Tribuna

Te amo, así que te corrijo

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Gianfranco Ravasi, cardenal presidente del Pontificio Consejo de la Cultura GIANFRANCO RAVASI | Cardenal presidente del Pontificio Consejo de la Cultura

Conozco desde hace años a José Tolentino Mendonça, uno de los mayores poetas e intelectuales portugueses. Escribe de forma leve y profunda, transparente y densa, sencilla y refinada al mismo tiempo. Su mirada sobre la realidad revela siempre dos ecos. Por un lado, opta por la tonalidad menor, por la escala descendiente hacia el nivel más escondido y tenue. Por otro, su mirada prefiere la ternura, sus labios se abren más a la sonrisa que a la inventiva, incluso cuando están representados los males del mundo y las culpas de cada uno.

En uno de sus textos, Tolentino Mendonça intuye y recorre la trama de la existencia: “No se trata de vivir solo el instante, empresa inútil porque la vida es persistencia, es duración… No es la flor del instante la que nos perfuma, sino el presente eterno de lo que dura y pasa, de lo que dura y no pasa”.

En el arcoíris de nuestro tiempo hay miles de colores, y resulta sugerente seguirlos con el autor para pasar del rojo ardiente de la alegría al gélido violeta de la pérdida, hasta llegar al ultravioleta de la muerte. Porque en “toda la caterva de saberes útiles e inútiles que acumulamos en la vida, falta uno fundamental: aprender a morir”.ilustración de Tomás de Zárate para el artículo de Gianfranco Ravasi 3005 octubre 2016

No debe olvidarse que Tolentino Mendonça es sacerdote y además capaz de entretejer la cultura y la fe, el hombre y Dios, y de confrontarse con quien no cree pero se interroga. De hecho, no dudó en dialogar con un agnóstico orgulloso como su célebre compatriota José Saramago, autor del provocador Evangelio según Jesucristo y también de la Segunda vida de Francisco de Asís. Una de las obras del autor está dedicada a “corregir al que se equivoca”, que es precisamente la tercera de las siete obras de misericordia espirituales.

El acto de “corregir al que se equivoca” es muy delicado, porque siempre está al acecho la hipocresía altanera del fariseo de la parábola de Jesús, preparado para fruncir el ceño indignado frente al miserable publicano. Tolentino Mendonça nos conduce en el horizonte religioso de este acto que pertenece a la esfera del amor misericordioso cuando se practica con pureza de corazón. Entra entonces en escena Jesús, que para corregir adopta un “método desconcertante”: el de la mesa. Allí reúne a publicanos, prostitutas y pecadores, e infringe las fronteras de la sacralidad, mientras las manos se dirigen a los mismos platos y las palabras se deshacen con sincera espontaneidad.

Por eso, los Evangelios registran las comidas de Jesús hasta el punto de atraer el sarcasmo de algunos, que lo definen como un “comilón y bebedor” o como uno que “acoge a los pecadores y come con ellos”. Sin embargo, Él sabe distinguir entre el bien y el mal y, por tanto, toma el arduo camino de la corrección y de la verdad, lo que es un gesto de amor, como ya enseñaba Platón en el Eutidemo: “Te amo, pero te corrijo con amistad”. Emblemática es, por tanto, su invitación: “Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: ‘Me arrepiento’, lo perdonarás” (Lucas 17,3-4).

Frente a esta “extravagancia” de Cristo, Tolentino Mendonça teje su lección sobre el “arte de perdonar”, no dudando al introducir la especia del humor y la delicadeza de la relación interpersonal. No ignora, sin embargo, la otra cara de la moneda que supone aceptar la corrección que nos viene infligida por el otro. En la base tiene que estar siempre la nobleza de la sinceridad, de la humildad y del amor, porque “corregir a quien se equivoca significa amar al prójimo sin un porqué”.

Publicado en el número 3.005 de Vida Nueva. Ver sumario