Tribuna

Todas las víctimas…

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Acabado el “minuto de silencio”, con lágrimas en los ojos, y duelo en el corazón, regreso a mi ordenador a plasmar mis impresiones y sentimiento, porque creo que pueden representar a muchas impresiones y muchos sentimientos de los que vivimos en el centro de Barcelona, compartimos problemas y gozos de convivencia en el Raval y sus aledaños. Y, sobre todo, amamos a nuestros conciudadanos, sean de donde sean, vengan de donde vengan o estén de paso por unos días.

Ayer, unas horas antes, como tantos otros días pasaba por el lugar que , desde ayer a las 16,50 será “el lugar del atentado”. Cuando salgo del “Hospital de campaña” de la iglesia de Santa Anna y regreso a mi callejuelas del Raval, paso siempre necesariamente por ese lugar que ayer vimos regado de sangre y de dolor.

¿Sabéis lo primero que vi, cuando las cámaras de la Televisión enfocaban desde arriba el comienzo de las Ramblas, y la esquina por donde siempre me dirijo a Santa Anna? A uno de los mendigos que -sentado en el suelo- y, aparentemente “ajeno al dolor ajeno”, seguía en sus actitud de desamparo en  que le vemos diariamente. No corría como los demás, ni parecía inmutarse… Desde la distancia no distinguía y me preguntaba: “¿será Juan, i Alí, o Silvio..?”.

Porque el dolor de las multitudes -no hay más remedio que hablar de estadísticas en las desgracias colectivas- es el dolor de personas una a una, con su historia, su familia, su circunstancia…

Por eso hoy, al abrir los periódicos, una de las primeras cosas que me ha llamado la atención han sido dos reacciones distintas que salen de dos posturas ante la vida, diferentes.  El Papa Francisco hablada “rezar por las víctimas”… y Trump pedía “balas con sangre de cerdo para los islamistas”, convirtiendo en guerra de religiones el atentado terrorista, inspirando odio en lugar de dolor humanos por todas las víctimas, las que caen bajo la barbarie de los terroristas, víctimas de su mentalidad homicida y suicidad y las que son -para mí mucho más terrible y doloroso- víctimas de sí mismos, de su odio y de su mal interno.

Cuando los periódicos y las televisiones muestran el rostro de uno de los ejecutores del acto, yo veo el rostro de tantos otros amigos míos que desde niños están entre nosotros, han ido a nuestras escuelas, han participado de nuestras fiestas y han fumado porros vendidos en nuestras esquinas. Para mí son víctimas unos y otros y, horrorizada con el dolor de las familias que ayer perdieron a algún miembro, siento un profundo dolor por los que han creado esas víctimas y rezo por ellos. Son lo que estaba perdido, según Jesús.