucho”. Disfrute, porque ha podido conocer “de manera mucho más viva y concreta cómo era Jesús”. Y dolor, “al verme tan lejos de él y comprobar las grandes desviaciones e infidelidades de los cristianos”.

Ahora, con otros proyectos ya sobre la mesa, José Antonio admite que “escribir este libro me ha hecho bien, no sé si moralmente soy mejor que antes, pero sí diferente y, sobre todo, estoy en otro sitio”. Asegura verlo todo “con más claridad”, tiene “una libertad y una audacia para decir cosas que antes ni me atrevía” y, sobre todo, ha aprendido a “vivir desde la fe, desde el horizonte del reino de Dios, no sólo desde el horizonte pequeño de la Iglesia”. Él habla de “un proceso hasta cierto punto de conversión”: “Vivo la realidad del mundo y de la Iglesia de otra manera”, concluye.

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