Tribuna

Tiempo de Navidad (IV)

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Francisco Vázquez, embajador de España FRANCISCO VÁZQUEZ Y VÁZQUEZ | Embajador de España

Posiblemente no encontremos mejor tiempo que el de Navidad para sentirnos felices por ser católicos. Aunque tan solo sea dialécticamente, echemos una cana al aire y mostremos y celebremos públicamente nuestro orgullo por haber recibido la gracia de la fe, presumiendo, además, de lo mucho y bueno que la Iglesia católica aporta a esta sociedad doliente.

Navidad ni es momento de silencio ni mucho menos de acomodarse en un temor vergonzante a manifestar nuestra condición de católicos hasta el punto que nos lleve a olvidar la naturaleza y el origen cristiano de estas fiestas. No hay acontecimiento o conmemoración en España que, como la Navidad, aúne tantas tradiciones e impulse sentimientos tan fraternos como los que generan en la sociedad española las celebraciones en homenaje y recuerdo del nacimiento del Hijo de Dios.

Y ciertamente, al igual que en el resto del mundo, en España la Navidad tiene un origen espontáneo y popular, impregnado de una religiosidad sencilla y amable, protagonizada en gran medida por los niños. Villancicos y belenes, misas del gallo y celebraciones familiares, cabalgatas de Reyes y nacimientos vivientes… son la expresión pública de un culto nacido en las capas más humildes de unas gentes que, sencillamente, son los continuadores de los pastores de Belén.

tiempo-de-navidad-ilustracion-tomas-de-zarate-la-ultimaLa Navidad es el más universal de los sentimientos de la piedad y devoción cristianas. Tiempo de tregua en épocas de guerra. Por todo ello no sé si calificar como patológica o ridícula esta obsesión imperante en gran parte de los políticos españoles de descristianizar estas fiestas y no solo negar su origen religioso, sino boicotear cualquier símbolo o ceremonia que recuerde el nacimiento de Jesús.

Pero que nadie piense que las decisiones tomadas por ayuntamientos y autoridades estos días contra la religiosidad de la Navidad son una manifestación más del anticlericalismo y laicización imperantes en España. Ha sido una conducta mucho más grave que espero sirva para abrirle los ojos a más de uno.

No se ha intentado suprimir o limitar las fiestas. Al contrario, se ha exaltado el carácter alegre de estos días, impulsando actividades, mercadillos, adornos luminosos, pero sin la más mínima presencia de cualquier referencia cristiana.

Y aquí viene la gravedad del asunto. Nuestras autoridades nos han impuesto su modelo ideológico sustituyendo la Navidad tradicional de origen cristiano por unas fiestas paganizadas en la estética, a las que llaman “el solsticio de invierno”. No han prohibido el carácter cristiano de la Navidad; han actuado conforme a su ideario, arrumbando al ámbito privado el hecho religioso, a la vez que, bajo un barniz de neutralidad, transformaban la esencia festiva de estos días en unas jornadas divertidas, reflejo de la sociedad laicista que propugnan y en la que no tienen reparos en establecer una liturgia institucional paralela, con bautizos civiles, confirmaciones civiles o la ocupación para actividades de todo tipo del atrio de las iglesias. Se ha dado un paso importante en la descristianización de la sociedad, sorprendentemente sin que se alzara ninguna voz para denunciarlo.

Por ello, modestamente, pongo al servicio del lector esta columna para que le sirva de reflexión y, a mí, con el paso del tiempo, me permita decir: “Ya lo decía yo”.

Es mi cuarta Navidad en Vida Nueva. Mi primer artículo lo dediqué a mis recuerdos personales; el segundo, a los grandes protagonistas de estos días, los niños; el tercero, a denunciar la planificada descristianización de la Navidad. Este me sirve para desear a todos una feliz Navidad, recordando –como dejé dicho al principio– que son las fiestas que celebran el nacimiento del Hijo de Dios.

En el nº 2.970 de Vida Nueva